Capitulo 20 "El Costo del Amanecer"

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El vuelo de Ann como cuervo se desplegó en una danza silenciosa a través del cielo nocturno, un oscuro lienzo salpicado de estrellas que absorbía su pesar y sus esperanzas. A medida que la noche se desvanecía, la paleta del amanecer comenzaba a extenderse, tiñendo el horizonte con matices etéreos de rosa y oro. Los primeros rayos del sol penetraban la oscuridad, dibujando una línea de luz que prometía un nuevo comienzo.

Mientras el cuervo surcaba el cielo, el frío del aire de la mañana acariciaba sus plumas, y el mundo bajo ella comenzaba a despertar con la llegada de la primavera. El frío invierno había dado paso a una temporada de renacimiento, y el suelo aún húmedo de la reciente lluvia reflejaba la promesa de un futuro floreciente. La primavera, con sus colores nacientes y su fragancia sutil, parecía un símbolo perfecto de la transición que ella misma estaba a punto de emprender.

Cada aleteo de sus alas parecía sincronizado con el ritmo del amanecer, como si cada batida estuviera marcando el compás de su propia transformación. Las sombras de la noche se disolvían lentamente, revelando un paisaje de campos verdes recién brotados y árboles que comenzaban a florecer. En este momento de cambio, Ann reflexionaba sobre la ironía de su situación. Había deseado ardientemente la libertad, pero al mismo tiempo, no podía evitar sentir un vacío al dejar atrás lo que conocía.

El tiempo se estiraba en la quietud de su vuelo, y con cada minuto que pasaba, las dudas y las esperanzas se entrelazaban en su mente como los hilos de un tapiz inacabado. La estación de tren se acercaba lentamente, su silueta apenas visible en la distancia, envuelta en la bruma matutina. En su reflexión, Ann contemplaba el ciclo interminable de la vida y la muerte, la eterna búsqueda de significado en un mundo que parecía cambiar sin cesar.

Pero mientras el cuervo descendía hacia un árbol solitario, Ann decidió disipar sus pensamientos para centrarse en lo que quedaba del viaje. La necesidad de claridad y objetivo era primordial. Con un suspiro decidido, se transformó nuevamente en su forma original sobre la rama del árbol, su figura humana emergiendo con la elegancia de siempre.

Ann notó con satisfacción su notable mejora en la magia desde el momento en que desató su poder en la conversación con Elizabeth. La transformación, antes una tarea ardua, ahora se realizaba con una fluidez y una facilidad que reflejaban el progreso que había hecho. Su poder renovado era palpable, y ese conocimiento le otorgaba una confianza renovada.

Se ajustó el cabello y revisó su ropa con un cuidado meticuloso, asegurándose de que su apariencia fuera impecable para el viaje que tenía por delante. En un mundo lleno de incertidumbre, una apariencia arreglada le daba una sensación de control. Con cada movimiento, Ann reafirmaba su determinación.

Finalmente, dejó el árbol, bajando con paso firme hacia la estación de tren. La estación, a esta hora temprana, estaba aún tranquila, un lugar ideal para comenzar su viaje sin ser vista. Con el amanecer marcando el inicio de su nueva aventura, Ann se dirigió hacia la estación, el futuro ante ella y la promesa de lo desconocido en el horizonte.

Ann caminó con paso firme hacia la zona de tiquetes, sus pensamientos absorbidos en la compleja interacción entre el dinero y el estatus. A medida que se acercaba al mostrador, su mente divagaba en cómo la riqueza había adquirido un nuevo significado en su vida, especialmente desde que su posición en el ministerio y su unión con el Papa le habían otorgado una fortuna inesperada. Aunque ella había siempre rechazado lo materialista, el deseo subyacente de sentirse privilegiada era innegable, una fascinación que se entrelazaba con su propia naturaleza humana y mágica.

El morbo asociado al poder y a la riqueza era un componente intrínseco de su ser, una mezcla de atracción y repulsión que no hacía que su esencia fuera menos genuina. Reflexionaba sobre cómo, a pesar de su riqueza, mantenía una actitud humilde, evitando dejar que el oro y las posesiones la definieran completamente. El contraste entre sus valores internos y la ostentación externa era un tema recurrente en su vida.

Al llegar al mostrador de tiquetes, saludó al empleado con una cortesía educada. Las palabras se intercambiaron rápidamente y, tras un breve proceso, logró adquirir su boleto para Gotemburgo. Su tono era sereno, pero su mente estaba llena de inquietudes. Con el billete en mano, se dirigió a la zona de espera, un área que reflejaba una mezcla de lujo y decadencia.

La estación estaba impregnada de una elegancia que enmascaraba un abandono subyacente. Las lujosas columnas de mármol y las sillas tapizadas en terciopelo parecían contradecir el desgaste de los alrededores. Los rincones sucios y los mosaicos desconchados le hablaban de un esplendor que había sido superado por el tiempo. Ann observó cómo la estación, en sus mejores épocas, había sido un símbolo de opulencia, pero ahora se encontraba en un estado de decrepitud que reflejaba la eterna lucha entre el esplendor y la decadencia.

Mientras esperaban el tren, sus pensamientos continuaban girando en torno a su propia posición. La riqueza no había cambiado su esencia, ni la había hecho más buena o más mala. Simplemente había añadido una capa más a la compleja red de su vida, un recordatorio de que, aunque las apariencias pueden ser engañosas, el verdadero valor de una persona no se mide en posesiones.

Ann se acomodó en una de las sillas, su mente centrada en la misión que tenía por delante. La estación, con su mezcla de lujo y abandono, era un símbolo perfecto de su propia vida: un constante equilibrio entre el deseo de lo material y la búsqueda de algo más profundo. Mientras miraba el tren acercarse, sintió una resolución firme. Este viaje no solo marcaba el comienzo de una nueva etapa en su vida, sino también una oportunidad para redefinir su propósito y su camino.

El tren finalmente llegó a la estación, y Ann se levantó con determinación, dirigiéndose hacia las puertas de la primera clase. Al abordar el tren, notó inmediatamente la diferencia en el nivel de cuidado comparado con la estación. Mientras que la estación mostraba signos de abandono, el tren relucía con un esplendor pulcro y una opulencia que, aunque a veces innecesaria, parecía tratar de imponer una grandeza ostentosa. La atención al detalle era palpable, desde los tapizados de lujo hasta las intrincadas decoraciones que adornaban cada rincón. Ann observó estos detalles con una mezcla de curiosidad y distanciamiento, encontrando en ellos una especie de teatralidad que contrastaba con la funcionalidad más sobria de la estación.

Al llegar a su compartimento, un pequeño espacio diseñado para ofrecer comodidad durante el largo viaje, se dejó caer en la cama con un suspiro de alivio. La ligera humedad del cuarto, mezcla del aroma del cuero y la madera, le recordaba la naturaleza de los viajes prolongados, y el constante vaivén del tren proporcionaba un ritmo relajante que le ayudaba a desconectar.

Mientras el tren comenzaba su trayecto, el silencio se llenaba únicamente con el suave murmullo de los rieles y el ocasional crujido del vagón. En ese ambiente íntimo y tranquilo, Ann permitió que sus pensamientos se volvieran hacia su amado. Sonrió al recordar sus momentos juntos, describiéndolo mentalmente como alguien tonto y sensible, pero con una sensualidad notable que le había capturado el corazón. A pesar de su ausencia, el amor por él seguía tan palpable como siempre.

Sus dedos acariciaron su abdomen, un gesto de ternura que contrastaba con la gravedad de su situación. Murmuró en voz alta, su tono ligero y juguetón, "¿Qué nombre te pondremos, mi pequeño engendro?" El comentario en broma era una forma de enfrentar la incertidumbre con una sonrisa, un intento de encontrar algo de ligereza en medio de la seriedad del viaje.

En la calma del compartimento, con el tren avanzando hacia su destino, Ann permitió que sus pensamientos se mezclaran entre la nostalgia y la anticipación. El futuro se desplegaba ante ella, incierto y lleno de promesas, mientras el tren se deslizaba por el paisaje, llevándola hacia el siguiente capítulo de su vida.

A la Cima del Poder - Papa Emeritus IV FanFic - LIBRO 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora