Christian Kennedy.
—Debería irme ya —susurra con voz adormecida.
Mi respuesta es aferrarme a su cuerpo desnudo y ligeramente pegajoso luego de que nuestra anterior actividad cubriese su piel con sudor. También entierro mi rostro en su cuello, donde el olor a vainilla que siempre la acompaña se encuentra impregnado de mi olor y el sexo.
—Quédate —pido como lo hago casi cada noche desde que se entregó a mí por primera vez.
Ha pasado más de un mes desde entonces, donde nuestros encuentros se extienden hasta altas horas de la noche. Ya sea para tener sexo, acompañarla mientras hornea, estudia, o simplemente para hablar de cualquier tontería que nos ayuda a conocernos mejor el uno al otro.
Me ha hablado de los pocos recuerdos que tiene de su madre, de cómo replicar sus recetas la hace sentir más cercana a ella, también el cómo se esfuerza mucho para no decepcionar a su padre. A su vez, le he hablado del divorcio de los míos, la forma en que me afectó y cómo por años estuve huyendo a la responsabilidad que me trajo aquí en primera instancia, los que me valieron gran parte de los tatuajes que cubren mi cuerpo.
En cualquiera de los casos, descubro que mi devoción por ella en lugar de disminuir, va en aumento.
Cuando la veo concentrada en una receta, admiro la precisión con la que realiza las tareas.
Cuando me sorprende con un postre que puedo consumir sin problemas, veo lo atenta que es a mis necesidades.
Cuando habla sobre su padre o su madre, es agradable ver cómo ama con intensidad y desenfreno.
Cuando se entrega a mí de forma absoluta al hacerla mía, disfruto del hecho de que su timidez disminuye y me permite ver a la mujer pasional que ya no se cohíbe del placer que el sexo nos otorga.
Cuando la tengo entre mis brazos, el sentimiento de estar en el lugar correcto y la paz que siempre me transmite me impregna, afianza el sentimiento de que efectivamente me he enamorado de ella en apenas un mes. Sentimiento que confirmo cuando, cada noche, yo debo regresar a mi habitación a hurtadillas en medio de la madrugada o ella debe irse a la suya, no quiero que se aleje.
—Si me quedo, mañana será más difícil levantarme —afirma, girándose entre mis brazos hasta que sus ojos dan con los míos—. Porque lo menos que haremos será dormir.
—¿Te molesta? —inquiero con fingido tono herido.
—Solo cuando no puedo mantenerme despierta en clases, las ojeras comienzan a notarse.
Sonrío, acariciando la bolsa bajo su ojo.
—Lo siento.
—No es que no me guste lo que hacemos, en realidad me encanta. Sobre todo, ahora que no tienes que usar un condón... —Muerde su labio con lascivia impregnando sus ojos—. Debo sonar como una obsesiva sexual ahora.
—Suenas como una mujer que disfruta del sexo que le estoy brindando.
—Te gusta eso, ¿cierto?
—Me encanta. —Concedo, acomodándome sobre su cuerpo—. Me preocuparía si no.
—No tienes nada de qué preocuparte, Christian. —Sus dedos se deslizan por mi espalda hasta mi cuello, erizando mi piel en el proceso—. De verdad.
—Lo sé —alardeo con una sonrisa—. Tus gemidos lo confirman, rubia. —Acerco mi rostro al suyo y lamo su labio inferior—. Aunque aún ansío escucharte gritar.
—Aquí no puedo hacerlo.
—Y odio no haberte dado la noche especial que te prometí aún. —Muevo mi rostro hacia su cuello—. Pero lo tengo en mente —susurro entre besos.
—Tendría que buscar una excusa muy creíble para pasar la noche fuera.
—O podríamos simplemente hablar con tu padre...
—Y terminar con esta clase de noches —me interrumpe, empujando mi cuerpo hasta que volvemos a mirarnos a los ojos—. Porque, en el improbable caso que aceptase esto ¿crees que permitiría que pasemos la noche juntos?
—¿Crees que querría cuidar una virginidad que ya no existe? Es un poco tarde para eso.
—Él no tiene por qué saberlo.
—Tarde o temprano tendrá que hacerlo, Emma.
—Prefiero que sea tarde. —Me empuja a un lado y sale de la cama—. Al menos el tema del sexo —añade sin mirarme.
La aclaración me calma un poco, porque cada vez mis ganas de gritarle al mundo lo que siento por ella aumentan exponencialmente. Sin embargo, quiero ir a su ritmo y esa es la razón por la que cada vez que mamá intenta saber quién es la mujer de la que le hablé hace tiempo, evado el tema.
Sin embargo...
—¿Crees que este fin de semana podamos escaparnos juntos?
Se voltea hacia mí, con una de mis camisetas cubriendo su cuerpo. Le gusta dormir con ellas.
—¿Este fin de semana?
Asiento, saliendo de la cama para acercarme a ella, quien ya no se sonroja al verme desnudo.
—Quiero poder hacerte el amor toda la jodida noche, sin tener que detenernos porque alguno de nosotros tiene que irse. —Enredo mis dedos en su cabello—. También quiero despertar a tu lado y hacerte mía antes de pensar en cualquier otra cosa.
—Eso me gustaría —musita con sus zafiros brillando por el deseo—. Pero no sé...
—¿No puedes mentir? ¿Decir que pasarás la noche con Grecia?
Ella lo medita unos segundos antes de asentir.
—Podría conversarlo con ella, ver si es posible.
—Hazlo mañana y avísame, así me da tiempo de planear algo para ambos.
—Vale. —El bostezo que emerge y rompe la oración me hace reír—. Lo siento.
—El que lo siente soy yo, no dejo que te vayas a descansar.
—Honestamente, no quiero irme, pero debo hacerlo. —Se pone de puntillas y besa mis labios de forma casta—. Hasta más tarde.
—Hasta más tarde, Emma.
El te amo que se queda atorado en mi garganta no es agradable, como tampoco lo es verla alejarse después de observarme con anhelo.
¿Por qué no me atrevo a decírselo si lo sé desde hace tanto tiempo?
Porque no quiero que se sienta presionada a algo para lo que no está lista.
No tengo dudas con respecto a lo que siento y estoy seguro de que ella siente lo mismo por mí, pero de alguna forma, siento que, si se lo digo, estaría ejerciendo una presión sobre ella para que hagamos pública la relación y es algo a lo que aún no parece tener la fuerza de hacerle frente.
Como bien dijimos, Christian está más que enamorado.
¿Cuánto tiempo creen que se tarde en dejarlo salir para Emma?
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Solo un postre
Romance"El amor entra por el estómago", es una de las cosas que Emma Cooper siempre recuerda escuchar decir a su madre. Hecho que corroboró de primera mano con sus padres, pues vio cómo ella, antes de morir, cada día se desvivía por prepararle postres deli...