El Asedio de la Costa Atlante: Parte II

9 2 0
                                    

Capítulo XIII

Los almirantes Castor y Leandro ordenaron a sus soldados encallar los barcos en la costa, pues no había tiempo para desembarcar como se debía. Al chocar los cascos contra la arena, sus navíos quedaron prácticamente inutilizables, pero era algo que no importaba, pues lo principal era apoyar en el frente contra los invasores persas.

Kurosh vio a lo lejos a Arash, quien iba detrás de Jerjes. Gritó a Castor, señalándolo con furia -¡Ahí está Arash, ahí está!-, sin perder tiempo, los atlantes atacaron la guardia real de Jerjes, abriéndose paso con determinación. Mientras tanto, Arash, aún desconcertado por la masacre que se había dado en ambos frentes, intentaba darle sentido a la carnicería que acababa de presenciar. Estos pensamientos lo mantenían distraído, hasta que una mano poderosa lo sujetó con fuerza y lo arrojó hacia las líneas atlantes. Voló por los aires, incapaz de reaccionar, y antes de darse cuenta, se encontraba rodeado de soldados atlantes que lo cubrieron inmediatamente. El soldado atlante que había logrado semejante hazaña cayó casi al instante, apuñalado por cuatro guerreros persas que defendían a su comandante. Pero el sacrificio no fue en vano; Arash, ahora que había sido recatado, no podía evitar sentir una mezcla de alegría y paz, al ver que su amigo Kurosh se encontraba allí, a su lado.

Mientras tanto, el rey Atlas llegó con la caballería al frente de batalla. Sus hombres peleaban con una ferocidad abrumadora, y entre el caos, Atlas divisó a Jerjes a lo lejos. Fue como si el tiempo se detuviera; sus ojos se fijaron en su enemigo, y por un momento, quedó inmóvil. Su mente volvió a un recuerdo distante de su niñez, de él corriendo en una montaña de arena con otro niño. Uno de sus soldados lo sacó de su trance justo a tiempo, interponiéndose entre Atlas y una lanza que casi lo atravesaba.
-¡Mi señor!- gritó el soldado mientras sacudía con fuerza el hombro de Atlas. El rey parpadeó, apartando los pensamientos que lo embargaban, y volvió a la lucha como si nada hubiera pasado.

A pesar de la inexperiencia del ejército atlante, sus soldados demostraban ser duros rivales, superando a los persas en fuerza y estatura. Para los persas, los atlantes eran gigantes que no podían ser derrotados. Jerjes, viendo cómo su ejército era diezmado y cómo lo cercaban poco a poco, sintió una rabia profunda mezclada con desesperación. Sus ojos se llenaron de lágrimas de frustración mientras apretaba sus puños. , -¡Cubran mi retirada!- ordenó con un grito ahogado por la rabia.

Subió a su barco junto con unos cuantos hombres, y mientras se preparaban para zarpar, preguntó con voz tensa -¿Dónde están Arash y Qaisar?-, el soldado a su lado respondió, visiblemente afectado
-El almirante Arash fue lanzado por los cielos por un soldado enemigo, y el general Qaisar fue asesinado por un jinete en el frente-.

Las palabras cayeron sobre Jerjes como un golpe. Los hombres que lideraban el ataque habían sido derrotados. Apretó los dientes y, antes de que la desesperación lo consumiera, se dirigió al mismo soldado y le dijo -Ordena la retirada-, el soldado corrió por el campo de batalla, gritando la orden de retirada. Sin embargo, no logró avanzar mucho antes de que un jinete atlante lo alcanzara, cortándole la cabeza de un solo golpe. Aun así, la retirada ya había comenzado. Los persas, en desorden, subían a sus navíos y se alejaban de la costa.

Desde su barco, Jerjes observaba la playa. Entre el caos y la confusión, su mirada se fijó en un soldado atlante a caballo que destacaba más que el resto. Algo en él era extrañamente familiar. Jerjes se quedó absorto, tratando de recordar si lo conocía, mientras una oscura sospecha se anidaba en su mente: ¿Quien es ese soldado?

Finalmente, los atlantes, al ver que el enemigo se retiraba, los persiguieron hasta sus barcos, capturando a varios soldados en el proceso. La playa, teñida de sangre, era testigo de una batalla que dejaba más preguntas que respuestas.

Atlas, mientras observaba la escena, se giró hacia el almirante Aithíōn y el general Karloto y les dijo mientras bajaba de su caballo, -dejenlos ir, ya han sido derrotados-. Solo lograron escapar tres navíos persas, dos trirremes y el barco insignia de Jerjes, que eran apenas treinta hombres repartidos en las naves. Jerjes tratando de entender lo que había sucedido, cayó sobre sus rodillas y con lágrimas en los ojos dijo para si mismo con rabia -jamas olvidaré está humillación, esto no ha terminado-, un soldado al ver a su rey de esa manera, se acercó a querer consolarlo, pero al acercarse y querer poner su mano en el hombro derecho de Jerjes, este fue apuñalado en el estómago por Jerjes -Ninguno se atreva a sentir compasión por mi o esto les va a suceder- dijo mientras se incorporaba de nuevo y secaba sus lágrimas, -¡Ahora, llevenme a casa!-, agregó en tono más calmado.

Mientras tanto, Kurosh presentó a Arash a los almirantes Castor y Leandro, -Él es Arash, gracias a él es que hoy ganamos aquí- dijo orgulloso, ambos almirantes le agradecieron en persa y les pidieron acompañarlos con el rey. Al llegar los cuatro con el rey Atlas, quién se veía visiblemente afectado, se encontraba ordenando llevar a los heridos a ser atendidos por los médicos. Volteó a verlos y se acercó a Arash para abrazarlo y decirle en tono amigable y aliviado -Gracias a ti estamos vivos, por ello, te doy las gracias en nombre de toda la Atlántida-. Todos voltearon a verse y sonriendo kurosh y Arash se retiraron y recostaron sobre la arena para descansar después de todo lo sucedido, mientras tanto, El rey Atlas ordenó a un soldado decirle al almirante Aithíōn que enviara un barco espía detrás de los persas para saber de dónde provienen. Castor y Leandro voltearon a verse preocupados, pues sabían que la victoria de hoy solo había preparado el terreno para un conflicto aún mayor, éso a juzgar por el semblante tan extraño que tenía Atlas y por la orden que acababa de darle a ese soldado.

Estaba Atlas recorriendo la playa donde había tenido lugar tan sangriento enfrentamiento, veía entre lágrimas a atlantes antes que a soldados muertos en la arena y en el agua, a sus hermanos, a su pueblo, que había sido atacado sin razón alguna. Se acercó a Arash y Kurosh y les dijo en tono serio -Necesitamos de su ayuda-, ésto no puede quedar así.


Atlántida: Se Alza Un Nuevo Imperio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora