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Era el decimoquinto mensaje que le enviaba a Marc y empezaba a pensar que, quizás, me estaba haciendo ghosting.

Será capullo.

A la Sofia que acababa de llegar a Barcelona con la esperanza de estar más cerca de él le hubiese dado un ataque al corazón. Pero, en ese momento, yo solo podía pensar que tenía más vía libre para estar con Quim. Y, entonces, me sentía ridícula de pensar en algo así. Era mi compañero, y tenía la suerte de que fuera mi amigo. Había visto a suficientes chicas salir de su habitación como para saber que nunca podría pasar algo entre él y yo.

Dejé mis cosas en el vestuario y, al salir, me encontré con Olaya, la jefa de recursos humanos. Me parecía agradable; siempre me sonreía cuando me veía.

—Hola, Sofía. ¿Cómo estás? —me dijo, al verme.

—Bien.

—Hoy será un día un poco movidito y Oriana va a necesitar toda la ayuda posible. ¿Estás preparada?

Asentí, aunque sabía que no era muy buena trabajando bajo presión. Lo había descubierto durante estas prácticas, cada vez que Edwin me metía prisa o me daban muchas tareas a la vez.

Me regañé mentalmente por pensar así; había mejorado mucho. Siempre terminaba las tareas que me daban y me encontraba mucho más suelta con los clientes. No trabajaba mal.

Al bajar, me mandaron a la carpa donde los demás compañeros ya me esperaban.

Ahí, Oriana nos explicó que teníamos que hacer un cambio de temporada, lo que significaba cambiar la sección por otra temática teniendo en cuenta la temporada del año, en ese caso: verano.

A mí me asignó la tarea de llevar todo lo que había en la carpa a las secciones correspondientes con un traspalé. Odiaba esa máquina del diablo. Los demás lo solían llevar con bastante soltura, como si fuera algo fácil, pero a mí se me hacía muy complicado manejar esa cosa.

Como pude, fui repartiendo los palés en cada sección que tocaba. Cuando iba por mi tercer palé, sudando y respirando a duras penas, Camila descolgó una llamada.

Me avisó que Oriana me estaba esperando arriba para hablar conmigo, así que me dirigí con rapidez a las oficinas, no sin antes pedir una tarjeta para subir.

Por el camino, me comí la cabeza pensando en de qué querría hablarme. Por mi cabeza pasaron varias escenas con rapidez, como siempre, iban de mal en peor.

Al llegar, me estaban esperando ella y la jefa de recursos humanos.

—Cierra la puerta, por favor —me pidió Olaya, con una sonrisa.

Una vez estaba cerrada, me soltaron todo lo que tenían que decirme. Y yo, cada vez me hacía más pequeña y mi corazón se iba encogiendo conmigo.

Me dijeron que ya tenía que empezar a hacer más cosas a la vez, sacaron de nuevo el tema del puñetero ritmo y que, a estas alturas, ya debería de saberme bastante bien los productos que ofrecíamos para poder venderlos.

—Es que eres demasiado tímida —soltó Oriana con seriedad.

Me quedé sin respiración, o al menos, sentía que me costaba hacerlo.

—Que no está mal, pero tienes que saber vender —continuó Olaya.

—Es que tú no serías capaz de venderme una motosierra —añadió Oriana.

Y así fueron hablando, como si fuera una partida de ping-pong en el que ambas jugaban contra mí y yo solo me dedicara a quedarme quieta mientras me daban los golpes.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora