El Asedio de la Costa Atlante: Parte I

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Capítulo XII

El general Karloto observaba el horizonte desde su puesto en la costa, donde los cincuenta lanzapiedras estaban dispuestos a lo largo y ancho como la primera línea de defensa. Con un gesto decidido, ordenó a los soldados cargar las máquinas de guerra. Sabía que cada segundo contaba y que la precisión era clave para mantener a raya a la flota persa que se acercaba.

Volteó hacia la general Nereida, quien estaba al mando de los arqueros, y le indicó que preparara a sus hombres para disparar antes de dar la orden a los lanzapiedras. Era crucial que los invasores no tuvieran tiempo de esquivar las piedras. Nereida asintió, comprendiendo la importancia de la sincronización en su estrategia.

Mientras tanto, los almirantes Aithíōn y Egan, encargados de la flota atlante, habían organizado un cerco con todos los barcos disponibles. Los barcos estaban en posición defensiva, con sus tripulaciones protegidas dentro para evitar ser alcanzadas por las flechas enemigas. La tensión en el aire era palpable mientras los atlantes se preparaban para la inminente batalla.

Cuando los primeros treinta barcos persas entraron en la línea de tiro, la general Nereida gritó a sus quinientos arqueros -¡Fuego!; Una lluvia de flechas se elevó en el aire, creando un arco mortal que descendió sobre los barcos enemigos. Diez segundos después, Karloto dio la señal a los artilleros -¡A mi señal... fuego!; Los lanzapiedras rugieron, lanzando enormes proyectiles hacia la flota persa.

Detrás de la línea de fuego, la armada persa avanzaba implacablemente. Las galeras persas rodeaban el barco de Jerjes, formando una barrera protectora. Jerjes, alzando su espada, daba instrucciones a sus capitanes, quienes sabían exactamente cómo proceder. Treinta barcos persas tomaron posición y avanzaron, cubriendo a los demás.

De repente, el cielo se oscureció con la masa de proyectiles atlantes. Los soldados persas se apresuraron a cubrirse con sus escudos o a refugiarse dentro de sus barcos. En cuestión de segundos, los treinta barcos fueron hundidos por los lanzapiedras atlantes. Jerjes, enfurecido, agarró a Arash y le gritó -¡Dijiste que no serían rivales, que no tenían ejército! ¿Qué significa esto?" Arash, nervioso, trató de justificarse -¡Ellos nunca mostraron soldados cuando estuve aquí!; Jerjes lo soltó con desprecio y gritó a Qaisar y Arash -Hagan algo, debemos desembarcar!

Los lanzapiedras atlantes eran efectivos pero lentos, tomando alrededor de diez minutos para recargarse y apuntar nuevamente. Durante este intervalo, los barcos persas se acercaron peligrosamente al cerco atlante. Los soldados atlantes, sin perder tiempo, salieron a cubierta para enfrentar a los invasores con lanzas y espadas. Los soldados persas, aunque numerosos, no podían igualar la destreza y disciplina de los atlantes, que fácilmente podían luchar contra tres enemigos a la vez.

Qaisar, viendo el estado desesperado de la batalla, ordenó a sus arqueros disparar. Esta acción sacrificó a muchos de sus propios hombres, pero rompió el cerco atlante y permitió a más barcos persas llegar a la costa. La situación se tornaba cada vez más crítica para ambos bandos.

Después de recargar los lanzapiedras, Nereida ordenó otra descarga de flechas, seguida diez segundos después por los proyectiles de Karloto. Esta táctica hundió otros cuarenta trirremes y galeras persas. Karloto, viendo el éxito del ataque, encendió una antorcha y la alzó como señal para los generales Xylon y Halia, quienes rápidamente ordenaron a sus pelotones tomar posiciones defensivas en la costa.

A unas dos millas náuticas de la batalla, los almirantes Leandro, Castor y Kurosh observaban con atención, listos para intervenir si era necesario. También esperaban la oportunidad de rescatar a Arash si el barco de Jerjes quedaba expuesto.

En el lado persa, Arash sonó el cuerno de guerra tres veces, una señal clara de que el desembarco estaba por comenzar. Treinta barcos persas llegaron a tierra firme, desembarcando tres mil soldados. Los arqueros persas cubrían a sus compañeros, forzando a los pelotones de Xylon y Halia a mantenerse a cubierto sin poder contraatacar.

Karloto y Nereida, viendo el constante arribo de barcos enemigos, repitieron su estrategia. Los números de barcos hundidos ascendieron a ciento treinta y tres casi la mitad de la flota persa. El rey Atlas, listo para la batalla con su caballería de ciento cincuenta tropas, esperaba pacientemente la segunda señal de antorcha para unirse a la lucha.

Nereida, dándose cuenta de que más y más barcos persas seguían desembarcando soldados, ordenó a sus arqueros apuntar a los arqueros enemigos, permitiendo a los pelotones de Xylon y Halia contraatacar a los soldados que desembarcaban. Mientras tanto, Jerjes, furioso por las pérdidas, ordenó a Arash unirse a la batalla en tierra. Sin otra opción, Arash tomó el timón y dirigió su barco a la costa.

Al este, el almirante Castor, viendo el movimiento de los persas, gritó -¡Se dirigen a la costa!; De inmediato ordenó a sus barcos rodear a los persas restantes. Karloto, organizando el último ataque de los lanzapiedras, corrió a encender la segunda antorcha. Al ver la señal, el rey Atlas gritó -¡Por la Atlántida!; y cabalgó al frente de batalla con su caballería.

Los barcos persas restantes arribaron a tierra firme. Noventa y tres barcos, excluyendo el de Jerjes, sobrevivieron y desembarcaron un total de nueve mil trescientos soldados. Estos atacaron a los pelotones de Xylon, Halia y Nereida. La armada de Castor y Leandro, viendo que no llegarían a tiempo, decidieron que sería mejor idea desembarcar para apoyar en el frente. Finalmente, el barco de Jerjes llegó a tierra y al descender con su guardia real, la verdadera batalla comenzó.

Atlántida: Se Alza Un Nuevo Imperio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora