Emma Cooper.
—¿Y papá? —interrogo cuando llego a la cocina y no lo veo.
Augusta me mira, sacudiendo su cabeza con desaprobación.
—Tuvo que irse, Emma. Hoy te has pasado de la raya.
—Me acosté demasiado tarde haciéndole los cupcakes a Grecia. —«También intentando no hacer otro desastre bajo la atenta mirada de Christian»—. Y solo estoy bajando diez minutos tarde, ni me sequé el cabello para bajar a tiempo. —Señalo mi cabello húmedo con énfasis.
Ella suspira, dejando un plato con tostadas y lo que parece atún sobre la encimera, la misma donde anoche Christian me tenía sentada, mientras él de pie entre mis piernas me besaba y me tocaba de una forma que...
—¡Emma! —grita Augusta—. Tu padre regresará en cualquier momento a buscarte y tú sigues ahí parada viendo a la nada.
—Lo siento —susurro tomando asiento frente al plato—. ¿Por qué se fue sin mí entonces?
—Tuvo que llevar a Nicholas antes hoy, vendrá por ti y luego por el señor Carson y Christian.
—Buenos días —saluda el aludido entrando a la cocina.
Mi estómago se vuelve un nudo, mi boca se seca y, al mirarlo, solo puedo recordar sus labios sobre mi piel, sobre mis labios, su lengua moviéndose contra la mía, sus manos recorriendo mi cuerpo.
Cristo.
Le devuelvo los buenos días con un balbuceo en tanto reafirmo que debo dejar de pensar eso, ignorar la necesidad de algo más intenso, dejar de lado el hecho de que con la forma en la que me mira parece quemar mi piel. Augusta se encuentra aquí y ahora y no quiero que note que algo me sucede, por lo que me concentro en intentar comer mi desayuno al tiempo que ella le sirve un plato de desayuno a Christian.
—Debes comenzar a desayunar en el comedor, Christian —lo riñe ella.
—Me gusta más estar en la cocina. Aquí hay toda clase de delicias. —Esto último lo dice mirándome fijamente.
Mi corazón se detiene, todo alrededor se paraliza. La forma en que lo dice, estoy segura de que se refiere a mí, por la manera en que me dijo anoche que yo era dulce. He repetido mil y un veces ese momento en mi mente tras irme a la cama, no solo el beso, también lo poco que hablamos después de eso. No hice ningún otro desastre con el azúcar, él tampoco se me acercó hasta que hube terminado y me acompañó hasta la puerta de mi habitación, donde, tras darme un beso en la frente, desapareció por la oscuridad del pasillo.
Habría esperado que volviera a besarme del mismo modo que lo hizo en la cocina, pero por alguna razón se contuvo, y en parte lo agradecí. La forma en la que perdí por completo el control sobre mi cuerpo, la manera en que ansiaba más y más de todo lo que estaba sintiendo, no era algo que hubiese experimentado antes y temí porque me sucediera justamente lo que me sucede ahora: ansío en demasía volver a saborear sus labios.
—Emma, termina tu desayuno. —Augusta vuelve a irrumpir en mis pensamientos—. ¿Qué sucede contigo hoy, Emma?
—No tengo apetito —digo dejando el plato con el desayuno a medio comer a un lado—. Mejor voy a lavarme los dientes antes de que papá llegue.
Me levanto de mi asiento ante la mirada contrariada de Augusta y la interesada de Christian quien se encuentra tomando los últimos bocados de su comida. Subo las escaleras a mi habitación y tras lavar mis dientes compruebo las bolsas bajo mis ojos antes de volver a bajar a la cocina, donde Christian ya no está por ningún lado.
—¿No te gustó el desayuno, Emma? —me cuestiona Augusta, dejando la caja con los cupcakes de Grecia frente a mí.
—Estaba delicioso, Augusta, como siempre. —Le sonrío para tranquilizarla.
ESTÁS LEYENDO
Solo un postre
Romance"El amor entra por el estómago", es una de las cosas que Emma Cooper siempre recuerda escuchar decir a su madre. Hecho que corroboró de primera mano con sus padres, pues vio cómo ella, antes de morir, cada día se desvivía por prepararle postres deli...