—No me pasa nada —insistí, por enésima vez.
Me había levantado con el pie derecho, pero mi mal humor no tenía nada que ver con el hecho de que Quim me hubiese dejado sola en la azotea para irse con otra chica. Estaba de mal humor y ya está. Pero Quim no dejaba de preguntarme qué si me pasaba algo, que estaba más callada que de costumbre.
—Va, te he preparado el desayuno. —Hizo un mohín—. Dime que te pasa, que quiero ayudarte. ¿Es por Marc?
Pues mira, él podría ser un motivo, porque llevaba días sin responder a mis mensajes. ¿Es que todos los hombres se habían puesto de acuerdo para ignorarme?
—No es asunto tuyo —sentencié.
Me levanté de la mesa, dejándolo con la palabra en la boca y me fui directa al baño. Me metí en la ducha, asegurándome de no mojarme el pelo con un gorro ridiculo que me costaba horrores solo ponérmelo. Mientras el agua corría, empezó a darme pena como lo había tratado. Él me estaba preguntando si me pasaba algo para poder ayudarme y yo, además de no ser clara, le trataba mal.
Soy lo peor, pensé, apoyando la cabeza en la pared.
Una vez terminé, me enrollé la toalla a mi alrededor y salí para ir a mi habitación, topándome de frente con Quim.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, alterada.
—Te estaba esperando —respondió él, como si fuera lo más normal del mundo.
—¡Quim! Me estaba duchando.
Ajusté la toalla con más fuerza para no tener ningún riesgo de que se caiga. Él negó con la cabeza.
—Sofia, que no tengo visión de rayos X para ver detrás de las puertas.
—Sigue siendo raro —repliqué, sin poder evitar que un rastro de irritación se filtrara en mi voz.
Al segundo me arrepentí.
—Rara estás tú —dijo, con una sonrisa que me mostraba que no le había importado—. Dime qué te pasa, anda.
Pensé en qué decirle. Es que, en verdad, no tenia muy claro por qué me había levantado así; solo sabía que no quería hablarle. Pero eso era cruel.
—Nada, Quim... Hay días en los que me apetece hablar menos que otros.
Él asintió y agradecí que no quisiera insistir más.
—¿Quieres decirle algo más o...? —pregunté, al ver que no se movía del sitio.
—Bueno, sí. —Se acarició la nuca, como con nerviosismo—. Hoy van a venir los del grupo a comer. ¿Te parece bien? No pasa nada si no, lo puedo aplazar o hacerlo en otra casa...
—No, sí, me parece bien —respondí, casi sin pensar.
—¿Te gustaría comer con nosotros?
—Sí —respondí, aunque sonó más como si estuviera preguntando.
—¿Sí? —se sorprendió—. Genial, entonces. Vendrán sobre las dos, ¿vale?
Asentí y él se fue al comedor. Quizás me había precipitado, pero sentía que para dejar de ser la Sofia tímida tenía que salir de mi zona de confort. ¿Y que pasaba si estaba con ellos y no decía ni una palabra? ¿Qué más daba lo que pensaran?
Cuando entré en mi habitación, me asusté al ver mi reflejo en el espejo: aún llevaba puesto mi gorro de ducha rosa chillón.
¿De verdad habíamos mantenido esa conversación con esto en la cabeza? ¿Por qué no me había dicho nada? Qué vergüenza.
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Palabras que nunca dije
Teen FictionSofía es una joven reservada que se ha acostumbrado a esconder sus emociones detrás de una sonrisa y su amor por el cine. Tras mudarse a una nueva ciudad, encuentra refugio en un apartamento compartido con Quim, un chico lleno de vida pero atrapado...