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El día había sido largo, y todo lo que quería era llegar a casa, ponerme cómoda y hablar con Quim. Necesitaba desahogarme, contarle cómo Edwin había vuelto a ponerme en evidencia frente a los demás, cómo cada día que pasaba en ese lugar me hacía sentir más pequeña.

Cuando entré en el piso, noté que Quim ya estaba allí, sentado en el sofá con la mirada perdida en su teléfono. Me acerqué y le di un beso en la mejilla.

Había empezado con esa rutina y a él no parecía molestarle.

—¿Cómo ha ido tu día? —le pregunté, tratando de sonar más animada de lo que realmente me sentía.

—Bien, supongo —respondió sin levantar la vista del teléfono.

Sentí una punzada de frustración. Sabía que él también tenía sus problemas, pero en ese momento, necesitaba que me escuchara.

—¿Qué ha pasado en el trabajo? —insistí, esperando que eso lo sacase de su ensimismamiento.

—Lo mismo de siempre —respondió, finalmente dejando el teléfono—. Lluc sigue intentando convencerme de que acepte su dinero.

Rodé los ojos. Sabía que ese tema le molestaba, pero hoy no tenía paciencia para eso.

—Quizás deberías aceptarlo. Al menos así tendrías una preocupación menos.

Su reacción fue inmediata. Quim se puso de pie, frunciendo el ceño.

—¿En serio, Sofía? ¿Eso es lo que piensas? ¿Que debería aceptar la caridad de mi amigo porque no puedo manejar mis propios problemas?

Su tono me tomó por sorpresa. ¿Qué le pasaba? Sentí cómo mi propio enfado empezaba a burbujear.

—¡No es caridad, Quim! ¡Es ayuda! Todos necesitamos ayuda de vez en cuando, y no hay nada de malo en aceptarla.

—¡Pero no de él! —exclamó, su voz subiendo de volumen—. No quiero que me vea como un caso perdido, alguien que no puede mantenerse solo.

—¡Eso es ridículo! —grité—. ¿No te das cuenta de que estás siendo un orgulloso? ¡Estamos en esto juntos, y no quiero que te hundas por no aceptar un poco de ayuda!

Quim me miró, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y frustración.

—Tal vez... tal vez si no estuviera tan preocupado por ti todo el tiempo, podría concentrarme en resolver mis propios problemas.

Su comentario me golpeó como un puñetazo en el estómago. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a arder en mis ojos.

Hacía mucho tiempo que no lloraba. Era algo que detestaba y más delante de personas. Así que cuando sentí que una lagrima rodaba por mi mejilla odie la situación, odie la casa, lo odie a él y me odie a mi misma.

—¿Es eso lo que piensas? —susurré—. ¿Que soy una carga?

Quim se dio cuenta de inmediato de lo que había dicho, pero ya era tarde. El daño estaba hecho.

—Sofía, yo no... no quise decir eso.

—Pero lo has dicho.

No podía soportar quedarme allí un segundo más. Di media vuelta y salí del apartamento, sintiendo cómo las lágrimas finalmente se desbordaban. No sabía adónde iba, solo sabía que necesitaba estar lejos de Quim, lejos de todo.

Las lágrimas empañaban mi visión mientras caminaba rápido. No podía soportar estar allí ni un segundo más. Sentía como si el aire se hubiera vuelto irrespirable, como si cada rincón de ese piso estuviera impregnado de la tensión que habíamos dejado atrás.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora