CAPÍTULO 32. QUIMERA

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La semana para Martin pasó lenta, demasiado lenta. Tenía muchas ganas de que Juanjo fuera con él a Bilbao y enseñarle todos los rincones donde había crecido y vivido momentos importantes... pero a la vez, un sentimiento negativo afloraba en su estómago. ¿Y si se encuentra con Sergio o alguno de sus amigos? ¿Cómo reaccionaría? Realmente nunca tuvieron una conversación final en persona, todo fue a través del teléfono. Incluso en la graduación trató de evitar mantener contacto directo, se limitó a acudir a la ceremonia con sus profesores para después huir a su dormitorio. No acudió a la comida y posterior fiesta con el resto de su clase por la cual había pagado más de cuarenta euros. Al vasco le dio igual el dinero perdido con tal de no ve más a ninguno de ellos. Fue esa tarde entre lágrimas en la que decidió cambiar su ubicación por la capital y a día de hoy pensaba que era la mejor decisión que jamás había tomado.

Su madre siempre supo que algo ocurrió esos días, Martin no era una persona que huyera a la ligera. Amaba el norte, sus playas, el mar, el clima... Jamás le escuchó una buena palabra de la capital, es más, en ocasiones parecía como la ciudad que el menor odiaría. Sin embargo, como buena madre solo lo apoyó en su decisión. Las conversaciones frecuentes que tenían a diario por teléfono eran prueba de ello. Martin había recuperado el brillo de ese pequeño Martin de cinco años que jugaba a los enfermeros con su abuela y su madre estaba emocionada por ello.

El día que recibió el mensaje de Juanjo pensó que él era el ángel de la guarda que tanto tiempo pidió para su hijo.

(...)

Por fin llegó el viernes, después de una semana agotadora con un montón de pacientes e intervenciones quirúrgicas. Martin y Juanjo anhelaban descansar en la capital vasca y así se lo hacían saber al contrario cada vez que se cruzaban por el pasillo. Habían conversado durante largas horas de los miles de planes que Martin quería hacer con el maño, consiguiendo sacar varias carcajadas al mayor y expresándole que "quizá en un fin de semana no nos de tiempo a todo". Pero a Martin le daba igual, porque sabía que si no era este, tendrían muchos más fines de semanas en los que seguir descubriendo juntos su comunidad.

Martin salió de sus pensamientos cuando el timbre de su piso sonó. Se levantó ilusionado cargando una pequeña mochila con cosas básicas para el fin de semana. Bajó corriendo las escaleras para encontrarse a Juanjo de pie junto a una pequeña maleta de mano y los brazos abiertos para abrazarle.

-Feliz cumpleaños maitia ¿Estás listo, Martintxu? - Juanjo depositó un suave beso sobre su frente antes de revolverle el pelo.

Ambos caminaron de la mano hacia la estación de tren. Pasaron las casi cuatro horas de viaje escuchando canciones y hablando sobre cualquier tema que se les ocurriera. Cuando llevaban la mitad del viaje, Martin se quedó dormido sobre el hombro de Juanjo y este aprovechó para avisar a la madre del menor de cuanto tiempo les quedaba para llegar. La verdad que esa buena mujer le transmitía tanto, Martin y ella eran iguales.

Desde el día en que había decidido escribirla no habían parado de conversar y Juanjo se sentía un poco menos tenso al saber que no iba a conocer a su suegra a ciegas y ambos ya parecían llevarse bien.

Cuando llegaron a la estación de Bilbao, Juanjo despertó al menor con un beso en la mejilla. La primera de las sorpresas llegó nada más bajarse del andén y ver a su madre. Ambos habían engañado al menor diciéndole que estaría trabajando y no podrían verse nada más llegar, cosa que entristeció al más pequeño. Todo valió la pena al ver los ojos de alegría como un niño pequeño al que le regalan una chuchería. Martin se abalanzó sobre su madre que le correspondió con gusto. Juanjo varios pasos por detrás cargaba con su maleta y la mochila del vasco. Al llegar a su altura Juanjo cortó el momento.

- ¡Buenos días, María! Un placer conocerte en persona finalmente - rió Juanjo acercándose a darle dos besos educadamente.

Martin frunció el ceño sorprendido. ¿Ya se conocían? Desvió la mira de uno a otro como si de un partido de tenis se tratase. 

- ¿Me vais a explicar qué está pasando aquí? - dijo cruzándose de brazos fingiendo estar enfadado.

- Es la primera de las sorpresas de tu cumpleaños Martintxu - respondió el maño acercándose a depositar un suave beso sobre la mejilla y abrazarle por la cintura para que quitase el enfado.

No pasó desapercibido para la madre de Martin el mote con el que llamó a su hijo, robándole una sonrisa emocionada. 

Ambos caminaron hasta la casa del vasco de la mano, contándole anécdotas de su vida en Madrid a María que escuchaba atentamente. Martin no podía dejar de mirar emocionado lo bien que su madre se llevaba con Juanjo. Hacía media hora que María no podía dejar de reír ante el desparpajo y la característica forma que tenía el maño de contar historias.

Tras conocer también al padre de Martin y comer todos juntos, ambos chicos se fueron a la habitación del menor para echarse una siesta. 

Juanjo observó detenidamente todos los rincones del cuarto del menor: la pared pintada de color azul mar toda ella decorada con cuadros con fotos tomadas por él mismo en diferentes playas del norte, conchas y piedras por varias estanterías entre libros y discos de música. Una sonrisa involuntaria se dibujo en el rostro del maño al ver los discos de Pablo Alborán firmados en un lugar especial junto a entradas de varios de sus conciertos. 

Se acostó junto al menor que llevaba rato observándole con una sonrisa tonta.

-¿Crees que le he caído bien a tus padres?

- ¿Me vacilas? - preguntó levantando una ceja - te quieren más que a mí ya... - dijo refunfuñando enfadado.

Juanjo se tiró encima de él y empezó a darle besitos por toda la cara, mientras Martin se reía en silencio.

- Nos van a pillar Juanjo ... mis padres están en el piso de abajo.

Juanjo dio un último beso sobre los labios del menor.

-Aguafiestas - rió - bueno ¿y a dónde me va a llevar mi vasco favorito?

(...)

Poco tiempo después, tras cambiarse de ropa. Los dos chicos se despidieron de los padres de Martin y caminaron en dirección a la playa favorita del vasco. Una tranquilidad absoluta recorría el cuerpo del menor mientras deambulaba de la mano del maño. Estaba en su ciudad favorita junto a la persona que le estaba devolviendo la confianza para ser él mismo.

 El mayor escuchaba atentamente  cada detalle que el vasco le contaba de su ciudad. Los ojos le brillaban transmitiendo al mayor una felicidad absoluta hasta que de pronto se tornaron a un color más oscuro, frenó en seco y la mano comenzó a temblarle. Juanjo no pudo evitar mirarle para ver por qué había decidido parar cuando una voz hizo que desviara la mirada para saber quién hablaba.

- ¡Hola Martin! Zorionak - rió con sorna.


VIAJE A NINGÚN LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora