Capítulo 5

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                        5.Nuevo hogar

Zabdiel Russo

Un suspiro áspero se escapó de mis labios mientras apartaba la mirada de ella, incapaz de soportar su sonrisa.

Elevé mi mirada hacia el cielo gris y recordé a Selene, mi querida Selene. Un nudo se formó en mi garganta, tan fuerte que me costaba respirar. Cerré los ojos con fuerza, aferrándome al asiento. Si mi prima no me hubiera obligado a tomar de su vaso, nada de esto estaría pasando ahora.

"¡Todo esto es culpa suya! ¡Ella es la responsable de todo!"

Mi mente se llenó de pensamientos oscuros y amargos. Me sentía como si estuviera sumergido en un mar de resentimiento y frustración. Quería gritar, quería llorar, quería hacer algo para liberar toda la ira y la impotencia que sentía.

De repente, escuché la voz de mi prima, suave y dulce, pero que ahora me sonaba como un cuchillo que me cortaba el alma.

—Daem...

—¡No me llames así! —le espeté, sin abrir los ojos.

No quería que me llamara por ese nombre, no quería que me tratara como si todo estuviera bien. Porque nada estaba bien. Todo estaba mal, y era culpa suya.

—Lo siento —susurró, apenas pude oír lo que dijo.

—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, mi voz áspera como la arena.

Aún tenía los ojos cerrados porque no quería verla, porque sabía que si la miraba, la furia se apoderaría de mí, y no podría controlar las palabras que saldrían de mi boca.

—Puedo sentarme a tu lado

—¿Por qué?

—Porque no me gusta cómo me ven —respondió, su voz llena de nerviosismo.

Me reí, una risa amarga y sin humor. ¿No le gustaba cómo la veían?

—¿No te gusta cómo te ven? —repetí—. Hace un momento te vi sonriendoles... No me digas que ya te aburriste tan rápido.

Esperé que me gritara por lo que dije, pero nunca llegó. El silencio me hizo sentir incómodo, así que finalmente abrí mis ojos y vi a mi prima frente a mí, con una sonrisa débil en su rostro. Solo traía un short corto con un top de tirantes color blanco, que dejaba poco a la imaginación. Debajo de ese top, no traía nada, y sus senos eran visibles ante los ojos de los demás. Su piel blanca y suave brillaba bajo las luces, y su cabello rubio y largo caía en cascada sobre sus hombros.

Sentí una oleada de shock y rabia al mismo tiempo. ¿Cómo podía ser tan descuidada? ¿Cómo podía mostrar su cuerpo de esa manera, sin importarle quién la viera?

Apreté mis puños, con ganas de gritar, de golpear algo, de hacer desaparecer esa imagen de mi mente. Oí risas y comentarios vulgares, y supe que no era el único que había notado su atuendo.

—Obvio que te van a ver así, si estás vestida como una puta —gruñí con voz ronca apretando mis manos en puño.

Las palabras salieron de mi boca como lava caliente, quemando mi garganta.

—Si no quieres que me siente aquí está bien pero no tienes que insultarme —susurró, su voz llena de un dolor que me enfureció aún más.

Me saqué la camiseta y se lo arrojé en el rostro.

—Ponte eso y luego siéntate —hablé con voz ronca, cerrando mis ojos nuevamente.

No me importaba si estaba herida, no me importaba si estaba dolida. Lo único que me importaba era que dejara de ser el centro de atención de todos los hombres.

[***]

Selene, perdóname. Debí contarte en ese mismo instante, pero el miedo me estranguló, me ahogó. Miedo a que tus ojos me vieran con asco, esos ojos que siempre me habían mirado con ternura, se volvieran gélidos, llenos de repulsión. Miedo a que tu sonrisa, la que siempre me había alegrado el día, se desvaneciera.

Un carraspeo seco me hizo abrir los ojos. Vi a mi amigo parado frente a mí. Vestía un camiseta color blanco con una casaca de cuero negro que le daba un aire rebelde. Sus pantalones negros rasgados y sus botas militares completaban su imagen de chico duro. Me miró con una ceja arqueada, como preguntándome qué había pasado. Pero yo no podía hablar, no podía explicarle, no aquí. Así que solo negué con la cabeza y desvié la mirada.

—Hola Alan, gracias por venir.

—Para eso están los amigos —me ayudo a pararme.

—Estás hecho un completo asco —me miró con una mezcla de preocupación y diversión.

—Mejor hay que apresurarnos para que te curen esas heridas —añadió

—Daena, andando

Seguimos a Alan hasta su Porsche negro brillante, un monstruo de acero y velocidad, que parecía relucir bajo la luz del sol.

Después de unas horas, llegamos a nuestro destino: un edificio alejado de la ciudad, un lugar misterioso conocido como "La Guarida".

La música, una mezcla de ritmos frenéticos y bajos graves, se filtraba a través de las grietas del edificio.

Autos de todo tipo llenaban el aparcamiento, un revoltijo de metal que reflejaba la mezcla de almas que se escondían en el interior.

La música se intensificaba a medida que nos adentrábamos y más autos se encontraban dentro del edificio, creando un laberinto metálico que nos obligaba a avanzar con cautela. Además, varias motos deportivas relucían bajo la luz, añadiendo un toque de adrenalina al ambiente.

El auto se detuvo con un golpe seco, el motor aún rugía como un animal salvaje.

—Bueno niña, llegamos —anunció Alan mientras miraba a mi prima con una sonrisa.

Daena hizo una mueca de desagrado mientras bajaba del auto.

—Tu prima es un cúbito de hielo, —mencionó Alan en un tono burlón.

La música se intensificó cuando nos adentramos. Personas ebrias bailaban con una energía salvaje, sus cuerpos chocando, sus voces mezcladas con el ritmo frenético.

El aire olía a sudor, cerveza barata las peleas eran frecuentes, una danza brutal de puños y patadas. La gente apostaba, gritaba, se emborrachaba. Era un mundo salvaje.

No puedo evitar recordar esa noche. La noche en que me metí en la pelea.

No recuerdo el por qué, solo recuerdo la furia que me recorría, la necesidad de descargar toda la tensión que llevaba dentro. Gané, claro. El dinero no me importaba, solo quería sentir la adrenalina y descargar todo mí enojo.

Pero también recuerdo la mirada de Selene, llena de lágrimas y preocupación. Recuerdo la promesa que le hice, de que no volvería a pelear...

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