Lilya había salido ese día de la iglesia temprano por víveres. Yo por mientras, trataba de barrer la planta principal para poder ayudarle en las tareas. No me gustaba estar acostado todo el día sin hacer nada recibiendo comida gratis; era como ser un parásito que se alimentaba a costa de los demás. Y era en lo último en lo que quería sentirme.
Me recuperé más rápido de lo que esperaba. Mis heridas empezaban a cicatrizar y mis músculos responden cada vez mejor. No salía mucho de la iglesia; la mayor parte del tiempo me quedaba con Lilya. Se suponía que, cuando regresara, finalmente saldría al pueblo para darle un pequeño recorrido. Aunque no era una idea que me emocionara, últimamente mi estado de ánimo había disminuido de forma tan preocupante que Lilya insistió en que salir un poco me haría bien. No quise discutir mis razones para preferir ser un ermitaño; era más fácil así.
Mientras barría, empecé a observar con curiosidad las pinturas y esculturas religiosas del edificio. Aunque era una iglesia grande, no era muy ostentosa. Supongo que su calidez provenía de su sencillez. Nunca fui creyente, ni yo ni mi madre, y pocas veces en mi vida había pisado una iglesia. Pero... era agradable estar en ella. En el centro de ella estaba la típica escultura de Cristo crucificado, hecha de madera y porcelana, colgada en el centro, debajo de donde Isaac daba sus sermones y su cátedra.
Fue la primera vez que me detuve a mirarlo con cuidado. No entendía el por qué a la gente le encantaba esa imagen. Era solo un hombre herido y roto en su lecho de muerte, en un sufrimiento constante. La corona de espinas y los clavos en sus manos y pies; sin duda era una representación deprimente.
Me quedé mirando unos segundos... y por alguna razón, sentí el impulso de querer hablarle. Se suponía que él era el todopoderoso que controlaba los hilos de nuestro mundo, o al menos era el hijo de quien lo era; nunca entendí bien esa parte de trasfondo cristiano, pero ese no era el punto. El punto era que él, tal y como lo veía, roto, débil, y moribundo... era un símbolo de esperanza. O eso es lo que la gente me quería hacer pensar.
Me acerque a la escultura, y la mire directo a sus ojos tristes y cansados; me recargue en la escoba utilizándola como apoyo, y menee mi cabeza a un lado, observándola con curiosidad.
-Así que... tu eres el grande. El "rey de reyes", el "salvador" ¿no? -comencé hablarle quizá en un tono condescendiente, pero sin querer sonar egocéntrico-, mira qué curioso. De todas las maneras en las que uno se imaginaría a un rey, jamás sería en uno con una corona de espinas y colgado como un animal. Supongo que la vida no fue justo con ninguno de los dos...
Baje la cabeza un poco, y suspire con tristeza. Después volví a levantar la mirada, cambiando a una un poco más compasiva.
-Creo que es más que obvio que, según tus estándares y los de todos los demás, soy un pecador. Así que no sé si me estás mirando con tristeza, con enojo, con lástima... ¿o tal vez con amor?
Y de reojo, pude ver una vez más la silueta de Oscar en la oscuridad, atormentándome, con una sonrisa burlesca en sus labios, mirando mi autocompasión con recelo y vergüenza. Volví a guardar silencio, y tomé aire, decepcionado.
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Crónicas de un criminal. La danza de la muerte (3)
Aksi"Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en un monstruo". Arthur se encuentra en su punto más bajo hasta ahora. El deterioro moral y mental que ha tenido que soportar tras varios acontecimientos trágicos y traumáticos le han llevad...