II.V - CICLOS DE SOMBRA

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Tumbado en el suelo frío, Ismael sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones, mientras la presión del agarre de su padre ardía en su garganta. A su alrededor, el comedor parecía girar en un caos borroso; cada objeto y cada mueble se desvanecían en su visión nublada. Se sentía abrumadoramente impotente, atrapado en una clara desventaja frente a la imponente figura de su padre. Sin embargo, en el fondo de su mente aturdida, persistía un pensamiento claro y urgente: debía hacer todo lo posible por auxiliar a su madre.

- ¡Papá, el inhalador! - Exclamó Ismael con desesperación, su voz resonando desde el suelo mientras luchaba por incorporarse. Apenas comenzó a levantarse, Héctor, con una fuerza abrumadora, lo atrapó nuevamente por el cuello y lo arrastró implacablemente, llevándolo directamente hacia Margaret. La presión en su cuello cortaba su respiración, mientras su padre lo sostenía con un dominio feroz.

- ¡ESTO LO PROVOCASTE TÚ! - Le gritó Héctor, su furia descontrolada retumbando en los oídos de Ismael, forzándolo a fijar la mirada en Margaret. La desesperación de su madre era palpable mientras se arrastraba torpemente por el suelo en busca de su bolsa, sus movimientos descoordinados reflejando su angustia.

- Basta, pa... Por favor - Imploraba Ismael con una voz entrecortada y desesperada, mientras intentaba en vano liberarse del agarre asfixiante de su padre. Tumbado en el suelo frío y desgastado de la sala, sentía cómo su visión comenzaba a nublarse, las imágenes alrededor de él volviéndose borrosas y distantes. A través de su velo de confusión y lágrimas, sus ojos se posaban sobre las fotografías de sus padres, colgadas en las paredes descoloridas y húmedas de la casa. Estos retratos, que intentaban simbolizar felicidad, solo parecían burlarse cruelmente de él, recordándole una alegría que nunca había sido genuina.

Cada respiración se convertía en una súplica por liberación, mientras Ismael luchaba desesperadamente por mantener la lucidez ante la opresión física y emocional que lo empujaba al límite de su resistencia. En esos momentos críticos, en contra de su voluntad comenzaron a emerger en su mente recuerdos de un pasado doloroso. Desde que tenía apenas cinco años, Ismael se vio forzado a entender que era testigo de un ciclo de violencia y miseria que azotaba a su familia. A lo largo de los años, este ciclo se había vuelto cada vez más destructivo, marcando un patrón de dolor y resentimiento que parecía haberse arraigado mucho antes de su nacimiento.

La violencia y las fallas de su padre habían erosionado cualquier vestigio de compasión que Ismael pudiera haber sentido alguna vez. Cada acto de furia y cada decisión equivocada por parte de Héctor habían dejado una cicatriz imborrable en el corazón de Ismael, desplazando la piedad por una batalla interna constante y exhaustiva. Ismael se encontraba atrapado en un conflicto sin fin, luchando contra la posibilidad aterradora de replicar los errores y horrores de su padre, enfrentando la dura realidad de que podría convertirse en la misma imagen que tanto despreciaba.

¿Cómo podría estar seguro de que no se convertiría en una persona como Héctor? A pesar de sus esfuerzos por ser todo lo contrario, nunca sentía que el cambio fuera suficiente. Esta preocupación también lo llevaba a ver reflejada a su hermana en su madre. ¿Cómo podría asegurarse de que no terminaría viviendo una vida similar, sumisa, enferma y adicta? Ismael luchaba contra la idea de que el legado familiar de violencia y destrucción pudiera continuar a través de él, consciente de que cada acción suya podría estar forjando el futuro de su hermana. No quería ser el espejo en el que ella se viera obligada a mirarse, temiendo convertirse en la sombra que oscureciera su vida como la de su madre había sido opacada.

En medio de sus reflexiones, el sonido de la respiración agitada de su madre lo trajo de vuelta al tenso presente. Margaret, con esfuerzo, logró alcanzar su inhalador, agarrándolo con manos temblorosas. Ismael, observando la lucha de su madre, sintió una mezcla de alivio y angustia al verla inhalar con dificultad, la fragilidad de su madre, visible en cada tembloroso movimiento, mientras luchaba por recuperar el aliento, Ismael observó cómo el pecho de Margaret subía y bajaba con más calma después de cada inhalación.

Este momento de tensa calma fue interrumpido bruscamente por la voz de Héctor - ¡Lárgate de aquí! - Gritó, liberando el cuello de Ismael, quien abrumado por el dolor y la desesperación, se arrastró lejos de la escena.

No Te Va Tan MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora