II.II - GOLPE DE TRISTEZA

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Desde la cocina, emergió una voz teñida con acento inglés, pero enfermiza y temerosa - ¿Ismael? Donde has estado... - murmuró su madre entre el silencio opresivo y la melancolía que envolvían la casa, y eso, al menos permitió que su voz viajara hasta su hijo sin dificultad, resonando con una tristeza que parecía sumergir aún más la atmósfera en una pesadez casi palpable.

Ismael, como de costumbre al llegar a casa, levantó la vista hacia el segundo piso, donde desde las escaleras, unos pequeños ojos lo observaban desde la penumbra, intentando pasar inadvertido pero siempre marcado por una mezcla de expectación y temor. Luego, siguiendo las miradas de aquella presencia, su atención se desplazó sobre el sofá, donde yacía su padre, inconsciente y sumido en la ebriedad. Un suspiro de alivio fugaz lo inundó al verlo dormido, pero este sentimiento rápidamente fue sustituido por una expresión atónita y desconcertada.

La transformación de su padre de un ser lleno de vitalidad y ambición, a esta figura desgastada y resentida lo dejaba perplejo. Ismael no podía evitar comparar las anécdotas de la juventud de su padre, que había recopilado en secreto, con la deprimente realidad del presente. Aquel personaje que alguna vez parecía capaz de conquistar el mundo, un famoso modelo con un cuerpo envidiable y miles de dólares en ingresos, ahora se había convertido en una cáscara de su antiguo yo, completamente esclavizado por sus propios vicios destructivos.

El retrato del hombre que había creado en su imaginación era radicalmente diferente a el hombre derrotado que veía ante él, que ahora pesaba 147 Kg y se había hundido en una existencia de alcoholismo y mediocridad salarial. Ciertamente dejaba un rastro de misterio y preguntas sin respuesta sobre las razones detrás de tal decadencia.

Recordó la pregunta que su madre le había hecho antes, y con la intención de reintegrarse a la conversación se encaminó hacia la cocina - Yo estaba... - Comenzó a intentar explicar todo lo sucedido desde su encuentro con su padre en la puerta. Sin embargo, justo cuando empezaba a articular su respuesta, fue interrumpido de manera abrupta.

- ¿En casa de ese tal Oscar? ¡¿No te he dicho que no quería que te juntaras más con él?! ¡Su influencia casi provoca que perdieras un año en la primaria! Y afortunadamente, fue él quien lo terminó perdiendo... – Su madre hizo un gesto con la mano y grito en un tono que quería sonar enérgico, aunque su frágil condición debido a las drogas y una notable ronquera, mermaban la fuerza de sus palabras. A pesar de la debilidad de su voz, la mezcla de ira y preocupación era evidente, intentando transmitir la seriedad de sus advertencias sobre la amistad de Ismael y su amigo, enfatizando las consecuencias negativas que esta relación podría acarrear.

- Por favor... él en realidad no es como tú piensas ¿Puedes tan solo escucharme por un segundo...- interrumpió ahora Ismael, su voz llevaba un tono de súplica, intentando romper las barreras de prejuicio que su madre había construido en torno a su mejor, mientras buscaba desesperadamente un espacio en la conversación.

Sin embargo, su madre continuó con su reclamo, sin darle oportunidad de rebatirla - ¡Pero sabes muy bien lo que ese problema causo! tu padre no tiene una pizca de respeto o consideración por ti - afirmó, su voz cargada de reproche y dolor. Tras tomar un breve segundo para recobrar el aliento y controlar la emoción que amenazaba con quebrar su voz, concluyó con un comentario hiriente - ¡Te considera un retrasado! - Finalmente, estas palabras salieron de su boca, esparciendo una mezcla de ira y decepción que Ismael recibió pesadamente en la tensa atmósfera de la cocina.

Ismael sintió un dolor punzante en el pecho ante las palabras amargas de su madre - ¡YA LO SÉ, MARGARET! ¡NO DEBES RECORDÁRMELO! ¡MALDICIÓN! – Lanzo un grito ahogado, cuidadosamente contenido para no despertar a su padre, pero vibrante con la intensidad de su frustración y el resentimiento acumulado. Su voz resonó en el espacio confinado, un grito de dolor emocional y deseo de ser entendido.

Era evidente que las palabras de su madre habían tocado un nervio sensible en Ismael, exponiendo cicatrices emocionales que, aunque no nuevas, seguían sintiéndose dolorosamente frescas. La realidad era que su padre parecía haberle guardado resentimiento desde mucho antes, y esta cruel revelación, aunque no inesperada, volvía a encender el dolor y la angustia de ser alguien perpetuamente malinterpretado y marginado en su propia casa. La sensación de soledad y abandono en un lugar que debería ser cálido y acogedor empeoraba su desesperación.

No Te Va Tan MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora