Historias del Pasado y Vínculos del Presente: Parte I

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Capítulo XVIII

Mientras se encontraban cabalgando, aprovecharon el tiempo para conocerse mejor, por lo que Karloto en un momento de silencio, aprovechó para preguntar a Kurosh y Arash -¿Cuál es su historia?- por lo que de inmediato Aithiōn interrumpió diciendo -No los importunes-, a lo que Arash respondió -Tranquilo, no me importuna-, -A mi tampoco-, agregó Kurosh. -¿Y bien?- volvió a preguntar Karloto. Arash tomó primero la palabra y comenzó a contar su historia.

Yo desde que tengo memoria he sido huérfano, y realmente eso nunca me importó, porque junto con otros niños de la calle nos criamos juntos como una familia, vivíamos en un pueblo a las afueras de Pers, la capital del imperio persa. Juntos para sobrevivir, robábamos comida a los comerciantes de los mercados y por ello, siempre teníamos guardias y comerciantes corriendo furiosos detrás de nosotros hasta que lográbamos perderlos entre los callejones para después reunirnos en nuestro hogar, mismo que era en una cueva a unos doscientos metros de la entrada sur del pueblo, dónde poníamos al centro todo lo que habíamos robado y lo dividíamos para cenar y contarnos historias que escuchábamos o cualquier cosa que se nos ocurriera. Así fue hasta que cumplí siete años, que fue cuando mientras me encontraba dando mis rondas por la capital buscando algo de comida, un hombre con la cara cubierta me habló y me ofreció una hogaza de pan y cuando me acerqué a él para tomarla, otro hombre me sujetó por detrás y me asfixió hasta que caí inconsciente.

Cuando desperté, me encontraba atado y amordazado, yo lloraba y trataba con todas mis fuerzas desatárme para escapar de vuelta con mi familia pero lo único que conseguí es que me golpearan para noquearme. Con el pasar del tiempo a ratos despertaba y me volvía a dormir, parecía que me habían drogado porque todo se vuelve confuso, pero recuerdo que nos detuvimos y me entregaron como esclavo a un coronel de nombre Kasem y su esposa de nombre Aridai en la ciudad de Susa, mismos que me compraron porque no podían tener hijos,  por lo que realmente no estaba ahí como esclavo sino como un hijo más. Nunca me faltó cariño de una madre con ella o el apoyo de un padre con él mientras estuve viviendo con ellos, pero aún dentro de mi, sentía un vacío que no podía llenar, extrañaba a aquellos niños con los que crecí, mi familia, por lo que un día a los dieciseis años escape por la noche para ir a buscarlos.

Fue un viaje de casi un día caminando por el desierto y cuando por fin logré llegar a aquella cueva donde pase momentos muy felices, no había nadie, incluso estuve esperando a que alguien llegara, pero así pasaron las horas y nadie se apareció por ahí, por lo que decidí entrar al pueblo y uno de los comerciantes a los que siempre le robábamos me reconoció y más que golpearme o decirme algo malo, me miró, sonrió y me dijo -Cuanto has crecido, mírate-, yo le sonreí y le pedí disculpas por todas aquellas veces en las que le robamos, el solo soltó una risa sincera y me invitó a tomar café con él.

Estando en su casa, me preguntó -¿Qué fue lo que pasó contigo?, ya no te habíamos visto por aquí-, por lo que le conté todo lo que había pasado hasta ese momento, el me miró con atención y después de escuchar me preguntó ¿Y estás bien con éso?, yo le respondí de vuelta -¿A qué se refiere?- y me respondió -Si, ¿Estás conforme con todo lo que ha pasado?-, yo lo miré y con lágrimas que comenzaron a brotar de mis ojos le respondí -No, a pesar de tener todo lo que siempre quise, aún no me siento pleno, aún siento que me falta algo-, el me miró y me abrazó. Entre lágrimas volvi a verlo y pregunté -¿Dónde está mi familia, mis amigos?- y el solo pudo responderme -Se han ido-, por lo que yo pregunté de vuelta entre lágrimas, -¿A qué se refiere con que se han ido?, él suspiró y respondió -Fueron reclutados para la guerra hace dos años pero ya muchos han regresado, pero no ellos, así que lo siento mucho-. Yo sentí como si me arrugaran el corazón pero a pesar de ello, no pude llorar, solo pararon mis lágrimas, volteé a verlo y le agradecí por todo, me levanté y me retiré, al parecer estaba en shock.

Después de haber recibido tal noticia, fuí al cuartel más cercano del ejército persa y me enliste, éso fue hace ya nueve años y lo demás culminó en este preciso momento.

Casi sin haber terminado de contar su historia Arash, el rey Atlas preguntó de inmediato -¿Y que sucedió con Kasem y Aridai?-, -Nunca más volví a verlos- respondió con tono triste Arash y también agregó -Los decepcioné y me dió miedo volver-. Atlas, Karloto, Aithiōn y Kurosh voltearon a ver a Arash pero nadie dijo nada, hasta que Atlas dijo,-Los caballos están cansados, sentemonos a descansar en lo que se recuperan-,  todos bajaron de sus caballos y prepararon un campamento para pasar la noche. Al finalizar, se reunieron todos en la fogata a comer un poco, el rey los miró a todos y les dijo en tono serio -Para mañana en la noche estaremos a escasos kilómetros del cristal, pero deberemos esperar a que amanezca para poder acercarnos a él- todos asintieron y siguieron comiendo hasta que Aithiōn rompió el silencio y dijo -No los decepcionaste-, Arash volteó su mirada hacia él y antes de decir algo, Aithiōn agregó -Ellos estarían orgullosos si supieran lo que has logrado aquí-, Arash soltó unas cuantas lágrimas y agradeció las palabras, los demás también mostraron su apoyo y se disculparon por no saber que decir cuando contó todo, cuando de pronto Arash preguntó muy conmocionado -A todo ésto, ¿Cómo es que saben hablar persa y tú Kurosh, como sabes hablar su idioma?, todos se soltaron a reír y Kurosh respondió entre risas, es una larga historia.

Atlántida: Se Alza Un Nuevo Imperio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora