Las personas no somos juguetes

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La noche había caído sobre la playa de Menorca, y el cielo estrellado se extendía sobre ellos como un manto. Hugo y Carlos se movían entre risas y bromas mientras buscaban la forma de hacer una fogata. Las olas del mar rompían suavemente contra la orilla, proporcionando un relajante telón de fondo al bullicio del grupo.

Emma y Ruslana se habían quedado a solas, sentadas en la arena cerca del campamento. La pelirroja, que parecía no tener mejor entretenimiento, decidió molestar a Emma.

—Oye, pija, ¿qué tal Hugo? —preguntó Ruslana con una sonrisa maliciosa—. Parece que os lleváis bien.

Emma, que había empezado a conocer las intenciones de Ruslana, no se dejó intimidar.

—Sí, Hugo es guay —respondió con indiferencia, mirando a Ruslana con una sonrisa enigmática—. Es divertido, guapo, y además, sabe cómo tratar a una chica.

Ruslana levantó una ceja, notando el tono sarcástico de Emma.

—¿Ah, sí? ¿Y qué tal te trata a ti? —vaciló Ruslana, intentando ocultar su incomodidad.

Emma se inclinó un poco hacia Ruslana, con una sonrisa pícara en los labios.

—Me trata justo como me gusta que me traten —respondió, disfrutando de la reacción de Ruslana—. Pero dime, Ruslana, ¿cómo te trata mi hermano?

La pelirroja no pudo evitar morderse el labio, sintiendo que Emma había tomado el control de la conversación.

—Carlos es perfecto —dijo, intentando mantener la compostura—. No tengo quejas.

Emma sonrió aún más, sabiendo que había tocado una fibra sensible.

—Me alegro por ti —dijo, sin dejar de mirarla.

Un rato después, Hugo y Carlos habían conseguido encender la fogata, y el grupo se reunió alrededor de las llamas. La luz del fuego iluminaba sus rostros, creando un ambiente cálido y acogedor. Las risas y las historias comenzaron a fluir, y todos parecían relajados.

Emma, sintiendo que Ruslana estaba celosa de Hugo, decidió llevar su juego un paso más allá. Se acercó a Hugo, quien estaba sentado a su lado, y le dio un beso en la mejilla. Hugo, sin perder el ritmo, le devolvió el gesto con un beso en la sien. Carlos, viendo la interacción, sonrió, feliz de ver a su hermana contenta.

Pero Ruslana, por dentro, hervía de celos. Aunque intentaba mantener una fachada tranquila, no podía dejar de imaginar mil formas de deshacerse de Hugo. Ver a Emma tan cerca de él la ponía nerviosa, y cada gesto cariñoso que compartían era una punzada en su corazón.

La conversación alrededor de la fogata continuó, con Hugo contando historias divertidas y todos riendo a carcajadas. Pero Ruslana apenas podía concentrarse en las palabras. Sus pensamientos estaban nublados por la imagen de Emma y Hugo juntos. ¿Por qué le afectaba tanto? Carlos estaba a su lado, y él era todo lo que debería importarle. Sin embargo, cada vez que veía a Emma y Hugo juntos, sentía un nudo en el estómago.

Emma, notando la incomodidad de Ruslana, decidió disfrutar un poco más de su juego.

—Hugo, ¿recuerdas esa vez en la piscina de Maria? —preguntó, lanzándole una mirada cómplice.

Hugo rió, asintiendo.

—Claro, donde te salve la vida.

Emma se inclinó hacia él, sus rostros muy cerca.

—Fue muy guay, aunque casi muero, pero la pasamos muy bien—dijo, haciendo que Ruslana apretara los puños.

Carlos, ajeno a la tensión, seguía riendo y participando en la conversación. Pero Hugo, quien empezaba a notar las miradas de Ruslana, decidió intervenir de manera más directa.

—Bueno, chicos, creo que deberíamos relajarnos un poco —dijo, poniéndose de pie—. Vamos a buscar más leña para la fogata, ¿te parece, Carlos?

Carlos asintió, levantándose también.

—Buena idea. Emma, Ruslana, volved a llenar las cantimploras de agua.

Emma y Ruslana se quedaron solas de nuevo, la tensión palpable en el aire. Mientras caminaban hacia el mar, Ruslana finalmente no pudo contenerse más.

—¿Te diviertes, Emma? —preguntó, con una chispa de resentimiento en su voz.

Emma la miró, sorprendida por la agresividad en su tono.

—¿Qué quieres decir? —respondió, aunque sabía perfectamente a qué se refería.

Ruslana se detuvo, girándose para enfrentar a Emma.

—Sé lo que estás haciendo. Crees que puedes jugar con Hugo a los novios, pobre tonto.

Emma levantó una ceja, cruzando los brazos.

—¿Te importa?

Ruslana apretó los dientes, sin saber cómo responder. Emma tenía razón, y eso la frustraba aún más.

—Solo quiero que dejes de jugar con el, será un gilipollas y un tonto, pero también tiene sentimientos—dijo finalmente, bajando la voz.

Emma suspiró, dejando caer los brazos a los costados.

—No estoy jugando con sus sentimientos, Ruslana. Solo intento entender qué quiero. Y Hugo… es muy gracioso, además no lo invite yo.

Ruslana no pudo evitar sentir una punzada al escuchar las primeras palabras de Emma.

—Las personas, no somos juguetes, deberías haberlo entendido hace mucho, cuando te lo dije el curso pasado —su voz quebrándose un poco, creía que Emma podía cambiar, pero seguía siendo la misma. Solo que ahora, no estaba tan pendiente de Ruslana.

Emma se acercó, colocando una mano en el hombro de Ruslana.

—Ruslana, tu no eras un juguete para mi y Hugo tampoco lo es.— Le aclaro mirándola directamente a los ojos.

Ruslana asintió lentamente, sintiendo que una parte de ella se relajaba, fue como si Emma la hubiese hipnotizado con esos ojos color cielo.

—Espero de verdad, que eso sea verdad.

Emma sonrió débilmente. Al principio Hugo si era un juguete, pensó.

—Nunca te vi como un juguete y tu sabes porque— Dijo recordando cuando le confesó a Ruslana sus sentimientos.

Las dos chicas regresaron a la fogata, sintiendo que, aunque la tensión no había desaparecido del todo, al menos habían dado un pequeño paso hacia la comprensión. La noche continuó, y aunque las llamas de la fogata empezaron a menguar, el calor de sus corazones mantenía la noche viva.

BATALLA DE CORAZONES|    RUSLANA OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora