CAPÍTULO 24. CARRETERA Y MANTA

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Los días siguientes pasaron con rapidez y en un abrir y cerrar de ojos, Juanjo ya estaba de vuelta en Madrid. Durante ese tiempo separados, Martin había dejado atrás sus miedos gracias a la conversación con Álex. Trató de mostrarse natural, sin forzar nada con Juanjo tal y como había estado haciendo hasta ahora, aunque cada vez los sentimientos por el maño eran más fuertes y difíciles de ocultar.

Juanjo, al igual que el vasco, estaba tratando de mostrarse siendo él mismo gracias a las largas charlas hasta altas horas de la madrugada con Ruslana, y aunque aún tenía muchas capas que ir derribando cada vez se sentía más libre.

Los cuatro días que pasaron en ciudades distintas, Martin y Juanjo realmente no notaron la diferencia a cuando estaban juntos en Madrid, porque no dejaron de hablar ni un solo momento desde que Martin le llamó a la salida de quirófano. Se pasaban el día mandándose canciones nuevas que debían de escuchar y que el contrario no conocía, Martin le enviaba mil fotos en el trabajo mientras Juanjo le respondía con selfies de Javi en su recuperación. Javi cada vez estaba mejor, incluso había recuperado su humor afable. En cuanto a lo físico, tal y como el médico les explicó en apenas un par de días el hijo pequeño de los Bona ya estaba en su casa recuperándose.

 Ni Martin ni Juanjo podían olvidarse de las videollamadas hasta altas horas de la madrugada viendo juntos películas o simplemente contándose como les había ido el día. La confianza mutua había alcanzado un escalón mayor al que solían encontrarse, un aire íntimo se respiraba entre ambos aunque se encontrasen a un puñado de kilómetros de distancia.

Martin no podía estar más feliz y en el trabajo se mostraba pleno. Este cambio de actitud no pasó desapercibido para Álex, este se lo hizo saber en cuanto tuvo un rato a solas con el vasco, ganándose un abrazo del contrario con efusividad. Lo que Álex desconocía era que el vasco había seguido su consejo a raja tabla, y pasaba los ratos libres en su casa realizando un boceto a lapicero de Juanjo y su hermano en una de las múltiples fotos que se pasaban en los ratos muertos. En ella, ambos hermanos se encontraban en su domicilio abrazados sonrientes mirando a la cámara.

Martin se tomó más tiempo del que podría confesar analizando las facciones de Juanjo para lograr calcarlas a la perfección.  Su impecable tez blanca iluminada por los rayos de sol que entraban por la ventana, su mandíbula marcada o las largas pestañas que quedaban opacadas por sus grandes ojos verdes.  Podría jurar haber estado más de dos horas analizando esos profundos ojos que escondían tantos secretos y que a la vez eran como un libro abierto para la gente que le quería. Si te fijabas con precisión, podías vislumbrar un bonito y curioso lunar debajo de su ojo que pasaba desapercibido para casi todo el mundo.

(...)

Antes de que pudieran darse cuenta, todo el grupo al completo estaban reunidos en el bar de siempre tomándose su habitual cerveza antes de empezar el turno. Chiara, Violeta y Ruslana discutían sobre algo relacionado con el maquillaje, mientras Álvaro y Álex hacían un trend de tik tok. Martin no podía despegar sus ojos de la sonrisa de Juanjo y como este miraba al grupo orgulloso de volver a estar todos juntos después de tanto tiempo. La verdad es que se respiraba una tranquilidad y felicidad que hacía tiempo no vivían.

-¡Chicos! Escuchadme - gritó Ruslana intentando llamar la atención de todos - bueno, he pensado que este fin de semana que libramos todos vayamos a hacer una ruta de senderismo y nos quedemos en la casa del monte de mi familia. Hace ya tiempo que no hacemos algo guay todos juntos y está a punto de acabarse el verano.

Todos parecieron de acuerdo en hacer el plan y con entusiasmo empezaron a planear lo que querían hacer.

La casa del monte de Ruslana estaba a las afueras de Madrid, cercana a la sierra. Todo el grupo a excepción del vasco habían estado al menos una vez y en ella guardaban sus mejores recuerdos de verano. Siempre les permitía desconectar de la rutina de estar trabajando cuando la mayoría de gente de su edad estaba viajando y era algo que el grupo agradecía. La majestuosa casa era amplia y luminosa, con grandes ventanales que ofrecían unas de las mejores vistas que Juanjo recordaba. Contaba con cuatro habituaciones con camas de matrimonio, cocina, salón, dos baños y piscina exterior. La familia de Ruslana la alquilaban durante el invierno para los turistas que les gustaba el senderismo y la montaña, y también en verano para aquellos que preferían desconectar cerca de la sierra.

Juanjo explicaba a Martin que pasar un fin de semana en la casa se había convertido en todo un ritual para el grupo de amigos. Muchos de los recuerdos que hoy les unen se habían forjado allí. Martin se encontraba especialmente ilusionado por ir y los días esperando a que llegase el fin de semana y por fin librar en el hospital se le estaban comenzando a hacer pesados y eternos.

(...)

El viernes llegó y Martin estaba especialmente inquieto. Iba a pasar todo el fin de semana con sus amigos, y con Juanjo. El vasco era consciente de que hablaban a diario y tenían confianza pero ¿pasar 2 días enteros con él? No podía evitar morderse las pieles que sobresalían por sus uñas, causando una vez más que un hilo de sangre cayera por el dedo. El  sonido del timbre le sacó de sus pensamientos anunciando la llegada del resto del grupo para que bajara del edificio para montarse en el coche que le dirigiría a la sierra. Martin salió corriendo cargando su mochila, no sin olvidarse el precioso sobre con un lazo rojo y una perfecta caligrafía en la que se distinguía: "para Juanjo Bona".


VIAJE A NINGÚN LADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora