ch. 03

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𝐄l cabello de Aemond era mejor que el de Aegon

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𝐄l cabello de Aemond era mejor que el de Aegon.

La sombría fosa no apañaba al recorrido de modo acogedor, más bien, era como si un volcán respirara en su cuello con cada paso que Val y Aemond daban al interior; veía sombras en las paredes, tropezaba con piedras y soltaba leves quejas. Lo único que podía mantenerla distraída era como el cabello platinado de su tío, liso y de corte parejo hasta la altura de los hombros, se agitaba armoniosamente como un susurro airado de las brisas cálidas que empezaban a adentrarse. Lo comparó con el de su otro tío, Aegon, quien era descuidado; tanto en apariencia como actitud, sin importar la situación.

La mano de Val se aferró más a la del chico cuando el camino se volvió angosto y era difícil respirar.

—¿Estás seguro qué es por aquí? —Val le susurró a Aemond. No veía nada más que la espalda de su tío y como las paredes empezaban a rozarle los hombros como dedos afilados—. ¿Por qué no nos devolvemos a por los Guardianes...?

Aemond se detuvo en mitad del camino, provocando que la chica se golpeara el rostro contra su espalda. Era pequeña, temblaba como un potrillo por meterse en problemas, y parecía querer devolverse por temor de que sus señores padres se enteraran. Aemond abrió la boca, las manos le hormigueaban por atarla a él y que le llevara a ver el dragón, pero tampoco quería ser la razón de un desacuerdo que los pondría en un desagradable momento que los separaría. Val era el puente hacia lo que tanto deseaba. No lo iba a perder.

—Puedes estar tranquila —le contestó a cambio, girándose a ver aquellos ojos indescriptibles de los que tanto había oído en despectivos comentarios por parte de su señora madre y reina—. Te protegeré pase lo que pase.

Con la poca iluminación de la fosa, las llamas habían perdido fuerza y olas de ventiscas sacudían sus ropajes y cabellos, no eran muy perceptibles; sin embargo, no apartó la mirada de ellos.

Eran diferentes. Ella era diferente.

Val se encontró con las reconfortantes palabras de su tío, trasmitidas a través de sus ojos violetas opacados por la lobreguez de la caverna.

—¿Lo juras? —dijo no muy alto, deseando que aquel fuera el caso.

Aemond asintió, suavemente presionándole la mano.

—Lo juro.

Ella retomó el aire. Un cosquilleo la hizo tambalear ligeramente, como si se encontrara dentro de un barco y a consecuencia se mareara. Mantuvo silencio de aquello para no seguir comportándose como una infanta, más si era enfrente de su tío quien prometió protegerla.

Siguieron avanzados tomados de la mano. Sorprendentemente, la mano de Aemond era más cálida que el ambiente sofocante hospedado por dragones.

Encaminaron pausadamente y una fragancia los detuvo. Val estaba familiarizada con aquel aroma. Olía a carbón. Una fragancia humeante y estuosa proveniente del frente. Habían entrado a un espacio de la sima más cóncavo y amplio. Las rocas volcánicas de las paredes eran aún más oscuras que las del angosto camino de cual venían. Picudos pilares sostenían el techo y, más arriba en la claridad de la superficie, la colina de Rhaenys seguía estando de pie imponente como si la misma reina siguiera brillando de jovialidad.

Val se estremeció por el repentino aire caluroso.

Aemond apretó más su mano, deteniéndole el paso, obligándola a permanecer detrás. El hueco entre el brazo y su cuerpo, Val logró apreciar una roca, más claras que el resto, moverse sigilosamente como la cola de un caballo. Grisácea y con resplandecientes joyas impregnadas encima.

—Aemond...

Él la silenció.

La silueta se alzó, esparciendo más aquel azote de aire, y rugió.

Era un sonido que Val conocía muy bien. Zeirox lo usaba cuando sabía que su ama no volvería dentro de un tiempo, como también para mantenerse a rayas a otros.

Pero aquella criatura no era como el suyo. Era grande, era una apuesta ganadora presentar que aplastaría a devoraría a Zeirox por aburrimiento, de forma que su cráneo y alas alcanzaban a tocar cubierta de la caverna. Su cuerpo reptiliano y grueso, avanzó sobre sus piernas escamosas —triturando las rocas bajo su cuerpo de cuero brillante— y volvió a tronar una advertencia.

Aquella vez el fuego vino con él.

Val fue quien obligó a Aemond a retroceder aquella vez.

Los dragones eran territoriales. Ella lo sabía, su tío no. Era cierto que aquella criatura era una maravilla que podía dejar hipnotizado incluso al enemigo; sin embargo, ante la iluminación de la fosa con las llamas, las escamas se tornaron azuladas y plateadas. Era el dragón de su tía Helaena, Sueñafuego. Ella era calmada, sensible y siempre estaba de buen humor, pero Val no tenía intenciones de comprobar que su dragón también lo fuera.

Correr no fueron lo que sus piernas comprendieron, retrasaron su escape. Se enredaron entre sí y cayó al suelo, soltándose de la mano de su tío, quien también había sido derribado de la impresión. Era arena clara. Val apoyó las manos en ella y soltó un tenue grito de dolor. Algo se le astilló en la palma. Rebuscando cómo erguirse, halló diminutas y delgadas piedras que se rompían al simple tacto.

Eran blancas, con ciertos pliegues caídos oscurecidos...

No eran piedras.

Conocía la naturaleza de los dragones. Había leído y había sido instruida sobre ellos, incluso presenciado sus habilidades. No esperó encontrarse al otro lado del calor, sosteniendo huesos de lo que, esperaba, fueran comida a base de ganado.

Sueñafuego alcanzó a soltar otra oleada calurosa que iluminó el ambiente, a la vez, arremetiendo con los pies de Val.

El calor abrasador ya no era un inconveniente.

Ella se movió como en una pesadilla. Quería hacerlo, pero sus extremidades no reaccionaban.

Oía las garras del dragón aferrarse al suelo y, entre ciertos intervalos, en las paredes al igual el calor empezando a emanar de cerca. Era como cuchillas y espadas apilándose para aferrarse a su cuerpo.

Pegó un grito cuando el aliento se le estaba yendo y el hocico de Sueñafuego se le acercaba.

—¡No!

Su cuerpo se movió sin su voluntad, jalada desesperadamente lejos de las fauces de la criatura. La vista la tenía borrosa y se mareaba con cualquier sacudida; sin embargo, alcanzó a ver el suelo y como sus piernas se movían, la claridad de la arena con el paso de su tío le hizo retomar las riendas de su mente.

Ambas respiraciones deseaban encontrar la salida.

—No mires atrás... —dijo Aemond a poco de trastabillar, atrayéndola con cada paso y salto veloz—. Sólo concéntrate en seguir avanzando.

Él se oía cansado y asustado, pero no derramó lágrimas como Val. Al menos, eran silenciosas.

Ella asintió como respuesta, sin importar que él no la viera. Aquello era beneficioso, no imaginaba qué clase de expresión estaba mostrando tan a la ligera.

—G-Gracias.

Nunca olvidaría el aliento de Sueñafuego asomándose por sus piernas, la manera ansiosa por tener bocado vivo, que mostrara más ansias de vivir que cualquier otra oveja o cerdo.

Sus lágrimas fluían.

Val no parpadeaba; no quería alejar el sentimiento de alivio de la mano de su tío se viera cegado por una lágrima. Le había salvado, la protegió tal y como juró. Y, pese a aquellas palabras de no regresar atrás, él también temblaba.

No era demasiado; no obstante, esperaba que aferrarse a su brazo le calmara como él a ella lo hacía.

𝐁𝐑𝐎𝐊𝐄𝐍 𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓 ──── hotdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora