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—Habérmelo dicho, podríamos ir los dos.

—La verdad es que no me apetece nada tenerte al lado mientras hago ejercicio. Seguro que eres de esos que corrige todo el rato y no te deja escuchar la música tranquila.

—Sí, mejor vete sola, porque no podría dejar de mirarte.

Cerré la puerta justo después de que lo dijera. Quim siempre "coqueteaba" conmigo de esa forma. Era broma, pero él no podía saber que eso hacía sonrojarme, porque se metería aún más conmigo.

Me había hecho caso por una vez y me había obligado a mi misma apuntarme al gimnasio. Aunque, una vez ahí me preguntaba si había hecho bien. Había tantas máquinas que no sabía ni por dónde empezar. No tenía ni idea de cómo utilizarlas ni qué hacer.

Tenía claro que no buscaba perder peso, ni nada de eso. Mi objetivo era tonificarme y ganar un poco de músculo. ¿Eso tenía sentido? A decir verdad, a mí no me importaba mucho mi físico, y era algo que agradecía porque sabía que no estar a gusto con tu propio cuerpo es agotador, pero una de las razones por las que me había apuntado era porque quería ganar un poco de forma en el trasero; pasar tanto tiempo tumbada en la cama había cambiado mi figura, y no sabía dónde empezaba la espalda y dónde terminaba el culo.

Y bueno, porque quería tener una buena salud, eso también.

Para no quedarme más tiempo ahí plantada observándolo todo y que me echasen de ahí por parecer una acosadora, fui directa a la cinta de correr, que no se necesitaba un máster para saber cómo funcionaba.

Bueno, no estaba mal.

Caminé un poco en la máquina y a medida que me iba motivando fui aumentando el ritmo. No me había traído los auriculares porque se me había olvidado la bolsa donde había metido la botella y mi ropa de gimnasio. Sí, tenía mala memoria. Me di cuenta una vez llegué al vestuario y quise darme golpes contra la pared.

Así que ahí estaba yo, con una camiseta negra que decía "Little Italy" y unos leggins desgastados. Bueno, era una buena oportunidad para practicar no preocuparme por lo que pensaran los demás.

Aumenté demasiado la velocidad y, cuando me costó respirar, paré la máquina y me apoyé en el manillar, tratando de recuperar el aliento. Me estaba muriendo de la calor con esos leggins. Me hice una coleta con desespero, totalmente despeinada, y volví a dejarme caer.

Qué sed.

Cuando me incorporé, noté que un hombre en una esquina haciendo pesas me miraba. La aparté y, cuando me volví a observarlo, me seguía mirando.

¿Qué me miraba ese depravado?

Me moví a otra rincón del gimnasio y me giré. Seguía mirando. Fui a comprarme una botella de agua y, para mi sorpresa, él seguía ahí, mirándome.

Cuando ya me iba a ir al vestuario —demasiado ejercicio y demasiada tensión para una tarde—, él se levantó.

Se estaba acercando a mí.

Observé a mi alrededor y me di cuenta de que no había mucha gente, pero que no estábamos solos. No me haría nada delante de los demás, ¿no? Alguien me defendería.

Cuando estuvo a unos pasos de mí, estuve apunto de irme hasta que él empezó a hablar.

—Me encanta tu camiseta, ¿de dónde es?

¿Mi camiseta...?

Bajé la vista a mi camiseta y luego volví a levantar la vista hacia él, repetí la misma acción varias veces. Él esperó pacientemente a que terminase de hacer el tonto y le respondiese.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora