Empezaba a acostumbrarme a la nueva rutina: levantarme a las siete, prepararme, coger el bus, cambiarme en el lavabo, frentear y ordenar los pasillos, atender a los clientes, volver arriba, cambiarme, llegar a casa, comer, hablar un poco con Quim y encerrarme en mi habitación.
A él no le parecía raro —o al menos nunca me lo hacía saber—, que no saliese nunca, especialmente cuando venía gente a casa, que era todos los días; si no eran sus amigos, eran chicas que traía esporádicamente por las noches. Yo no podía quejarme; era parte del trato.
Así que me quedaba entre mis cuatro paredes, comiendo la comida que había encontrado en la cocina y viendo películas o series. No pensaba mucho en cómo me había ido el día, porque a veces terminaba tan agotada, tanto fisica como mentalmente, que me ponía a llorar enseguida.
Una de esas tardes, tras pasar de una película a otra sin decidirme, apagué la tele sin saber qué ver. Me quedé un rato mirando el techo, echando en falta las estrellas y la luna que tenía en mi antigua habitación —obligué a mi madre comprarlo cuando las vi.
Bueno, aquí tengo un peluche.
Me levanté de la cama y, en el armario, escogí uno de los pocos vestidos que tenía. A veces, en casa, cuando estaba sola y sin saber qué hacer, me ponía guapa y me observaba en el espejo o me sacaba fotos, para recordarme que era adolescente, que no era fea y que tenía buena ropa escondida entre los cajones.
Agarré el vestido rojo que me había puesto alguna noche que salí con Paloma y me lo puse. No me había dado cuenta de que había subido un poco de peso hasta que intenté subirme la cremallera y no pude.
Me observé con el vestido medio puesto y sentí un pinchazo en el pecho. Recordé el primer día que me lo puse, lo insegura que me sentí y como Paloma me subió enseguida la autoestima. Me dijo que estaba buenísima y que cualquiera querría quitármelo. Sonreí al recordarlo. Ella era mucho más atrevida que yo y, al estar junto a ella, era capaz de contagiarme un poquito de su forma de ser.
Mientras terminaba de subirme la cremallera con bastante esfuerzo —había hecho más brazo en ese momento que en toda mi vida, tenía que apuntarme al gimnasio de inmediato, daba pena lo rápido que me cansaba—, se oyeron unos golpes en la puerta.
—Sofia —se escuchó decir a Quim desde el otro lado—. No hay nadie... ¿te gustaría cenar conmigo aquí fuera?
Claro, cuando no había nadie quería que le hiciese compañía. Pues yo no era la segunda opción de nadi...
—Hay pizza.
Abrí la puerta nada más escucharlo, lo suficientemente rápido como para sorprenderlo. Después se dedicó a observarme con el vestido puesto.
—Joder.
Enseguida bajé la mirada, para darme cuenta del vestido rojo apretado que llevaba puesto. Intenté taparme un poco el escote pronunciado, tontamente, porque él no me observaba ahí, sino a los ojos. Una molesta sensación me invadió, como si me ofendiese que no me mirase.
—Cállate.
—¿Vienes o no?
—Voy a cambiarme, espérame en el comedor. —Le agarré del brazo y lo señalé—. No comas de más. Mitad y mitad.
—Tranquila, ansiosa. ¿Por qué no te dejas el vestido? Te queda bien.
Estuve apunto de decirle algo, pero noté que me lo decía en serio.
—Anda, déjame.
Y, antes de quitármelo, me observé durante unos segundos más en el espejo.
Es verdad, me queda bien.
![](https://img.wattpad.com/cover/374483963-288-k850646.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Palabras que nunca dije
JugendliteraturElla es muy tímida y reservada. No sale de su habitación y no habla con nadie. Él es muy extrovertido y fiestero. Sus padres no le comprenden y siente que le falta algo. Sus vidas se cruzan cuando ella tiene que mudarse a Barcelona a compartir pis...