Capítulo 8

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Ryuu.

1967

Una patada se insertó en el estómago de Ryuu, al mismo tiempo que recibía otra en la espalda, y una más en la cabeza, lo que lo obligó a utilizar sus brazos para protegerse lo mejor que pudo, haciéndose bolita en el suelo.

-¡Ni creas que eso te va a salvar tarado! ¡Vamos, levántate! -le gritó uno de los niños, mientras le soltaba repetidas patadas en las costillas, a lo que Ryuu solo cerró los ojos, tratando de soportar el intenso dolor, brotándole lágrimas desde sus apretados párpados.

-Basta... ya basta... -murmuró el pequeño Ryuu con dolor, pero los niños no se detuvieron. Lo siguieron golpeando y pateando un par de minutos más, hasta que finalmente, terminaron por aburrirse.

-Es un debilucho, en serio que todo esto por un simple collarcito; hubiera sido más fácil que no los entregara y ya -se burló uno de los niños, soltándole una última patada a Ryuu, quien arqueó su espalda, escupiendo sangre.

-Ya vámonos, antes de que alguien venga.

-Nos vemos mañana Ryuu, espero que esta vez no trates de hacerte el valiente -volvió a burlarse el mismo niño, mientras los otros cuatro se soltaban a reír juntos, yéndose de la parte trasera del colegio, donde habían arrastrado a Ryuu para que ningún adulto viniera a salvarlo.

Ryuu trató de ponerse de pie, pero sus pequeños brazos no lograron soportar el peso de su cuerpo, cayendo de nuevo al suelo. Todo le dolía muchísimo, además de que la cabeza le daba vueltas. Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos, pero no de tristeza o de dolor, si no de rabia. Rabia de no haber podido defenderse, de no poder evitar que le metieran una paliza, que le robaran el collar que su madre le había regalado como cumpleaños. Una impotencia que poco a poco se fue convirtiendo en ira, brotando así un pensamiento que le llenó de coraje para poder volver a ponerse de pie: venganza.

Cuando se logró poner de pie, fue directo a su casa, corriendo con las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando llegó, rápidamente deslizó la puerta, alterado y molesto, y corrió directo al patio de su casa, atravesando toda la sala, eufórico.

-Hola hijo ¿Qué tal? ¿Cómo te fue en...? ¿Ryuu? Ryuu ¿Qué tienes? ¿Qué pasa? -le preguntó su padre, confundido, mientras veía pasar al chiquillo corriendo frente a él, hacia el patio.

Su madre solo le miro desde la lejanía de la habitación, en silencio.

Cuando Ryuu atravesó el patio, y corrió hasta la puerta de la habitación donde su madre guardaba todos los objetos valiosos que poseía la familia: Su legado samurái.

Nada más al abrir la puerta, Ryuu se encontró con un hermoso santuario, lleno de pinturas, telas, baúles y fundas de armas vacías. Pero al fondo de la pared, se encontraba una autentica armadura Samurái teñida de colores rojos y negros, colocada sobre un soporte de madera que la dejaba ver en todo su esplendor. El casco característico del samurái, la máscara pintada y tallada, la pechera con las estarlas de colores, con las borlas y adornos colgando del cuello, sin olvidar las llamativas hombreras que se alzaban imponentes desde la espalda. Ryuu no pudo evitar quedarse pasmado al ver la armadura tan cerca; era la primera vez desde que tenía memoria que venía él solo, sin la compañía de un adulto, lo que le daba cierto éxtasis al momento.

 Ryuu no pudo evitar quedarse pasmado al ver la armadura tan cerca; era la primera vez desde que tenía memoria que venía él solo, sin la compañía de un adulto, lo que le daba cierto éxtasis al momento

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Crónicas de un criminal. La danza de la muerte (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora