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Quim

—Haberlo pensado antes de haberte hecho jardinero —finalizó mi padre, cortando la llamada.

Golpeé la mesa con frustración, haciendo que las plantas sobre ella se tambalearan. Solté un suspiro de alivio al ver que ninguna maceta se cayó; Manuel, mi jefe, me habría matado.

Odiaba hablar con mi padre. Era algo que evitaba siempre que podía, pero esa vez no tenía opción. Necesitaba más dinero para el piso, y aunque pedirle ayuda me repateaba el alma, no me quedaba de otra. No quería cargar a Sofia con más gastos. Ella estaba en prácticas y no cobraba, así que el poco dinero que tuviera debía ser para ella, no para mí.

La conversación terminó justo como lo había previsto: con mi padre echándome en cara mi elección de carrera y soltando su típico "Ya te lo dije" que me hervía la sangre.

Si tan solo pudiera contar con el apoyo de mis padres... Pero eran tal para cual. Para ellos, si su hijo no era neurocirujano, abogado o cualquier otra profesión que implicara mucho dinero, no era nada.

Todavía recordaba cómo reaccionaron cuando les dije que había conseguido un puesto en el vivero. Preferí no revivir ese momento, porque sentí que la sangre se me helaba. Ya conocía sus expectativas sobre mi futuro, pero ingenuamente pensé que si les explicaba lo mucho que me apasionaba la jardinería, terminarían aceptándolo. Qué iluso fui.

Si por mí fuera, no volvería a saber de ellos, ni ellos de mí. Pero la realidad era que mi trabajo no me permitía ganar lo suficiente para mantener un piso por mi cuenta.

Mi cabeza pensó en qué otras posibilidades tenía para conseguir dinero rápido, pero todo rozaba lo ilegal.

O, podía vender algunas de mis pertenencias, pero tampoco tenía muchas cosas de valor.

—¿Qué, pensando en alguna chica? —bromeó Lluc, apareciendo a mi lado.

—Ojalá, pero no, al contrario.

Seguí trabajando, sintiendo que Lluc seguía observándome. Sabía que había notado que algo no iba bien.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

—Acabo de hablar con mi padre.

Él asintió, sabiendo que eso era motivo suficiente para estar de mal humor.

—¿Qué te ha dicho esta vez?

—Un: me da igual lo mal que vayas para pagar tu piso, no haberte hecho jardinero.

—Joder, ¿no tienes para pagar? ¿Por qué no me lo pides a mí?

—Pues porque no quiero que me lo des —corté, zanjando el tema. Sabía que si no se lo dejaba claro, me insistiría.

La familia de Lluc tenía bastante dinero; eran los dueños de una gran multinacional. Él trabajaba conmigo por vocación y porque le gustaba estar conmigo, aunque nunca lo admitiera.

Pero yo no quería que me pagase nada. Era mi amigo por sus valores, por ser un buen amigo y porque nos queríamos. No me interesaba ni me interesara nunca su dinero.

—Va, Quim, no seas tonto. Déjame ayudarte.

—No, Lluc —respondí con firmeza.

Lluc suspiró y se quedó en silencio por un momento. Sabía que no conseguiría convencerme, pero eso no le impedía intentarlo. Apreciaba su persistencia, aunque también me frustraba.

—Sabes que lo digo porque me importa, ¿verdad? —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

—Lo sé, Lluc. Y te lo agradezco, en serio. Pero esto es algo que necesito manejar por mi cuenta. Si empiezo a depender de ti, siento que nunca podré demostrarme que puedo con esto.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora