II.IV - PELIGRO

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La tensión en la sala de la casa de Ismael era tan palpable que parecía haber sido cargada por la ira reprimida de su padre, como si cada rincón del aire estuviera electrificado. Ismael, aún conmocionado por la abrupta y amenazante reacción de su padre, sentía su corazón latir con una fuerza desbordante, resonando en su pecho como un eco de tambores de guerra. Las paredes del comedor se cerraban sobre él en un efecto claustrofóbico, y la figura de su padre se agigantaba, dominando el espacio con una presencia opresiva.

Ismael murmuraba en su mente, una y otra vez - ¡CARAJO, CARAJO! - mientras la intensidad de su furia se evaporaba tan rápido como había aparecido, cediendo lugar a un terror más profundo y perturbador. Su respiración se convirtió en un torbellino, cada inhalación más rápida y desesperada que la última.

La voz de Héctor irrumpió en la estancia como un trueno ensordecedor, con una fuerza que parecía capaz de atravesar los gruesos muros de la vieja casa y resonar por las calles - ¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?! - rugió, su tono cargado de una ira tan feroz que los cimientos parecían vibrar bajo la amenaza de su furia.

En ese momento crítico, Margaret respondió con una voz que rozaba lo agudo, impulsada casi por instinto de supervivencia - ¡ISMAEL! ¡Me ha levantado la voz! - Exclamó, su frase cargada de pánico y desesperación. En su intento frenético por desviar la ira de su esposo, inadvertidamente traicionó a su hijo, redirigiendo hacia él la furia tempestuosa de Héctor.

- ¡¿ESAS SON MANERAS DE HABLARLE A TU MADRE?! - Bramo su padre, avanzando implacablemente hacia Ismael. Cada paso resonaba con inmensa autoridad y una indignación palpable que llenaba el aire, incrementando la tensión a cada momento.

- Papá, yo...- Intentó explicarse Ismael, su mente aturdida buscaba desesperadamente alguna excusa que pudiera apaciguar la situación, pero las palabras adecuadas se le escapaban, desapareciendo en el momento crítico en que más las necesitaba y ante el avance amenazante de su padre, retrocedió instintivamente, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Los pasos firmes y resueltos de su padre lo acorralaron, empujándolo hasta quedar atrapado contra la dura superficie de la mesa del comedor.

Al mismo tiempo, Margaret era una mera espectadora de la tensa confrontación, su respiración se aceleraba cada vez más mientras empezaba a hiperventilar. Sus ojos, abiertos de par en par, se fijaban en la escena con un terror anticipado, su mente proyectando las horribles consecuencias que podrían desencadenarse. El miedo y la culpa la invadían con una fuerza abrumadora, tejiendo un torbellino de emociones que amenazaba con consumirla completamente, dejándola casi incapaz de sostenerse a sí misma ante la agitación interna que la asfixiaba.

- ¡NO HAY EXCUSAS! ¡MALDITO RETRASADO, SABES QUE TU MADRE TIENE PROBLEMAS DE SALUD Y TÚ VIENES A ALTERARLA! ¡MIRA! - Exclamó, Héctor con furia descontrolada, señalando hacia Margaret, quien se encontraba colapsada en el suelo, mientras jadeaba en busca de aire, su rostro contorsionado por la desesperación y el esfuerzo por respirar.

Con cada aliento más dificultoso que el anterior, susurró con una voz frágil y entrecortada - Héctor...mi...inhalador – Mientras extendía una mano temblorosa hacia su esposo, y pálida hacia su esposo, sus ojos húmedos implorando ayuda, reflejando una mezcla de miedo y urgencia.

Ismael perdió el aliento al ver a su madre en tan alarmante estado, con el rostro pálido – Mamá... - Logró decir con voz quebrada, mientras daba un paso instintivo hacia ella, impulsado por una mezcla de preocupación y desesperación.

No obstante, antes de que pudiera alcanzarla, su padre intervino con una frialdad implacable. Héctor, con un movimiento brusco y dominante, lo agarró por el cuello con una mano firme y lo lanzó con fuerza, cortando cualquier intento de acercamiento. Ismael voló por el aire, el tiempo pareció ralentizarse mientras su cuerpo se dirigía hacia el frío suelo de la sala. El impacto fue sordo, sus huesos resonaron con el golpe, y un dolor agudo se esparció desde su espalda hasta cada extremo de su cuerpo al estrellarse contra las baldosas duras.

No Te Va Tan MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora