Adrián acudió puntual a su cita. No había nadie cuando llegó, pero sabía que era cuestión de tiempo y se alegró de haber llegado primero. Sospechaba que al hombre calvo no le entusiasmaban las esperas, a pesar de haberse hecho esperar todos esos meses.
Adrián sabía que el extraño hombre acudiría. Lo había visto en una de sus visiones: la fecha, el lugar, la hora. En los Jardines de Sabatini, a las dos y media del primer día de noviembre, después de la más terrorífica noche de Halloween. En el otro camino de la visión, había vuelto a ver la ciudad encapsulada. El recuerdo hizo que un escalofrío recorriera su espalda.
Se sentó a esperar en un banco, con la figura del Palacio Real recortándose a sus espaldas. En un día tan frío como aquel, los laberintos de los jardines estaban vacíos. Sin embargo, no le escuchó llegar.
Apareció sentado a su lado, justo cuando Adrián miraba el reloj. No se sorprendió, porque ya lo había vivido en su visión unas horas atrás. Adrián le observó: era más alto de lo que había imaginado y su presencia imponía. Llevaba una gabardina gris y un sombrero negro, que apenas dejaba entrever su cabeza completamente calva. Su piel era tan fina que parecía estar hecha de papel, y sus ojos, de un azul tan claro que rozaban lo inhumano, destacaban bajo el ala del sombrero.
—Vuestra aventura comienza ahora, joven Piscis —dijo con una voz grave que resonó en el aire gélido.
El sobresalto de Adrián fue inmediato, como si alguien lo hubiera sacudido de su ensueño. ¿Piscis? ¿Por qué le llamaba por su signo del zodiaco? Las palabras le quemaban en la lengua, pero no lograba organizarlas. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era ese hombre?
—Pareces perdido, joven pez —añadió el hombre, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.
—¿Acaso crees que no debería estarlo? —soltó al fin, su voz sonando más brusca de lo que había querido.
El hombre no se inmutó. Lentamente, se quitó el sombrero, revelando su calva reluciente bajo el débil sol de noviembre. El silencio entre ellos se alargó, roto solo por el piar distante de los pájaros y el lejano murmullo del tráfico.
—¿Quién eres tú? —Adrián se atrevió finalmente a romper la tensión, su corazón latiendo con fuerza— ¿Qué somos nosotros? ¿Qué significa todo esto?
El hombre le miró con esos ojos casi transparentes y Adrián sintió que un miedo irracional lo envolvía.
—Lo siento, Adrián —dijo el hombre, con un acento difícil de identificar—. Aún no puedo darte todas las respuestas que necesitas.
Una ráfaga de viento les sacudió y Adrián sintió escalofríos. Entonces se dio cuenta de algo: ¿le acababa de llamar por su nombre?
El hombre emitió un profundo suspiro, y Adrián notó su incomodidad. Parecía disgustado, como si quisiera retrasar la conversación.
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Signos - Saga del Zodiaco I
FantasyEn un Madrid lleno de misterio, el dolor de una ruptura amorosa despierta en Carlota un don extraordinario: la empatía. Cuando conoce a Adrián, un joven enigmático con el poder de ver el futuro, su vida da un giro inesperado. Juntos, se embarcan en...