Capitulo 23

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"Fantasmas"

―Quiero reclamar mi premio.

Le dije a Nolan cuando estábamos a punto de subir a la camioneta.

Sus ojos me miraron entornados.

― ¿Segura que lo quieres ahora?―preguntó no muy convencido de querer soltar las llaves.

―Segura―exclamé apurándome a abrir la puerta del conductor y montándome dentro antes de que el chico lo hiciera primero.

Tardó unos segundos en subir al asiento del copiloto.

Su rostro se veía nervioso. Jugaba con sus manos en un gesto ansioso. Parecía que se estaba arrancando un dedo cuando me tendió las llaves. Hasta cierto punto, me resultó tierno de su parte que cuidara de esa manera al coche, como si fuera una amor mutuo entre ambos.

―Ve despacio y ten cuidado con los baches―comenzó a indicar como si fuera una madre primeriza―, y el combustible se está acabando, así que tendrás que llenar el tanque en la primer gasolinera que te encuentres.

Asentí enérgicamente mientras encendía la camioneta. Se sentían bien mis manos en el volante.

Nolan sacó de nuevo el mapa de la guantera y lo desdobló. Desde éste ángulo parecía una manta que lo cubría completo. Tardó unos segundos para ubicarse en él.

―Vete todo derecho y a un par de calles encontrarás la gasolinera. Apúrate un poco para que no nos quedemos varados en el camino.

Asentí poniendo la camioneta en marcha.

Tuve que abrir un poco la ventanilla de mi puerta para no sentirme asfixiada.

― ¿Pudiste dormir bien anoche?―preguntó Nolan mientras me volteaba a ver.

No me animé a despegar los ojos del camino como él lo hacía, así que solo lo miré por el rabillo del ojo y asentí.

―Dormí muy cómoda, gracias―hablé de corazón―. Tenía mucho que no dormía así de bien.

―Mis brazos son muy cómodos― presumió―, cuando quieras puedes dormir en ellos.

Sus palabras llegaron a mí frescas. Me contagiaron de la felicidad que siempre desprendía y de la sinceridad con que fueron pronunciadas. Fue como si, de alguna forma, me diera pase libre para siempre disfrutar de sus abrazos, aquellos que, pensándolo bien, no eran tan malos.

Sonreí.

Miré la gasolinera a lo lejos y me metí en ella.

―De hecho creo que en parte fue por la buena fiesta a la que fuimos―estacioné la camioneta junto al despachador de gasolina y me animé a dedicarle una mirada a Nolan―. Fue la mejor cita del mundo.

Mis ojos brillaron al pronunciar aquello y una sonrisa sincera invadió mis labios, de esas que sueltan chispas de gratitud.

―De hecho, qué bueno que lo dices porque...

― ¿Señorita, cuanto quiere que le ponga?―la voz del despachador interrumpió a Nolan. Mi corazón se quedó atento a sus palabras mientras le dediqué una sonrisa de disculpas al chico y me volteaba hacia el hombre.

―Tanque lleno...―y la voz se me fue.

Ahí estaba ante mí un señor con los mismos ojos verdes que adornaban mi rostro y el cabello castaño que yo antes lucia. Supe que tardó unos momentos en reconocerme porque me veía con un gran signo de interrogación en el rostro.

― ¿Papi, ya le pongo la manguera al auto?―preguntó un niño a su lado, de aproximadamente cinco años y un pequeño traje de despachador que lucía una tarjeta el pecho: "Programa de verano: lleva a tu hijo al trabajo".

También tenía los mismos ojos verdes que yo.

Sentí como poco a poco el alma se me comenzaba a ir a los pies. Mi rostro se volvió pálido y las manos me comenzaron a hormiguear. No fui consiente de cuando comencé a temblar. El mundo, de pronto, se hizo polvo ante mí.

― ¿Moly?―preguntó el hombre.

Mi nombre me dio nauseas proviniendo de su boca.

Encendí la camioneta sin poder pensar bien. La cabeza me daba vueltas. Tenía la vista nublada por las lágrimas.

Aceleré, entré a la carretera a alta velocidad y esquive autos para no estamparme contra ellos.

― ¿Moly, que te sucede?―preguntó Nolan agarrándose del asiento.

No tenía cabeza para responderle, solo aceleré más y conduje hasta que las casas y los locales se comenzaron a hacer menos, y la ciudad poco a poco empezó a vernos la espalda.

Todos los recuerdos me comenzaron a golpear como misiles. Quería esquivarlos, huir, pero me encontraban, siempre lo hacían, y ahora lo habían hecho en carne y hueso. Mi tormento más grande me miró a los ojos y dijo mi nombre, como si no hubiera sido el causante de todo el caos que había en mi vida, como si no me hubiera arruinado lentamente.

― ¡Moly, detén ya la camioneta!

Mis manos temblaban en el volante.

De nuevo lo había hecho. De nuevo me había roto. Cuando por fin algo iba bien en mí vida lo hacía.

Él era una bola de demolición y yo su edificio preferido.

― ¡Moly, vas a causar un accidente!

Su voz aún retumbaba en mi cabeza.

Mis ojos miraron alrededor y noté que ya no estábamos en la ciudad. Técnicamente estábamos en medio de la nada.

La alarma de la gasolina comenzó a sonar y me tuve que orillar en la carretera.

Aún estaba en shock. Mis manos temblaban. Cada fibra de mi ser estaba intentando limpiarse para olvidarlo, para deshacerse de su voz, de su imagen acabada por el tiempo.

Tenía barba. Él no tenía barba cuando se fue.

― ¿Se puede saber qué diablos estabas intentando? ¿Sabes cuantas veces casi te estrellas contra otro auto? ¡Y ahora estamos en medio de la nada sin combustible!―escuchaba la voz de Nolan a lo lejos―. ¡¿Qué te sucede, Moly?!

Su voz estaba teñida de pánico y preocupación.

Tuve que sostenerme el corazón para que no se saliera de mi pecho al responderle al chico.

―Yo...― Tenía miedo―. Miré a mi padre.

Y cuando dije aquello fue como si un terremoto se desatara en mi cuerpo.

Un viaje al universo de tus labiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora