Capítulo 36

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Emma Cooper.

Es difícil hablar cuando no puedes ni siquiera pensar, es muy difícil pensar cuando Christian está devorándome a su gusto después de haberme hecho suya contra la puerta de su habitación. Fue algo rápido, duro, animal y carnal. Lo que ambos necesitábamos después de un momento de suma tensión y estrés, para luego terminar de despojarnos de la ropa y traerme a la cama, donde su rostro se esconde entre mis piernas, su lengua se desliza en torno a mis pliegues húmedos con su barba raspando mi sensible piel, mis dedos se enredan en su cabello, los suyos aprisionan mis piernas bien abiertas y mi espalda permanece arqueada a causa del placer.

No estaba en mis planes terminar de este modo.

No me puse un vestido de su color favorito para incitarlo.

Lo hice para estar más cómoda y en cierto modo, usarlo como bandera de la paz para nuestro pequeño pleito no resuelto, que aún sigue sin resolverse gracias a que decidimos centrarnos en otra cosa.

Sexo de reconciliación.

Grecia lo había nombrado cuando veníamos de camino a traerme, luego de contarle lo que había sucedido para que yo estuviese en ese estado.

Se enfadó, se ofendió, blasfemó contra Clarisa hasta más no poder y luego solo llegó a la conclusión que lo primordial ahora era volver a estar en paz con Christian, y una manera de hacerlo, sería mediante el sexo.

En ese momento lo dudé, tenía tantas cosas por decirle y tantas cosas por escuchar, pero en cuanto nuestros labios se unieron y nuestras lenguas se rozaron, mi mente sufrió amnesia, mi cerebro dejó de funcionar y el deseo se apoderó de mí por completo de una forma que no había experimentado antes.

—Christian —susurro cuando muerde mi clítoris.

La succión que le sigue pone a mi cuerpo a temblar. Tiro con fuerza de su cabello, él se queja dejando sus atenciones y, a continuación, separa su rostro de mi sexo para erguirse con esplendor. Dejándome al borde del orgasmo, se mantiene arrodillado entre mis piernas abiertas con los labios brillando por mis fluidos, los cuales lame sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, mientras sus manos en la parte interna de mis rodillas se mueven hacia mis muslos.

Mi piel se eriza ante su toque superficial, es agradable y envía sensaciones placenteras por todo mi cuerpo. Sin dejar de mirarnos, sus manos continúan su camino, apenas rozando por mis caderas y mi vientre, donde inclina su cuerpo y sopla sobre mi ombligo, al tiempo que sus manos se posan sobre mis pechos y debo aferrarme a la sábana bajo mi cuerpo cuando aprisiona mis pezones entre sus dedos.

—Eres simplemente perfecta, rubia. —Su voz siendo un susurro ronco, lleno de pasión y deseo.

Sin dejar de amasar mis pechos, sonríe cuando jadeo y lleva uno de mis pezones a su boca, replicando la succión de antes en otra parte de mi anatomía. Repite el movimiento al cambiar de pezón, en el instante en que mis manos se mueven a su cuerpo. Una se enreda en su cabello, la otra, vaga por su espalda, arañando cuando la oleada de placer invade mi ser, cuando, además de lo que ya me hace, decide sumar su miembro erecto, que comienza a adentrarse con facilidad y lentitud en mi interior.

De nuevo, la conversación queda de lado, el problema olvidado.

Sus labios buscan los míos con ímpetu, sus manos se entrelazan con las mías sobre mi cabeza del mismo modo en que mis piernas hacen una llave en su cintura: con fuerza. Y esa es la posición que mantenemos mientras Christian con lentitud, me hace suya y me lleva al cielo del éxtasis en cuestión de minutos.


Anochece, puedo ver con claridad cómo a través de las grandes ventanas de la habitación de Christian oscurece con nosotros todavía en la cama. Sudados, extasiados, envueltos el uno en el otro y en completo silencio.

Solo un postreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora