2

17 4 2
                                    

Me removí en la cama mientras unas voces gritaban desde el comedor. Por un segundo, creí que estaba en mi habitación y que los gritos pertenecían a mis padres. Pero no, porque era  demasiado bullicio para ser ellos.

Alargué la mano hacia la mesilla y agarré el teléfono para ver qué hora era. Las 8:00.

¿Qué hacen aquí tan temprano?, me pregunté. ¿O es que nunca se han ido de esta casa?

La noche anterior, los amigos de Quim habían irrumpido en el piso mientras hablábamos en la cocina. Me causó tanto estrés y ansiedad tener que conocerlos a todos, que me escabullí a mi habitación sin decir una palabra. No me sentía bien haciéndolo; no quería parecer una maleducada, pero me sentía incapaz de salir.

El estómago me rugió y maldije  mentalmente.

¿Por qué la gente tiene que ser tan sociable?

No pasaba nada. Yo podía hacerlo. Solo tenía que salir, saludar y aguantar alguna que otra pregunta. Después iría a la cocina, desayunaría, me despediría y volvería a encerrarme.

Sí, puedo hacerlo.

Salí de la habitación, haciendo el menor ruido posible. Cuando sólo me quedaba dos pasos para llegar al salón, oí pasos acercándose y me disparé hacia el lavabo.

Bueno, era un buen comienzo.

Desde el espejo podía visualizarme con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos, como si estuviera bloqueando el paso en una escena de crimen. Esa noche había visto una película de misterio policial.

Aproveché que estaba ahí y me di una ducha rápida. Eso me vendría bien.

Una vez había terminado, salí con el mismo sigilo y me armé de valor para salir al comedor.

Tú puedes, tú puedes, tú puedes, me repetía una y mil veces hasta que llegué al salón.

Aún no se habían dado cuenta de mi presencia, así que aproveché para observarlos.

Alma estaba sentada sobre... Roc, creo, riendo contagiosamente mientras bromeaban. Dos de ellos estaban inmersos en una partida de la PlayStation, picándose entre sí, mientras Quim, sentado en uno de los sofás, miraba su teléfono con atención. Otros se encontraban dispersos por el salón.

Me adentré un poco más y, en cuanto me vieron, todos los presentes me miraron al instante. Los que jugaban apagaron la consola nada más verme. Quim me observó con una pequeña sonrisa que fue creciendo a medida que me acercaba.

—Chicos —empezó Quim, ya que yo no abría la boca—, ella es Sofia.

—Ah, la chica que se escabulló antes de que nos pudiese ver —dijo uno de los chicos que jugaban, volviendo a centrar su atención a la tele.

—Lo que te habrá dicho este para que no nos quisieras conocer —añadió otro.

—No, yo no...

—Lluc —intervino Alma, poniéndose de pie y dandome un rápido abrazo que no correspondí—. Menos mal que te has despertado. Tenía miedo de convertirme en una unga unga como ellos.

—Si tu ya lo eres —dijo el otro jugador.

—¿Te sientas un rato? —me preguntó ella, ignorando al chico.

—No... iba a desayunar.

—Desayuna con nosotros —me ofreció Quim. Noté que no lo decía con intención de presionarme, sino de incluirme.

Aún así, negué.

—No... en realidad, desayunaré en mi habitación.

—¿Que hay en esa habitación que no quieres salir? —me preguntó uno de los chicos con el pelo negro.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora