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Me levanté con el estruendo de platos chocando y un caos evidente en la cocina. Al acercarme, Quim estaba agachado con un montón de utensilios esparcidos por la cocina.

—Buenos días, chef. —Sonreí justo cuando dejó caer una olla del susto, haciendo un ruido espantoso.

—Buenos días, reina. —Se puso de pie y me hizo una reverencia—. Hoy le voy a preparar un desayuno de cinco estrellas, alteza.

Llevaba ya unos días diciéndome que me trataba como a una reina y que él era un simple esclavo a mi servicio.

—¿Ah, sí? —pregunté, acercándome con aire retador—. Me da que yo sería capaz de hacer un desayuno mejor que el tuyo.

—¿Tú? —replicó, levantando una ceja.

—Yo.

—Un paquete de galletas no cuenta como un buen desayuno.

—Te equivocas. Pero si no me crees, hagamos una cosa: preparemos dos desayunos y veremos quién hace el mejor. —Me señalé a mí misma.

Quim aceptó el desafío con una sonrisa torcida.

—¿Estás segura? No quiero que te sientas mal cuando pruebes mi obra maestra.

—Tranquilo, eso no va a pasar —respondí, acercándome a los cajones en busca de ingredientes.

Quim tenía ventaja, porque él sabía dónde estaba todo colocado y había cocinado muchísimas veces para mí.

Lo que empezó como un juego se fue convirtiendo en una competencia. Aunque nunca había sido una persona competitiva, en ese momento quería ganarle a toda costa.

Entre risas y empujones, intenté batir huevos para hacer una tortilla mientras Quim trataba de dominar una sartén para hacer tortitas. Se había arriesgado al intentar algo que nunca había hecho, y yo sentía la victoria al alcance de la mano.

Pero la competición se fue volviendo un completo caos. Entre los empujones y los sabotajes que nos hacíamos, empezaron a volar los ingredientes por todos lados: harina en el suelo y encima nuestro, cáscaras de huevo por toda la encimera, un charco de leche derramado del cual ninguno nos hacíamos responsables.

—¡Cuidado, se te va a quemar! —exclamé, señalando el borde de una tortita que ya se estaba poniendo negro.

—¡No subestimes mi técnica! —respondió Quim, intentando hacer girar una tortita en el aire y fallando estrepitosamente.

Los dos nos reímos cuando la tortita aterrizó en el suelo, medio doblada.

—Sí, un desayuno de cinco estrellas, chef —me burlé, intentando darle forma a mi tortilla, que empezaba a parecerse a cualquier cosa menos en algo comestible.

No sabía qué era más ridículo, si su fallido intento por hacer girar la tortita o que yo no pudiera hacer bien ni una simple tortilla.

Creo que lo mío era bastante triste.

Dejé mi "tortilla" en un plato grande y me quedé apoyada en la encimera, observando cómo Quim intentaba sacar adelante su plato. Todo él estaba cubierto de harina, azúcar y trozos de comida.

—Te has puesto perdido —comenté.

Quim me miró divertido.

—No todos podemos ser tan limpios como tú, alteza. —Me señaló y bajé la cabeza, viendo como tenía el pijama lleno de rastros de huevo y harina.

—Pero tú estás más sucio —repliqué.

—Eso lo dudo.

—Claro que sí. —Me separé de la encimera y agarré un poco de harina, me acerqué a él y se la restregué por la cara—. ¿Ves?

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⏰ Última actualización: Sep 03 ⏰

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