Capítulo 18

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Los días pasaron con mucha lentitud. Mi cuerpo aun no me respondía de forma adecuada, pero al menos el dolor constante en mis músculos y mis heridas había disminuido de forma considerable. Después de aquella pelea, Lilya no me dirigía la palabra, o al menos lo evitaba. Cuando entraba a la habitación, solo se limitaba a preguntarme si estaba bien, me cambiaba los vendajes, y después se iba. Todo de la forma más fría posible. Las únicas veces donde se ponía medianamente más alegre era cuando me traía la comida, y mis músculos de mis brazos al temblar constantemente, me hacían imposible comer por mí mismo, así que ella me ayudaba.

Ella me odiaba, eso era claro; pero al mismo tiempo me quería, y eso era lo que me confundía. Quizá no me odiaba, solo estaba molesta, y era comprensible. Había sido un imbécil con ella, además de que eso de estar cuidando a un vagabundo con los huesos rotos que ni ponerse de pie por sí mismo podía, no debía ser muy agradable. Pese a que Lilya se comportaba de manera fría conmigo, supongo que era el castigo que merecía por ser un cretino.

Antes de terminar la semana, le dije a Lilya que estaba cansado de los baños de esponja, y que en serio necesitaba tener un baño de verdad. Ella soltó un greñudo, no estando muy convencida, pero aceptó mi sugerencia.

Podía caminar, pero débilmente y apoyado de algo, en este caso de Lilya, que puso mi brazo sobre su hombro, y gracias a que las últimas semanas había perdido bastante peso, pudo aguantarme. Cuando llegamos al baño, Lilya preparo la tina con agua tibia, y me ayudó a quitarme la ropa, hasta quedar desnudo. Las vendas aún se veían manchadas de sangre y los moretones como cicatrices, recientes y pasadas, eran visibles y llamativas en mi piel sucia.

No sentí pena por estar desuno frente a Lilya. Además de que le tenía la confianza suficiente como para que no me importara tanto, al cambiarme los vendajes tuvo que quitarme la ropa en más de una ocasión. Su actitud me hacía sentir cómodo; como la de una enfermera profesional la cual solo estaba cuidando a un paciente suyo, o al de una misma madre que se preocupaba por su hijo. Era una sensación que me hacía sentir seguro y protegida con ella, en donde la vergüenza no había lugar.

-Bueno, tómalo con calma Arthur, no vayas a resbalar aquí porque eso sería fatal, y al estar todo mojado eres más escurridizo -me dijo Lilya una vez terminó de llenar la tina en el diminuto baño, a lo que yo solo asentí, y con su ayuda, me acerque.

Metí mis pies al agua, y con ella sujetándome de ambos antebrazos por las axilas, me ayudó a descender lentamente, hasta que todo mi cuerpo estuviera dentro del agua, para fortuna de los dos, sin ningún incidente. Aunque mis músculos se pusieron muy tensos por el enorme esfuerzo, una vez sumergidos en el agua tibia, sentí como de inmediato se relajaron al punto de casi quedar adormecidos. Suspire, aliviado, y recargue mi cabeza hacia atrás, cerrando los ojos levemente, y disfrutando la sensación del agua en mi cuerpo.

-Venga Arthur, no te me vayas a quedar dormido que te me ahogas -me dijo Lilya, golpeándome en el hombro para que abriera los ojos-. Sé que estás cansado, así que voy a lavarte todo el cuerpo yo, pero tú te lávalas ahí abajo -me comento, tomando la botella del shampoo y echándola en todo mi cabello, comenzando a frotar con sus manos suavemente mi cabeza, haciendo espuma con ella.

-Sí que te convertiste en toda una monja ¿no? -le dije en broma, pero ella me soltó un zape en la nuca, antes de seguir limpiando mi cabello.

-Mira, eres como un gatito al que lavo la cabecita. A este punto estás más cerca de ser una especie de mascota para mí.

Ahora yo la ataque, golpeando con mi mano el agua, salpicando su cara y parte de su blusa.

-¡No, no hagas eso tarado! -me gritó ella entre risas, cubriéndose del agua.

Crónicas de un criminal. La danza de la muerte (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora