Christian Kennedy.
Mi noticia no le ha sentado tan bien como creía.
Apenas he respondido su pregunta, su cuerpo se ha tensado, se remueve incómoda y parece nerviosa o asustada. En un semáforo puedo notar cómo lame sus labios en repetidas ocasiones, aprieta el borde de la falda con la mano que no sostengo y se empeña en tirar de esta hacia abajo, como si sintiese que muestra demasiado sus piernas.
¿Acaso fue una decisión apresurada?
¿Acaso no debí tomarla por sorpresa con esto y consultarlo con ella antes?
¿Acaso lo que pienso que es nerviosismo, podría ser enfado por tomar la decisión de hablar con mi madre sobre nosotros sin comentárselo con anterioridad?
Sea lo que sea, su silencio perpetuo no me ayuda a descifrar, tampoco el "nada" que me regala de forma escueta cuando me atrevo a preguntar qué sucede. Así que cuando entramos a una zona menos concurrida, con calles prácticamente desiertas, me hago a un lado en la calle, recordando que hice lo mismo la mañana que la llevé a la escuela, pues algo tiene Emma con interiorizar algunos sentimientos hasta que finalmente logro que los deje salir.
—Emma, ¿qué ocurre? —indago mirándola a los ojos. Vuelve a lamer sus labios y sacude la cabeza—. Emma, por favor, sabes que puedes contarme todo.
—Es que... —Hace silencio y mira a otro lado, con sus mejillas enrojecidas.
—¿Te da vergüenza ir a casa de mi madre? —Mi ceño se frunce y sostengo su rostro, haciendo que me mire—. Sé que fue una decisión apresurada, pero estoy seguro de que es la correcta. Confío en mi madre, le he hablado de ti y estoy seguro de que podremos contar con ella al momento de hacer pública nuestra relación.
—¿En serio? ¿Le has hablado de mí? —inquiere, alzando las cejas.
Asiento y acaricio sus mejillas a la par.
—Sí, puede que le haya dado a entender lo que sentía por ti antes de confesártelo. Quería asegurarme de que lo que sentía era más que simple atracción y deseo, y recurrí a ella porque siempre me escucha sin juzgar y apoya mis decisiones. También sé que te amará en cuanto te conozca.
—Pero... —Emma hace una mueca y el sonrojo en sus mejillas se intensifica—. Es que... Yo no... no debí hacerle caso a Grecia —concluye al fin.
—¿Grecia? —Emma asiente, frenética, confundiéndome por completo—. ¿Qué tiene que ver Grecia en todo esto, rubia?
—Es que ella me convenció de hacer algo, y yo lo acepté porque quería sorprenderte, no creí que viniésemos a casa de tu madre —habla con rapidez, dificultando un poco que la comprenda y, además, sigue sin detenerse—. Y ahora me muero de la vergüenza porque no quiero conocer a tu madre sin bragas y...
—¿Sin bragas? —inquiero anonadado—. ¿No estás usando bragas?
Ver su rostro enrojecido asentir a mi pregunta solo me hace pensar en cosas pecaminosas.
¿Cómo es que mi dulce Emma se atrevió a tanto?
—Grecia dijo que a ustedes les gusta que tomemos la iniciativa de vez en cuando y, de algún modo, realmente quería sorprenderte —dice respondiendo a mi pregunta sin saberlo—. Pero no pensé que vendríamos a casa de tu madre.
—Dulce Emma, sí que acabas de sorprenderme —afirmo sonriendo.
Suelto su rostro y la sostengo de sus caderas, para ayudarla a pasar sobre la palanca de cambios y sentarla a horcajadas sobre mí. Se ha quitado el blazer antes de que yo llegara y ahora solo lleva la camisa con la corbata un tanto suelta. Sus piernas tiemblan ligeramente cuando acaricio sus muslos y comienzo a dejar más de su piel a la vista.
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Solo un postre
Romantizm"El amor entra por el estómago", es una de las cosas que Emma Cooper siempre recuerda escuchar decir a su madre. Hecho que corroboró de primera mano con sus padres, pues vio cómo ella, antes de morir, cada día se desvivía por prepararle postres deli...