Capítulo 18

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                        18.El mensaje

                         
Selene Pérez

—Por qué nuestro amor terminó de esta manera, Zabdiel, cómo pudo terminar así... Mi amor, por qué no puedo odiarte después de lo que me hiciste... —susurré, mi voz temblorosa y llena de dolor, mientras miraba la foto de ambos, donde nuestras sonrisas y abrazos parecían eternos.

Las lágrimas no paraban de salir, como si mi corazón estuviera llorando, viendo la foto donde estábamos con una sonrisa, sin saber que nuestro amor estaba condenado a terminar de manera tan trágica. La imagen de Zabdiel, con su sonrisa y sus ojos brillantes, me dolía especialmente, porque sabía que ya no estaría a mi lado.

Me sentí vacía, como si una parte de mí se hubiera ido con él. El dolor era tan intenso que me costaba respirar, y las lágrimas seguían cayendo, como si fueran a limpiar el daño que había sufrido mi corazón. Quería gritar, quería preguntarle por qué, pero sabía que no obtendría respuesta. Solo me quedaba el silencio y el dolor de su ausencia.

—Te extraño tanto, mi vida —susurré, mi voz apenas audible, mientras apretaba la foto contra mi pecho, como si eso pudiera hacer que Zabdiel regresara a mi lado.

Oí como tocaban mi puerta, pero no me importaba. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Solo quería estar sola con mi dolor.

—Hija, puedo pasar —habló mi madre detrás de la puerta, su voz suave y preocupada, pero yo no respondí. No quería hablar con ella.

—Selene, por favor, ábreme —volvió a insistir, su voz un poco más firme.

—Lárgate —dije finalmente, mi voz baja y dolida, pero llena de enojo.

—Hija... —empezó a decir, pero la interrumpí.

—Dije que te largaras, no te quiero ver —grité, mi voz rota por el dolor y la rabia, mientras me tapaba la cara con las manos y me dejaba caer en la cama, sintiendo que mi mundo se había derrumbado.

Mi madre se quedó callada, y supe que se había ido, pero no me importaba. Solo quería que me dejaran sola con mi dolor, con la ausencia de Zabdiel, con la sensación de que una parte de mí se había ido para siempre.

<< —¡Qué feas trenzas tienes! Están horribles —dijo un niño riéndose, su voz alta y cruel, mientras señalaba mis trenzas con desprecio.

Mis mejillas se ruborizarón, sentí una oleada de vergüenza y humillación, y todos empezaron a reírse de mí. 

Estaba a punto de salir corriendo, de escapar de aquella situación tan dolorosa, cuando un niño un poco más alto que yo se acercó y le dio un puñetazo en el rostro al niño que se había burlado de mí. El niño se echó a llorar y se alejó, mientras el otro niño se acercó a mí.

—Hola, Bonita, ¿cómo te llamas? —dijo, inclinándose a mi altura, con una sonrisa amable, tenía los ojos grises y enigmáticos que me miraban con curiosidad. 

—Selene —susurré con voz baja, sintiendo que mi corazón latía un poco más rápido.

Él me sonrió, y su sonrisa era linda y genuina. 

—Mucho gusto, Selene, mi nombre es Zabdiel —me tendió una mano, y yo se la estreché, sintiendo una conexión instantánea.

—Ven conmigo —dijo Zabdiel, con una mirada cálida y una sonrisa suave, mientras me tomaba de la mano y me guiaba lejos del bullicio, hacia un refugio tranquilo bajo la sombra de un árbol, donde nos sentamos juntos en el césped suave.

—Mi padre me trenzó, porque mi madre estaba enferma —susurré, cuando él agarró una de mis trenzas con suavidad.

—Están muy bonitas >>

Las lágrimas caían sin parar, como un torrente incontrolable, quemando mis mejillas y ahogando mi alma, al recordar el momento en que nos conocimos, mi dolor y angustia estallaron en un grito desgarrador, un alarido primal que rasgó el silencio y sacudió mi ser entero como si mi corazón se estuviera rompiendo en pedazos.

[***]

—Vamos, amiga, come un poco —volvió a insistir Celeste, con una voz suave y preocupada, mientras me acariciaba el brazo con su mano cálida y reconfortante. 

Su presencia había sido un refugio para mí desde que llegó hace unas horas, pero ni siquiera su calor y su amabilidad podían disipar la oscuridad que me envolvía. Estaba recostada en la cama, con un brazo cubriendo mis ojos, tratando de bloquear el mundo exterior y las emociones que me ahogaban. La tristeza y el dolor me habían consumido, y no tenía ganas de nada, ni siquiera de vivir. 

—Ya te dije que no —dije, con una voz débil y sin energía, mi voz se quebraba con cada palabra, como si el simple acto de hablar fuera un esfuerzo agotador.

—Por favor, necesitas comer —dijo Celeste, con una nota de insistencia en su voz, su tono era firme pero lleno de amor y preocupación—, no has comido nada en todo el día, y necesitas mantener tus fuerzas, no puedes dejar que el dolor te consuma, amiga mía. 

—Ya te…—Cuando oí el notificación de un mensaje llegando a mi celular, mi corazón saltó con emoción y mi voz se quedó atascada en mi garganta. 

Me pare enseguida, pensando que tal vez, solo tal vez, fuera él. Que tal vez Zabdiel finalmente se había comunicado conmigo. 

—Por favor Selene, no me digas que estás esperando su mensaje —dijo Celeste, con un tono de resignación y preocupación. 

—¿Algún problema con eso? —repliqué, defendiendo mi derecho a esperar, a soñar, a creer que él todavía pensaba en mí. 

—Dime Celeste, ¿algún problema con que espere el mensaje de Zabdiel? —dije, agarrando mi celular con una mezcla de ansiedad y esperanza.

Mis dedos temblaban ligeramente al desbloquear la pantalla, y mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Y entonces, lo vi. El mensaje que había estado esperando, el mensaje que cambiaría todo. 

Una sonrisa se dibujó en mis labios, y mis manos empezaron a sudar de emoción y mi corazón empezó a latir tan fuerte que parecía que iba a salírse de mi pecho, como un tambor que golpeaba con fuerza en mi interior. Era él, era Zabdiel, el dueño de mi alma, el amor de mi vida.

 —Selene, ¿dónde vas? —preguntó Celeste, confundida y preocupada.

—No me digas que vas a encontrarte con Zabdiel —dijo, con un tono de advertencia y preocupación, como si supiera que mi corazón estaba a punto de lanzarse al abismo. 

—Sí —respondí, sin dudarlo, con una sonrisa radiante que iluminaba mi rostro, saliendo de mi cuarto y cerrando la puerta detrás de mí.

Bajé las escaleras rápidamente, como si mis pies tuvieran alas, y llegué a la cochera en un instante. Agarré la llave del coche y me subí al vehículo, sintiendo que mi corazón iba a estallar de emoción. Arranqué el motor y me marché, sin mirar atrás, sin preocuparme por nada, solo con el pensamiento de encontrarme con mi Zabdiel, mi querido Zabdiel, el amor de mi vida.

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El precio de una noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora