La primera vez que Carlota aceptó su don de empatía fue una madrugada de principios de septiembre, mientras descendía las escaleras del metro de Cuzco. La sensación de angustia, tirantez y dolor que invadió su pecho no le dejó más opción que admitirlo. Carlota era un almacén de su propio dolor, lo conocía bien; lo había medido, se había enfrentado a él. Por eso sabía que ese dolor no era suyo.
Cuando finalmente bajó las escaleras, se aproximó a la mujer que tenía delante y, tomándola del brazo, le dijo:
—Escucha, no merece la pena. Lo que no te mata te hace más fuerte.
—¿Cómo sabes...?
—Tus ojos —interrumpió Carlota—. Yo también he conocido el dolor.
La mujer asintió, y Carlota se alejó. En realidad, Carlota había mentido: sus ojos no le habían dicho nada. Pero la realidad era tan increíble, que no podía contarla.
Todo había comenzado unos meses atrás, la noche de verano en que Lucas rompió con ella. Aquella noche, las estrellas brillaban levemente en el cielo gris del norte de Madrid. Sin entender cómo, Carlota supo la verdad tras las palabras de Lucas. Tampoco en esa ocasión lo había leído en sus ojos oscuros; lo supo por el nerviosismo que invadió su pecho, por la sensación de satisfacción al ocultar un secreto y por la alegría que él escondía por su nueva vida. Carlota había comprendido con claridad que había otra persona. Fue mucho después cuando identificó a esa persona entre todas las de aquella maldita ciudad. Y fue esa mañana en el metro cuando se dio cuenta de que lo sabía gracias a su extraño don.
Lo había negado desde entonces. ¿No era una absoluta locura? Pero también era incuestionable. Era la única explicación para todo lo que estaba sintiendo, para esas sensaciones ajenas sin sentido. Había dejado de comer, de pintar, no tenía ganas de nada. Sus rizos se habían deshecho. Había perdido su bronceado, junto con varios kilos. Su madre pensaba que estaba enloqueciendo por amor y celos, culpa de Lucas. Carlota había buscado respuestas en todas partes, incluso consultando el horóscopo de Aries, su signo del zodiaco.
Cuando el metro llegó, Carlota subió y se sentó durante las siete paradas que la separaban de Plaza de España, haciendo lo posible por esquivar los sentimientos de la multitud que la rodeaba. Al bajar del metro y subir por las interminables escaleras mecánicas, intentó ignorar sus propias emociones al recordarse a sí misma con Lucas, abrazados, cada uno en un escalón diferente, mientras el mundo dejaba de existir más allá de ellos dos.
Finalmente, salió del metro y respiró con profundidad. Ascendió por Gran Vía, dejando atrás las tiendas, los teatros, los restaurantes, el Club de la Comedia, la vieja Calle de los Libreros. Esas tempranas horas eran las únicas en las que el centro de Madrid no estaba atestado de gente, como si sus calles no hubiesen despertado después de largas noches intensas.
Cuando llegó a su destino, la Escuela Europea de Diseño, pensó en todo lo que había luchado por estar allí y lo poco que lo estaba disfrutando debido a su poder.
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Signos - Saga del Zodiaco I
FantasyEn un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...