Christian Kennedy.
No puedo dormir.
Por más que lo intento y por más que mi cuerpo se siente pesado y agotado, apenas cierro los ojos, mi mente se va al momento en que Emma decidió entregarse sin ningún tipo de tapujos a mí. El recuerdo de sus gemidos y el calor de su cuerpo rodeando mis dedos, hacen que mis bolas duelan.
¿Qué se sentirá estar dentro de ella?
¿En lo más profundo de su ser mientras el orgasmo la hace contraer sus paredes vaginales?
¿Cuánto tiempo podría soportar antes de correrme dentro de su ser?
Pensar en ello no ayuda en absoluto a la erección que se ha mantenido desde que salí de su habitación, casi huyendo. Quedarme un segundo más habría terminado conmigo tomándola, dejando a un lado el hecho de que es virgen y merece más que un simple momento de calentura de mi parte.
Emma es una chica especial, tanto que, con sus hermosos y chispeantes ojos, sus carnosos labios y esa inocencia tan obvia, han logrado meterse bajo mi piel en cuestión de días. Es por eso que, si en algún momento decide entregarse a mí, quiero que sea algo memorable para ella. No solo que disfrute de todo lo que tengo pensado hacerle, quiero que sea un recuerdo que atesore siempre y que, en el acto, pueda entregarse sin privarse de nada.
En esta casa, seguramente tendría que privarme de oírla gritar y no quiero eso. Y, sobre todo, quiero demostrarle lo especial que es para mí.
—Emma Cooper ¿qué me has hecho? —susurro a la nada, pensando en ella.
En su sonrisa, en su sonrojo, en la forma en que sus zafiros se iluminan cuando algo le emociona; cómo ladea su rostro cuando está confundida, cómo muerde su labio inferior cuando está nerviosa, cómo frunce los labios ligeramente cuando escucha con atención cuando le hablo de cualquier cosa y cómo su dorado cabello rodea de forma perfecta su rostro, dándole esa apariencia angelical que simplemente me vuelve loco.
De algún modo logro quedarme dormido en algún punto de la noche, el problema es que, al despertar, o en realidad, lo que me despierta es un fuerte dolor de estómago. Me siento en la cama, con la boca seca y una imperiosa necesidad de tomar agua, por lo que me tomo de un trago el contenido del vaso junto a mi mesa de noche.
Error fatal.
Las náuseas me invaden y debo caminar con premura hasta el baño, donde devuelvo el contenido de mi estómago en el inodoro, en tanto lucho con mi dificultad para respirar.
—¡Mierda! —siseo, limpiando mi boca.
Sé lo que todos estos síntomas significan, los he experimentado antes, aunque tenía tiempo sin tener un episodio de hiperglucemia.
Me levanto del suelo, sin ir por mi glucómetro debido a que ya sé qué es lo que me sucede, busco en la pequeña nevera ejecutiva que papá mandó a instalar para mí en la habitación y consigo la pequeña jeringa de insulina de acción rápida, la cual destapo para aplicarla en mi abdomen de inmediato, ya que es donde se absorbe más rápidamente. Continúo teniendo náuseas y de nuevo tengo sed, pero sé que debo esperar un par de minutos para que haga efecto, así que evito tomar agua para no devolverla en el inodoro otra vez y decido darme un baño.
Lo tomo con calma, no quiero alarmarme o será peor. Me he estado cuidando desde que llegué, desde antes, en realidad, y lo único diferente ha sido el estrés al que he estado sometido por mi padre y que el día de ayer nos saltamos alimentos por la carga de trabajo, si a eso le sumamos que anoche devoré el postre que preparó Emma.
Sacudo mi cabeza dentro del chorro de agua helada, no queriendo buscar un culpable de algo que está enteramente dentro de mi responsabilidad, pues soy yo quien debe tener un control sobre mi alimentación, y soy yo quien debe dejar de lado la calentura para cumplir el régimen que tengo autoimpuesto para no tener descontrol en mis valores.
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Solo un postre
Romance"El amor entra por el estómago", es una de las cosas que Emma Cooper siempre recuerda escuchar decir a su madre. Hecho que corroboró de primera mano con sus padres, pues vio cómo ella, antes de morir, cada día se desvivía por prepararle postres deli...