Capítulo 12

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Christian Kennedy.

Emma es simplemente un jodido ángel.

Estaba en lo cierto al recurrir a ella cuando salí furioso de la oficina de papá. Las horas que esperé frente a la escuela, el enojo, la frustración, la decepción, todo desapareció cuando la vi aparecer junto a una pelirroja. Es peculiar que, el efecto calmante que solía tener en mí cuando era apenas una niña, haya persistido con el pasar de los años y que ahora, que es toda una mujer, tenga el mismo efecto.

Con algunos efectos extra que no me desagradan en absoluto.

—¿En qué piensas? —pregunta, ladeando su rostro.

—En lo mucho que has cambiado y, al mismo tiempo, que todo parezca igual entre nosotros.

—¿En qué sentido?

—En que solías darme paz y ahora continúas haciéndolo.

Ella parpadea un par de veces, luciendo adorable y sorprendida al respecto.

—¿Cómo es que antes solía darte paz? Solo era una niña que no entendía nada de lo que sucedía a su alrededor. A menos que... —Su ceño se frunce—. ¿Burlarte de mis dientes chuecos solía traerte paz? Porque si es así, estabas mal, muy mal.

Río ante su ocurrencia, mientras niego con la cabeza.

—No, y tienes que dejar de pensar eso, Emma.

—Es difícil cuando lo primero que hiciste al verme, fue recordarme como la niña de dientes chuecos.

—Y cara llena de chocolate —añado solo para molestarla.

Hace un mohín que la hace lucir adorable y deseable a partes iguales. Mi lado primitivo resurge de pronto, avivando la sed de hincar mis dientes en ese labio mientras la escucho de nuevo hacer ese sonido estrangulado que simplemente me encantó y que hace a mi entrepierna cobrar vida de solo recordarlo.

—Eres cruel. —Su voz llama mi atención de nuevo, recordándome que no estamos a solas y nos encontramos en medio de un café con vista al mar.

—Lo siento, no fue mi intención. Lo que intentaba decirte, Emma, es que creo que lo que persiste a través de los años y por eso continúa teniendo el mismo efecto sobre mí, es tu inocencia y cómo eso te hace ver y transmitir ciertas cosas.

Sus mejillas se tornan rosas mientras toma una posición rígida en la silla.

—Como el hecho de que el beso de anoche fue el primero para mí y fue realmente malo para ti.

—Emma, no...

—Helado de chocolate para la señorita, un té sin azúcar para el señor. —El mesero aparece en ese momento, interrumpiendo mis palabras en el acto. Emma le da las gracias con una sonrisa y él se la devuelve antes de mirarme a mí—. ¿Algo más, señor?

—No por ahora, gracias.

Espero a que se retire para volver a ver a Emma quien no ha perdido el tiempo para darle una probada a su helado y ahora está lamiendo un poco de residuo del mismo, dándome toda clase de imágenes pecaminosas donde esa lengua está sobre otra cosa. Ella se detiene ante mi insistente mirada y me observa confundida.

—¿Algo está mal? ¿Me he manchado de helado el rostro?

—No. —Sonrío, negando con la cabeza—. Solo es agradable ver cómo disfrutas el helado.

—Me encanta, aunque creo que podríamos mejorarlo con un acompañamiento personal. —Busca en su bolso una pequeña taza de donde saca uno de los cupcakes que preparó anoche—. Hice uno extra para comerlo con Grecia en la escuela, pero no tuvimos oportunidad entre clases y luego apareciste tú, así que, lo puedo compartir contigo.

Solo un postreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora