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Estaba hecha un lío, muerta de la vergüenza y llena de dudas. Mi mente volvía una y otra vez a la escena del ramo: cómo lo dejó con tanta delicadeza en la mesita y como mantuvo sus ojos fijos en mí cuando se dió la vuelta.

Cada vez que echaba un vistazo a mi izquierda y el girasol sobresalía del resto de las flores, sentía un calor que me recorría por todo el cuerpo. Recordaba cómo se acercó a mí con seguridad, cómo acarició mi mejilla con suavidad... Si me concentraba lo suficiente, podía sentir casi el cosquilleo en esa parte de mi piel. Y, aunque nuestros labios no llegaron ni a rozarse, tenía la sensación de que sí lo habían hecho; una sensación tan vívida que, si me concentraba aún más, podía llegar a sentir el tacto de sus labios en los míos.

Todas las fantasías sobre lo que podría haber pasado —que no eran pocas— me inundaban, imaginando cómo habría terminado todo si no me hubiera apartado. Nos veía en todos los lugares posibles, desde mi habitación hasta la azotea. Era extraño pensar en eso; primero porque nunca había tenido pensamientos así, de hecho, los rehuía por el hecho de no haber besado a nadie nunca. Y segundo, porque fui yo quien se apartó. Yo fui la culpable de que cualquiera de esas posibilidades no se hicieran realidad.

No sabía que tan molesto podía estar Quim por lo sucedido, ni que tan incómodo o avergonzado, pero algo era seguro: ya no éramos los mismos de siempre. Era como si hubiéramos intercambiado los roles; ahora era él quien me evitaba y yo quien lo buscaba en cada rincón. Si hasta lo esperé en el salón con su programa favorito puesto en la televisión y pasó de largo.

"No voy a cenar", fue lo único que me dijo mientras desaparecía por el pasillo.

Estaba tan desesperada por recuperar al Quim de siempre que, por poco me metía en su habitación y lo besaba fervientemente, aunque tampoco hacía falta darme un motivo para hacerlo. Quería besarlo. Y me sentía tan mal por haberme apartado.

¿Por qué tenía que ser rara hasta para esto?

Solo tenía que haberme quedado quieta y dejarme llevar, pero lo estropeé. Aunque, ¿por qué me sorprendía tanto? Sabía que tenía esa capacidad innata de sabotearme, especialmente cuando las cosas comenzaban a ir bien.

Me sentía despreciable por desear besarlo. Si estuviera en su lugar, estaría destrozada por haberme lanzado y ser rechazada de esa manera. Y él, encima, tenía que verme cada día.

Así me pasaba las horas, dándole vueltas al no-beso, martirizándome, compadeciéndome, detestándome... y al final, me daba un par de palmaditas en la espalda como gesto de felicitación.

Quim es un buen chico, pensé, pero no deja de ser un mujeriego. Seguro que me había intentado besar porque yo era una chica de su edad y, si los dos hubiéramos querido, habría sido una noche y nada más. No estaba dolido por mi rechazo, al menos no de la forma en la que yo lo estaría, sino porque le había golpeado el ego.

Y ahí ya me quedaba más tranquila, pero el deseo de haber hecho algo y haberlo perdido en el último segundo seguía allí.

Lo peor es que no tenía a nadie con quién hablarlo, lo que hacía que me volviera aún más loca. Necesitaba que alguien me dijera si estaba actuando mal, si no, o que me pegase un tiro por haberle hecho una cobra a Quim. Necesitaba a Paloma.

Nunca he entendido cómo la gente tiene tantos amigos ni cómo los consigue ni cómo los mantiene. No me entraba en la cabeza —quizás tenía algo que ver mi falta de habilidades sociales— cómo se puede establecer una conversación con un desconocido y empezar una amistad, así, de la nada.

Me vino a la mente el hombretón del gimnasio. Así había conocido a Gerard, aunque hacía un montón que no aparecía por allí. Y eso que ya empezaba a ver resultados con los ejercicios. Pero me daba tanta pereza... Lo que peor me ponía era haber perdido las charlas durante el entrenamiento con Gerard. Se podría decir que hablábamos un 80% del tiempo y hacíamos deporte un 20%. Por eso me caía tan bien, porque él no sabía que yo era tímida. En algunos momentos no sabía qué decir y me mantenía callada, pero a él no parecía importarle y, sobre todo, nunca me lo hizo notar.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora