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Actualidad
Abril
La maleta descansa encima de mi cama mientras deshago la mochila. Entre muchas cosas, saco una foto mía y de Carlitos, los dos sonrientes mientras él sostiene su raqueta.
Otra vez más, es verano y hemos vuelto a la casa. Lo único que ha cambiado es que Carlos y su padre no se han presentado. Hace unos 5 años que Carlos empezó su carrera profesional como tenista.
Desde entonces nos hemos visto algunas veces. Como en la cena de Navidad o después de algún partido suyo. Pero nada más. Por un momento llegué a temer que nuestra amistad acabara, pero no fue así. Todos los días me escribe por la mañanas y por la noche, y durante el día no perdemos la comunicación.
Sonrió mirando la foto y la dejo en mi mesilla de noche.
- Abril, baja, que necesito ayuda — mi madre pega un grito y salgo pitando de la habitación.
Aparte de que Carlos y su padre no estén, Alvarito hace unos años que no venía tampoco. Los hermanos menores se han quedado con sus tíos. Así que estamos las chicas.
- Cielo — puedo reconocer rápidamente la voz de Virginia —. ¡Qué alegría verte, estás preciosa!
Me giro hacia su dirección con una sonrisa de oreja a oreja y me estrecho en un abrazo.
- Pero mírate, estás guapísima.
Río — No te pases, Virginia, nos vimos el año pasado.
- Aun así, has cambiado mucho — se intenta excusar causándome una risita.
Mi madre entra por la puerta con una caja y detrás va mi hermana.
—Abril, ayúdame con esto, por Dios — se queja.
Ruedo los ojos y me acerco para coger la caja. Mi hermana está con el móvil, como de costumbre, hablando con su novio.
- ¿Vas a hacer algo? ¿O pretendes estar todo el verano pegada a tu móvil? —Me quejo mientras llevo la caja al salón.
Mi hermana levanta la mirada y pone los ojos en blanco para después sacarme la lengua. Sonrío y miro a mi madre que habla con Virginia.
- Mamá, esta noche me he quedado con Elena. ¿Te parece? — preguntó.
Elena es mi amiga desde la infancia. Nos conocimos ya que un día de colegio, al llegar al baño, vi cómo Elena estaba sentada en el suelo llorando. Le pregunté qué pasaba y me dijo que un niño de su clase le había roto una pulsera de su abuela.
El niño salió del colegio con la cara roja del manotazo que le había pegado, y desde ese momento nos volvimos inseparables.
