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Quim.

A veces me sorprendía a mí mismo observándola, aunque más bien podría llamarse admirándola. Ella me provocaba muchas cosas, cosas que no podía decírselas a la cara porque la haría sonrojarse y cerrarse en banda.

Sabía que Sofía no era consciente del efecto que tenía en mí, porque si no no se pasearía por la casa en toalla, o en ese pijama tan cortito. Me estaba volviendo loco. Y odiaba tener esos pensamientos, porque me parecían demasiado obscenos para alguien tan inocente y delicada.

La noche que fuimos al karaoke, bebimos varias botellas de whisky y tequila y ella acabó confesando algunos secretos que dudaba que se acordase haber revelado. Uno de ellos fue que era virgen.

¿Era raro que eso me hubiera ilusionado un poco?

Ser el primero en hacerle sentir placer, el primero en entrar en ella...

Ya estaba otra vez.

Lo que más me angustiaba era la necesidad constante de hacerla sentir a gusto, protegerla y ser para ella su zona de confort; su persona de confort. Sabía que la estaba cagando, no solo porque siempre hacía que se pusiese a la defensiva y me dejaba de hablar durante días, sino también porque la última vez que arreglamos un conflicto la besé. Bueno, lo intenté, y ella me hizo una cobra.

Quise darme golpes contra la pared, ponerme de rodillas y suplicarle que eso no cambiara nada entre nosotros. Sentí que era el momento perfecto para hacerlo, pero estaba claro que no lo era. Ella acababa de decirme que no estaba acostumbrada a que alguien fuera tan paciente con ella, y yo iba y me lanzaba como un baboso salido.

—¿Solo trabajo yo o qué? —se quejó Lluc, arrancándome de mis pensamientos, mientras se secaba el sudor de la frente con la mano.

Me pasó una pala y me puse a cavar un agujero en la tierra. El jefe nos había pedido que plantáramos un olivo detrás del vivero donde trabajábamos. Ninguno de los tres entendía por qué, si aquí nadie podría verlo, pero era imposible cuestionarle nada a Manel.

Roc se había encargado de preparar el terreno y, después de quejarse del calor, se dejó caer en el suelo. Estaba tumbado mientras con la mano sujetaba su teléfono.

—Nosotros trabajando y tú hablando con la novia.

Lluc se sentó al lado de Roc, sacó una botella de agua y bebió mientras yo seguía cavando.

—Es lo que toca.

—¿Ah, sois novios ahora? —le preguntó Lluc.

Él negó con la cabeza y dejó caer el móvil en el suelo sin cuidado.

Sabía que su situación era complicada, pero no me gustaba intervenir. Los dos me caían muy bien y no me gustaría que las cosas terminasen mal entre ellos, porque sería incapaz de elegir. O quizás sí, Alma siempre había estado a mi lado.

Nada más enterarme, me había encargado de advertirles de los peligros que conllevaba empezar una relación... no tan estrecha, pero ambos hicieron oídos sordos. Y el tiempo me dio la razón.

Tomas, el segundo encargado, nos hizo separarnos, que con uno que hiciese ese trabajo era suficiente, y me mandó a hacer esquejes en el invernadero.

Esa tarea era tan rutinaria que me permitían hacerlo mientras escuchaba música.

Menos mal, porque si no, era capaz de tirarme un tiro.

Algunas canciones sonaron mientras metía los trozos de tallos en la tierra, hasta que Torno a Ser Jo empezó a reproducirse en mis auriculares. Inmediatamente, se me vino a la mente la vez que sonó Elefants en el coche.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora