Capítulo 29

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Christian Kennedy.

¡Mierda!

Lo he dejado salir sin siquiera pensarlo.

Me dejé llevar tanto por la intensidad del momento, por escucharla gemir mi nombre sin contenerse, por verla tan entregada a mí, por sentirla tan jodidamente cerca que no medí mis palabras hasta que me encontré dejando salir lo que llevo tanto tiempo conteniendo y que ella, por la manera confusa en la que me observa, no parece haber oído.

—¿Qué? —susurra jadeante.

Sus pupilas dilatadas, sus labios entreabiertos, su piel cubierta de una fina capa de sudor y su cabello hecho un desastre, la hacen la mujer más hermosa del mundo en este momento. Podría volver a decírselo, podría repetir las palabras que tengo en la punta de mi lengua en este instante y dejarle saber mis sentimientos, mis intenciones con ella y el futuro que me gustaría construir a su lado, sin embargo, no lo hago.

—¿Jacuzzi? —pregunto en su lugar dejando de aplastarla un poco con mi cuerpo.

—Solo debo ir al baño primero.

Salimos de la cama al unísono. Ella se dirige al baño, yo salgo a la terraza donde puedo ver el cielo completamente de color naranja gracias a la puesta de sol. Es una vista increíble con el océano y algunos botes, lo que me hace pensar en que fue la decisión correcta traerla aquí.

Sirvo las dos copas de champagne, entro en la bañera de agua caliente y disfruto de la vista solo el tiempo en que su ausencia lo permite. En cuanto escucho la puerta del baño abrirse me giro para verla caminando hacia mí, desnuda, sin cubrirse en absoluto, con los pezones erguidos y la piel brillante a causa del sudor. Su cabello corto recogido en un moño sobre su cabeza dejando varios mechones enmarcando su rostro.

¿Por qué no le dije de nuevo que la amaba?

¿A qué le tengo tanto miedo?

—Es una bonita vista ¿cierto? —cuestiona mientras entra al agua.

—La mejor —afirmo tomando su mano. La guío para que se siente entre mis piernas y su espalda descanse sobre mi pecho—. Aunque yo estoy hablando de ti —susurro en su oído.

—Y yo hablaba de ti —revira moviendo sus manos por mis piernas—. Jamás había estado en un jacuzzi.

—Deduzco que tampoco has tomado champagne antes.

—Nunca he probado el alcohol en mi vida —asegura encogiéndose de hombros.

Le tiendo una de las copas que serví y, con la mía, le doy un ligero toque a la suya.

—Por más días como este.

—Por más días como este —repite llevando la copa a sus labios.

Me muevo lo suficiente para ver el perfil de su rostro, la forma en la que saborea el burbujeante líquido, cómo parece gustarle pues toma un sorbo más grande luego y sonríe, para luego vaciar de golpe el contenido de su copa.

—Tan rápido no, rubia. —Le quito la copa vacía—. No quiero que pases la noche ebria.

—No es mi intención —asegura dejando caer su cabeza sobre mi pecho—. Es agradable esto.

—Lo es. —Concuerdo abrazándola.

Me llena, me conforta, me hace sentir completo tenerla de este modo entre mis brazos. Pensar en separarme de ella, en no poder disfrutar por alguna razón de su presencia, me aterra de una forma que jamás creí posible.

¿A qué le tengo tanto miedo?

A la posibilidad de que, a pesar de todo lo que hemos compartido, ella decida no quedarse a mi lado.

Solo un postreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora