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—Tengo una sorpresa para ti —anunció apenas entré en casa.

Había trabajado en el turno de tarde y estaba reventada, pero su gran sonrisa era contagiosa.

—Ponte cómoda y sube a la azotea —me dijo, desapareciendo por la puerta.

Qué raro.

No tenía ni idea de qué podría ser. Quim era tan espontáneo e impredecible que podría haber sido cualquier cosa, desde un ramo de flores hasta que me hubiera hecho las maletas para que me fuera.

Me puse el pijama. No sabía si cambiaría gran cosa, pero elegí uno de mis mejores: el de camiseta de tirantes y el pantalón rosa con estampados de ositos.

Después de cambiarme, salí de casa y subí a la azotea despacio, un poco temerosa de lo que me esperaba ahí fuera.

Una vez abrí la puerta, me quedé completamente congelada observando la escena.

Había decorado la azotea. Era precioso. Había movido la mesa de madera al centro y colocado un mantel rojo encima, con dos platos, cubiertos, y una vela antimosquitos (que nos vendría de maravilla). Alrededor, había puesto farolillos y velas, creando un ambiente tan cálido y... romántico.

¿Estábamos teniendo una especie de cita? No, claro que no. Era una cena bonita entre amigos.

Giré la cabeza hacia él, que ya me miraba expectante. Luego, con rapidez, encendió algunas de las velas que se habían apagado. Era una noche seca de verano, así que no había mucho riesgo de que eso volviera a pasar mientras cenábamos.

—Quim, esto es... —Las palabras se me quedaron atrapadas en mi boca. Estaba a punto de llorar. Nadie me había hecho algo tan bonito antes.

—¿Te gusta? —Asentí—. Pues ya te puedes ir, que va llegar mi invitada.

Me quedé de piedra. ¿Acababa de enseñarme algo tan precioso que había hecho para otra chica?

—¿Cómo?

—No quiero cenar contigo, Sofía.

¿Cómo podía decirme eso cuando era obvio que me había emocionado pensando que era para mí? Estuve a punto de explotar en lágrimas o a gritos, pero él negó con la cabeza y se acercó a mí.

—Sofía, eres tú con quien quiero cenar. Estoy nervioso y me cuesta explicarme. Quiero cenar contigo, pero no con la versión que muestras a todo el mundo, sino con la verdadera Sofía que está escondida.

Me tranquilizó bastante, pero aún no entendía a qué se estaba refiriendo exactamente.

—¿Qué quieres decir?

—Que he tenido la suerte de conocerte de verdad, y quiero cenar con esa Sofía, y que conozca al verdadero Quim; sin bromas de por medio ni tonterías.

Miré a mi alrededor. Joder, ¿esto estaba pasando de verdad? Si me hubiesen dicho el primer día que llegué que el chico que tenía sujetadores en su cuarto sin saber de quién eran me estaría diciendo que quiere cenar conmigo en una terraza preciosa que él mismo había preparado, me habría reído. No, me habría enfadado por pensar que intentaban tomarme el pelo de esa forma.

Él se acercó todavía más a mí y me cogió de las manos.

—¿Quieres cenar conmigo, Sofía? Con mi verdadero yo.

No había notado lo mucho que mis manos temblaban hasta que él las sostuvo entre las suyas.

Me daba miedo, no voy a negarlo. No conocerlo a él en profundidad, porque me moría de curiosidad y de ganas por saber sus pensamientos, sus miedos... lo que me aterraba era tener que ser yo misma y que, por un momento, él pensara que no era lo que esperaba. Que mi verdadero yo no le gustara tanto como él pensaba.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora