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—¿Cuál es tu película favorita?

Me encogí de hombros, a la vez que apuntaba la referencia de un producto para cambiar el precio.

—No lo sé, es que me gustan muchas.

—Hombre, alguna tiene que gustarte un poco más —insistió.

—Mmm... supongo que los musicales... o las pelis de Wes Anderson.

—Ah, qué bueno.

—¿Y a ti?

—Pues yo tampoco estoy seguro. Me gustan mucho las de acción, pero... —comenzó a responder Edwin mientras recortaba etiquetas de los precios para colocarlas más tarde.

Desde que había tenido aquel momento de vulnerabilidad frente a él, se había convertido en otro Edwin totalmente distinto: me ayudaba con cada una de mis tareas, me sacaba temas de conversación y estaba mucho más relajado, como si ya no le importara tanto que hiciera las cosas con rapidez.

Poco a poco empezaba a encontrar un lugar en Vértice Verde. Aunque no era el trabajo de mis sueños y estaba segura de que no me contratarían si me ofreciera, la situación ya no me parecía tan mala. Le había cogido el gustillo a sacar precios, etiquetar productos, poner los precios en cada pasillo, ordenar la zona del mobiliario y asegurarme de que todo estuviera en su sitio.

Además, solo me quedaban tres semanas para terminar las prácticas, y una pequeña parte de mí comenzaba a sentir que iba a echar de menos a algunos de mis compañeros.

Cuando terminé mi jornada, me despedí de mis compañeros para marcharme a casa, con una sonrisa al saber que esto se acababa. Me despedí de Dani y, al salir, alguien me llamó. Cuando alcé la cabeza me encontré con Alma.

—¿Qué haces por aquí? —le pregunté después de saludarla.

—Estoy paseando a Magüi. —Levantó la correa y me agaché para poder acariciarla. Era adorable—. Como sabía que trabajabas, pensé en pasarme un rato. ¿Ya has terminado?

Asentí.

—Bueno, te acompaño a casa.

Por el camino, Alma me estuvo contando un montón de historias sobre su vida, abriéndose como si fuéramos amigas de toda la vida. Me habló de su situación familiar: su madre, que estaba separada y había vuelto a encontrar el amor junto a un panadero llamado Mario, que era como un padre para ella; de su hermana gemela; y de su hermano mayor, con quien no se hablaba. También me contó sobre su situación amorosa: Roc y ella eran amigos con derechos, pero sentía que las cosas se estaban complicando.

No fue hasta que llegamos a la puerta del piso que Alma me preguntó sobre mí.

—Quim me explicó lo de la cena, ¿qué tal fue?

Un peso se instaló en mi pecho, con las manos temblorosas abrí la puerta del portal y Alma y Magüi entraron detrás de mí.

—Bien —murmuré, aunque sonaba totalmente falso.

—¿Sí? Pues ya me darás las gracias porque la idea fue mía...

Al verme reflejada en el espejo, las lágrimas comenzaron a brotar sin que pudiera controlarlas. Me cubrí la cara con las manos, sollozando, mientras sentía como Magüi intentaba subirse a mis piernas.

—¿Sofia? ¿Por qué lloras?

No respondí, seguí llorando y Magüi empezó a ladrar. Cualquiera que viera la escena se quedaría atónito: una chica llorando desconsoladamente, con una perrita pequeñísima intentando subirse a ella y ladrando como una posesa, mientras la otra chica intentaba controlar la situación.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora