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—Hoy es el día. —Mi madre irrumpió en mi habitación con un entusiasmo desbordante mientras yo me depilaba las piernas. Menos mal que me había pillado en esa parte.

—¡Mamá! Un poco de privacidad, por favor.

—¡Vamos, no seas tonta! Te he visto en situaciones peores. No me hagas recordar el día en que tú padre y yo llegamos pronto de nuestra cena y estabas en el sofá con Rubén....

Es necesario aclarar algo: Rubén y yo nunca hicimos nada. Era un chico de mi clase con quien tuve que hacer un trabajo para el instituto. Era la primera vez que hablábamos (si es que se puede llamar hablar a una serie de monosílabos y gestos vagos mientras trabajábamos). Por alguna razón que todavía no comprendo, terminamos en una situación que parecía que estábamos a punto de desnudarnos el uno al otro. Justo en ese momento, mis padres llegaron.

—¡No, calla! Me prometiste que no íbamos a hablar del tema. ¡Lo juraste por la abuela!

Fue más fácil dejar que pensaran que me habían pillado en plena acción que decirles que todo había sido un malentendido, y que ni si quiera habíamos intercambiado más de cinco palabras.

—¡No seas tan melodramática! Sin duda has salido a tu padre

—¿Habláis de mí?

Estupendo, ya los tenia a los dos en mi habitación, mientras me quitaba el vello de las piernas después de estar todo el invierno sin depilar.

—¡Ya era hora! —exclamó él—. Parecía que el verano no iba a empezar nunca, y que no utilizarías la cuchilla jamás.

—¡Papá! ¿Por qué os habéis puesto de acuerdo para avergonzarme así?

—Ay, niña. Es que te vamos a echar de menos y queremos pasar hasta el último minuto contigo.

—Ya, y por eso me habéis obligado adelantar la mudanza una semana.

—Una cosa no quita la otra. Esto te vendrá bien a ti... y a nuestra vida sexual. —Subió y bajó las cejas y papá se acercó a ella para hacerle cosquillas.

Era lo más asqueroso que había presenciado nunca.

—No, por favor. Esto sí que no. Como no os vayáis de aquí, llamo a la abuela y le cuento que juraste por ella y mentiste.

—¡No te atreverás! —me desafió mi madre.

—No me pongas a prueba. —Agarré mi teléfono y les mostré el contacto de "abu".

—Sofía, baja el teléfono —me advirtió mi padre.

—Fuera de mi cuarto. —Marqué cada palabra de la frase y mi madre pareció rendirse ante los empujones de mi padre.

Parecía exagerado, pero los tres le teníamos un miedo atroz a la yaya. Si la conocierais, también os daría terror con solo leer sobre ella.

Seguí con mi trabajo de depilación, soltando algún que otro aullido de dolor. No fue buena idea haberlo pospuesto hasta el último momento para poder utilizar pantalones cortos.

Revisé todos los rincones de mi habitación con la mirada para asegurarme de que no habían cámaras cuando vi que me sonaba el teléfono y se trataba de mi abuela. Un escalofrío me recorrió la espalda. Vale, quizás sí era un poco exagerado el pánico que todos le teníamos.

—Abuel...

—Ana, ya te he dicho que me llames Ana.

Así era ella, demasiado joven como para que pudiese llamarla abuela. Sí, el nombre con el que la tenía asignada en el móvil era puro sarcasmo, pero jamas podría ver eso. Mis padres también me chantajeaban con eso.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora