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Acabé de vestirme y solté todo el aire posible. Era el primer día de mis prácticas y estaba terriblemente nerviosa.

Quim y yo habíamos empezado con mal pie. De hecho, me había esforzado bastante para que así fuera.

Al despertar, los restos de lo que había sido la fiesta continuaban en el salón. Como una prueba dolorosa de lo que me había perdido por mis miedos.

Me asusté al ver que Quim estaba recogiendo los vasos de plásticos que habían desperdigados por el sofá. Tenía intención de evitarlo.

Me había atormentado un poco quedar mal delante suyo, pero era porque aún no le había mostrado esa faceta de mí. Ahora que lo sabía, tenía intención de hacer lo que siempre había hecho con todos los demás: no hablar y esperar a que ellos me evitasen. Además, en lo único que podía pensar era en las prácticas.

Pero, contra todo pronóstico, Quim me ofreció un desayuno que había preparado él mismo. Lo denegué enseguida, porque cuando estaba nerviosa se me cortaba de pleno el apetito y lo único que me apetecía era vomitar, pero se lo agradecí muy sorprendida.

¿No me odiaba?

Al llegar a la tienda, me detuve en la puerta, insegura sobre qué hacer. ¿Dónde tenía que ir? ¿Tenía que esperar ahí hasta que alguien viniera a buscarme?

Me quedé apoyada en una barra señalizada como Punt d'informació, pero no había nadie allí. Observé a todos lados en busca de alguien que no fuese un cliente.

Un señor debió de verme bastante angustiada, porque se acercó a mí para intentar ayudarme.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó amablemente.

Era uno de los trabajadores de la tienda, aunque no iba con el uniforme verde tan característico, sino que llevaba una camisa amarilla.

—Sí, bueno... soy una chica que va a hacer las prácticas aquí —logré decir entre titubeos—, pero no sé dónde tengo que ir.

Él asintió con comprensión y me condujo al hombre que se encontraba al lado de la puerta, que iba vestido como un guardia —porque lo era, claro—, y le explicó lo mismo que yo le había dicho. Él sacó un walkie-talkie y habló con alguien diciéndole que había una chica de prácticas esperando abajo.

En ese punto estaba más que nerviosa, sentía que en cualquier momento iba a echarlo todo —o nada, porque no había desayunado— o a echarme a correr y quedarme sin título.

El guardia recibió respuesta y ordenó al señor de amarillo a que me acompañase a arriba.

Seguí al señor, (que aunque mas tarde me diría su nombre yo le apodé "Señor de amarillo") por la tienda mientras me dirigía a una puerta escondida en la zona de jardín, apretó uno de los botones que habían al lado de ella y la abrió.

—Te están esperando arriba.

Y una vez entré, observé cómo él cerraba la puerta tras de mí, dejándome sola para enfrentar lo que vendría.

¿No me acompaña?, pensé. Y temerosa subí por las escaleras.

Una vez llegué arriba, una mujer me esperaba en la puerta para recibirme.

No estaba muy sonriente, pero tampoco tenía razones para serlo. Se presentó como Oriana, la jefa de la sección de Jardín, que era donde yo iba a trabajar.

Después, me llevó de nuevo abajo, pero esta vez nos dirigimos a unas escaleras que bajaban aún más, hasta llegar a un cuartito repleto de ropa. Me pidió mi talla y me entregó mi nuevo uniforme. Luego, tuvimos que subir de nuevo (me iba a poner en forma) y me dio tiempo para cambiarme en el vestuario.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora