Capítulo 35

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Christian Kennedy.

Odio esto.

Odio a la maldita sociedad y sus clases sociales.

Odio que mamá haya tenido que actuar de ese modo.

Pero, sobre todo, odio que Emma se encierre en sí misma y se aleje; al mismo tiempo, comprendo su actuar.

Por años se ha sentido menos, su propio padre la ha llevado a eso, también las personas a su alrededor. Un claro signo de eso es la estúpida prohibición de acercarse a mí, también el hecho de mantener esto oculto de todos y al tomar el paso de ser honestos con quien creí nos apoyaría, mamá tiene que tratarla de un modo que no merece.

Comprendo su sentir, comprendo sus lágrimas, por eso, intento calmarme y trato de convencerla de que Grecia no es su única salida, también me tiene a mí.

—También puedo ser tu paz, Emma —susurro mirándola de soslayo.

Ella suspira y alza su mano para buscar la mía y entrelazar nuestros dedos sobre la palanca de cambios.

—No quiero hacerte sentir que no, simplemente... escogí el peor de los días para andar sin bragas y realmente quiero ir a casa.

—¿Puedo escabullirme a tu habitación cuando llegues?

—No, sería demasiado riesgoso hacerlo a plena luz de día.

Resoplo, ofuscado, cansado de la situación, así que decido contarle mis planes del todo.

—Pienso hablar con papá esta noche con respecto a nosotros.

—¿Qué? —chilla alejando su mano de la mía—. ¿Por qué harás eso?

—Porque ya no quiero andar a escondidas, por eso.

—Hablar con tu padre no te asegura nada, Christian. —Sé que lo dice por lo sucedido con mi madre y respeto su opinión, sin embargo, sé que papá no se atrevería a ofenderla del mismo modo.

—En realidad me asegura que podré entrar a tu habitación en plena luz del día y frente a cualquier persona.

—Mi padre jamás estaría de acuerdo con eso, si es que llega a aceptar esto...

—Lo hará. Estoy seguro de que lo hará.

—No estoy de ánimos para arriesgarme como lo hicimos con tu madre, Christian. Lo siento, pero no quiero que hables con tu padre hoy.

Aprieto mis labios en una línea y acallo mis palabras, un tanto molesto ante su miedo. Emma se mantiene en silencio hasta que llegamos al café frente a la escuela, donde me estaciono y me giro a verla, encontrándome con su mirada azulada. Mordisquea su labio con nerviosismo y no parece estar segura de qué decir.

—Lamento que la tarde no haya terminado como los dos esperábamos —comento para iniciar el diálogo.

Ella asiente, acomodando su cabello detrás de su oreja.

—Yo también lo lamento. —Suspira y lame sus labios—. ¿Estás molesto porque no quiero que hables con tu padre?

—Un poco, sí.

Sus ojos se abren en demasía, antes de asentir.

—Ya. Supuse que no lo entenderías.

—¿Entender qué? ¿Tu miedo irracional?

—¿Miedo irracional? —inquiere con incredulidad—. ¿Cómo puedes llamarle a mi miedo irracional?

—Lo es cuando intento hacer las cosas bien, y tú te niegas a ello.

Solo un postreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora