Christian Kennedy.
Está tensa, lo noto a pesar de que me sonríe mientras se aleja y no me agrada. No quiero que se sienta presionada, no quiero que piense que no tomo en cuenta sus sentimientos, o su relación con Abel. Aunque me molesta un poco su actitud hacia mí y no la entiendo del todo, es todo lo que ella tiene y por mucho que Emma me importe, no quiero ser un problema para ambos.
—Rubia, está bien, no tienes por qué disculparte. —Busco su mano y la entrelazo con la mía—. Solo quería hacerte entender que en algún momento me gustaría salir de la oscuridad.
—¿Crees que tu padre aceptaría eso? —musita en voz muy baja.
—Conoces los errores que ha cometido papá, y ya le advertí que cumpliré mi deber con la familia asumiendo el rol que me corresponde, pero en mi vida personal decido solo yo.
—Es bueno saberlo.
Sonrío ante su mal intento por ocultar una sonrisa y aprieto con ligereza sus dedos, recordando que hay algo que no le he preguntado.
—¿Cómo estás hoy? ¿Te duele algo?
Ver sus mejillas teñirse de rojo es como un elixir para mí, pues no dejo de recordar la forma en que todo su cuerpo se cubre de esa tonalidad cuando está en la cúspide del placer.
—No se siente dolor, es una ligera molestia, sobre todo cuando estoy sentada. Aunque, en cierto modo, es agradable.
—¿Agradable? —Alzo una ceja con incredulidad mientras ella asiente y suelta mi mano.
—Me recuerda lo que sucedió —comenta de forma tan baja que apenas logro entenderla.
Inmediatamente cubre su rostro, lo que me deja un poco anonadado, sin entender su reacción cuando solo está siendo sincera con sus deseos. Lo que me encanta, me gusta es que a pesar de su timidez pueda sentirse libre de hablar conmigo, incluso aunque se avergüence de ello.
—Podemos rememorarlo en cada ocasión que lo desees —murmuro quitando sus manos de su rostro enrojecido—, y hacer mucho más larga la lista de recuerdos. —Me acerco a ella y planto un beso en su boca—. En mi habitación, o en la tuya. —Beso su mandíbula—. En la biblioteca o en la cocina. —Beso su cuello, ella tiembla—. Incluso en el auto, aquí, ahora.
—Christian. —Jadea, apretando mis hombros.
Alzo mi rostro y su boca me espera. Mi lengua se mueve contra la suya en tanto la atraigo hacia mi cuerpo a pesar de que la palanca de cambios imposibilita la cercanía que quisiera. De igual forma la beso con intensidad, poseo su boca y acaricio su cuerpo. Su piel tersa se eriza con mi toque cuando meto mi mano bajo su falda, sus uñas se entierran en mis hombros y un gemido se escapa de sus labios cuando rompe el beso para tomar aire.
—En serio me has vuelto loco, Emma, si de verdad pienso en la posibilidad de tomarte aquí, en medio de una calle. —No es lo ideal, no aquí y en definitiva no quiero que piense que solo quiero tener sexo con ella y ya, pero ver su sonrisa ladina solo hace que el flujo de sangre hacia el sur de mi cuerpo se incremente.
No se ha negado, al igual que a mí, le encanta la morbosa idea, lo cual termino de confirmar cuando al mover mi mano por su muslo, sus piernas se abren para mí en una invitación que no pienso declinar. Acaricio el encaje de su braga, detallando cómo sus preciosos zafiros se obscurecen y muerde su labio. Me desea tanto como yo a ella, se muere por repetir lo de anoche del mismo modo en que yo lo hago y, para mí, sus deseos son órdenes.
Muevo mis dedos por la extensión de su sexo, sobre la tela que ya muestra signos de esa humedad que muero por devorar. Más adelante lo haré, me deleitaré con el dulce sabor de sus fluidos, pero, por lo pronto, tendré que conformarme con probarla con mis dedos. Estoy a punto de mover la fina tela a un lado cuando lo que parece ser una canción pop inunda el interior del carro y me detengo, mientras ella frunce el ceño.
—Es el tono de Grecia. —Sus ojos se abren con sorpresa y se aleja, para buscar su teléfono con premura hasta que lo consigue y el ruido se detiene—. Christian, yo debí haber llegado a la escuela hace varios minutos.
Está un poco agitada, ligeramente despeinada, con los ojos cristalinos y la piel sonrojada. La viva imagen de una diosa de inocencia que va consiguiendo su camino dentro de la perversión a la que quiero arrastrarla, la viva imagen de la mujer más hermosa que he visto en mi vida, con la que cada vez estoy más seguro me encantaría pasar el resto de mis días.
—Christian, de verdad tenemos que irnos —pide señalando la calle.
—Sí, es cierto, lo siento.
Pongo el auto en marcha de nuevo, removiéndome un poco para acomodar la erección dentro de mis pantalones, en tanto observo de soslayo cómo Emma remueve sus manos con nerviosismo.
—Olvidé por completo la escuela —murmura preocupada una y otra vez.
—Yo también olvido todo a mi alrededor cuando estoy contigo, Emma —lo digo para que deje de sentirse mal y porque es una realidad.
Cuando estoy con ella, todo a nuestro alrededor pasa a un segundo plano.
—Pero yo puedo meterme en problemas, tú no —revira cuando me detengo frente a su escuela—. Aunque meterme en problemas jamás me había parecido tan interesante y adictivo. —Sonrío ante sus palabras mientras ella abre la puerta del auto—. ¿Te veo esta noche...?
—En tu habitación, la mía, la biblioteca o la cocina —la corto guiñándole un ojo—. Si es en la cocina puedes cubrirnos de nuevo de azúcar, quizás pueda lamerla por completo de tu cuerpo.
—No si no quieres terminar en el hospital de nuevo. —Saca su lengua de manera infantil y termina de alejarse del auto, cerrando la puerta detrás de sí.
La veo correr hasta que desaparece dentro del edificio. Es ahí cuando vuelvo a poner el auto en marcha y conduzco por las calles de la ciudad sin dejar de sonreír por su actitud infantil. Pero ese rasgo es lo que menos la define.
Es carismática, curiosa, callada, tímida, temerosa, apasionada, cariñosa, empática. Una mezcla de emociones fuertes e intensas; una mujer que apenas comienza a conocer el placer, que me está permitiendo ver cada una de sus facetas más íntimas. A mí, solo a mí. El primero en su vida, espero que también el último. Pero, para ello, debo hacer las cosas bien y quizás una manera de hacerlo sea hablar con la persona en quien más confío y sé que me apoyará en cualquier decisión que tome, es por eso que en lugar de ir a la empresa como tenía planeado, me desvío de mi camino y piso el acelerador a fondo.
Creo que este es el capítulo más cortito de la historia, y no lo había notado hasta ahora jajaja.
Igual espero que les guste, le den mucho amor y me digan con quien creen que hablará Christian sobre su relación con Emma.
Las leo.
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Solo un postre
Romance"El amor entra por el estómago", es una de las cosas que Emma Cooper siempre recuerda escuchar decir a su madre. Hecho que corroboró de primera mano con sus padres, pues vio cómo ella, antes de morir, cada día se desvivía por prepararle postres deli...