Capítulo 21

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                         21.Obsesión

Dereck Brown 

Solo puedo imaginarme a Daena debajo de mí, sus ojos azules brillando con deseo, sus labios rojos y suaves susurrando mi nombre. Nadie más, solo ella, me obsesiona desde que la conocí. Solo quiero estamparla contra la pared y besarla con fuerza, sentir su calor y su sabor.

—¡Ah!... Qué rico —la voz de la chica a quién me la estaba follando me sacó de mis pensamientos.

Era como un golpe de realidad, un puñetazo en el estómago que me devolvió al presente.

—Ponte en cuatro —dije, separándome de ella. 

—¿Eh? —sus ojos se abrieron con confusión, pero no había inocencia en ellos, solo una lujuria barata.

—Sabes que, lárgate —me levanté de la cama.

—No, no, espera —me agarró del brazo, sus dedos se clavaron en mi piel. —Haré lo que me digas

Ella se puso en cuatro, su cuerpo se arqueó con obediencia. Me acomodé sobre ella y empecé a embestirla con fuerza una y otra vez. 

Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento, imaginando a Daena, su sonrisa radiante, su mirada penetrante. El placer creció, el ritmo se aceleró, y finalmente, el clímax llegó. 

—Daena —susurré su nombre, con un deseo que me consumía por completo, mi voz temblando de emoción.

No me importaba nada más que la pasión que ardía en mi interior, la obsesión que me poseía. 

—¿Qué mierda? —se volteó, molesta y confundida, sus ojos brillando con lágrimas de rabia—. ¿Quién es esa perr...?

—Cuidado con lo que dices —le agarré de la mandíbula con fuerza, mis dedos hundidos en su piel—. ¿Entendiste?

Ella asintió, sus ojos abiertos de par en par, llenos de temor. Su respiración era agitada, su rostro pálido y sudoroso.

Se paró enseguida, empezando a vestirse con manos temblorosas, sin dejar de mirarme con una mezcla de miedo y confusión. Sus dedos se movían con torpeza, como si fueran ajenos a su cuerpo.

—Qué patética —murmuré, sin poder contener mi desdén, mi voz cargada de veneno.

Luego salió por la puerta, y mi mirada se deslizó sobre su figura. Era linda, tenía un cuerpo esbelto y atractivo, pero no lograba captar mi atención. Desde que conocí a Daena, ninguna mujer podía compararse con su belleza y encanto.

Mi mente siempre regresaba a ella, a su sonrisa, a sus ojos brillantes. Quería poseerla, hacerla mía, sentir su piel bajo mis dedos. Pero había un obstáculo: era la prima de mi amigo, y él me había advertido explícitamente que no me acercara a ella.

La idea de no poder tenerla me consumía, me llenaba de una furia y un deseo incontrolable que me estrangulaba.

Tuve que controlarme con toda mi fuerza cuando la vez que ella me besó; su cálido aliento en mi piel me hizo sentir abrumado, mareado por el deseo. Sólo quería hacerla mía en ese instante, saborear sus labios suaves, sentir su cuerpo cerca del mío, sentir su calor y su esencia.

Pero recordé que ella estaba prohibida para mí, que era un tabú inquebrantable.

Estoy obsesionado con ella, una niña de 14 años que me tiene bajo su hechizo, en un juego de seducción donde yo soy el prisionero. Su sonrisa es mi perdición, sus ojos mi condena.

No puedo escapar de esta atracción devastadora, de este amor prohibido que me consume.

Si no fuera la prima de Zabdiel, ya sería mía.

***

Bajé las escaleras después de bañarme y me dirigí a la sala. De repente, me crucé con Mateo, que venía en dirección contraria. Pasó por mi lado, rozándome casi, y me lanzó una mirada agresiva y fría que me dejó desconcertado.

No entiendo qué le pasa últimamente; siempre me mira como si quisiera matarme, con una furia en sus ojos.

Entré a la cocina y mis amigos estaban ahí, me fui al refrigerador y saqué una botella de agua helada.

—¿Por qué tienen esa cara? —pregunté bebiendo el agua de la botella, sintiendo el líquido refrescante bajar por mi garganta. 

—Daena y Zabdiel discutieron de nuevo — respondió Lucas con semblante serio.

—¿Y ahora por qué? 

Lucas comenzó a contarme, y yo solo escuchaba con atención, mi mente analizando cada palabra, hasta que mencionó que tenía que hablar con Zabdiel. 

—¿Por qué tengo que ir a hablar yo? —pregunté, poniendo la botella en la mesa con un golpe seco. 

Lucas me miró con una mezcla de frustración y desesperación. 

—Porque eres el único a quien le va a escuchar —exclamó. —Si Zabdiel sigue así, Daena puede perder el bebé. ¿Es eso lo que quieres?

Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. 

—Claro que no —respondí, apretando la mandíbula con fuerza, intentando contener mi ira.

—¿Por qué quería que Daena perdiera el bebé?

Lucas se rió, con una risa amarga y sarcástica. 

—Es en serio, Dereck. Ya te olvidaste que por tu culpa casi la mata ahorcándola. 

Maldición, ¿por qué tiene que recordarme ese día?

—Dereck, queremos que Daena ya no sufra más —mencionó Alan —Zabdiel solo te escuchará a ti, sin intentar golpearte 

—Bien —dije, saliendo de la cocina para hablar con mi amigo cabezadura. 

Bajé las escaleras al segundo piso, donde sabía que lo encontraría, porque era el único lugar al que iría para calmarse después de discutir con Daena. 

Y ahí estaba, golpeando el saco de boxeo con furia, el sudor corriendo por su rostro, su mirada fija en el saco como si estuviera golpeando a su propio demonio. 

Me acerqué a él, sabiendo que debía tener cuidado con las palabras, que una mala elección podría hacer que estallara de nuevo. 

—Hola amigo, me enteré que te reconciliaste con Selene —comenté intentando romper el hielo. 

—Ve al grano, sé que viniste hablar sobre Daena —exclamó, dejando de golpear el saco de boxeo y sacándose los guantes con un gesto brusco. 

—Tienes razón, vine a hablar sobre ella —decidí ir directo al punto. —Zabdiel, quiero que dejes de gritarle, de culparla de todo. Estás siendo injusto con ella. 

Zabdiel no respondió, simplemente se dirigió al mini bar para servirse una bebida, su silencio era más elocuente que mil palabras. 

—Si continúas así, puede que pierda el bebé —insistí, mi voz firme pero llena de preocupación. —Y sé que quieres tenerlo, también sé que quieres pedirle perdón, pero tu orgullo no te deja.

Zabdiel se detuvo, con el vaso en la mano, y me miró con una mezcla de ira y dolor en sus ojos, como si estuviera luchando contra sus propios demonios.

—Daena en cualquier momento dejará de soportar que la critiques o que la culpes —dije, mi voz firme pero llena de empatía. —Sabes muy bien que a ella no le gusta que le griten o que le den órdenes, pero ahora está soportando todo eso porque se siente culpable.

Zabdiel apretó la mandíbula y su rostro se tensó, como si estuviera conteniendo una tormenta interna. 

—Bien, mañana le pediré disculpas —dijo finalmente, su voz baja y resignada. 

—Resuelto el tema, ahora me dirás por qué sigues trabajando cuando te dije que lo dejaras. 

Zabdiel empezó a trabajar descargando frutas y verduras de los camiones, y le dije que no era necesario, pero al parecer no me había hecho caso.

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El precio de una noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora