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Una canción que no entendía empezó a sonar. Era catalana, así que, por mucho que me esforzase a entender de qué trataba me era imposible. Apoyé la cabeza en la ventanilla mientras la oía. La música era movidita.

—I si el cor diu que vol jugar-s'ho tot, qui soc jo per dir-li que no.

Levanté la cabeza para poder observarlo. Quim cantaba la canción con toda la pasión del mundo mientras agarraba el volante con firmeza, volvió a repetir la frase varias veces y después me empezó a mirar de reojo.

—...reso a les nits per viure dies nous, estimo el sol quan fa dies que plou, vull viure tot com un primer petó...

No entendía nada, pero me parecía gracioso ver como intentaba bailar en el espacio tan reducido del coche.

—De que em serveix la poooooor? —En esa última frase no pudo llegar a la nota y le salió un gallo. A él no le importó, porque siguió bailando energéticamente y yo no pude evitar reírme.

La música se hizo aún más animada, con más ritmo, y Quim alzando el puño dio golpes en el techo del coche siguiendo el ritmo.

Con la timidez de no querer hacer algo con un objeto que no te pertenece, levanté el mío y le seguí el rollo.

Giró su cabeza hacia mí y nos sonreímos.

¿Os imagináis que la canción hablase sobre muerte o cosas deprimentes y nosotros lo estuviésemos celebrando así?

No me habría importado, porque me lo estaba pasando bien.

Mientras nos reíamos, noté que él posaba su mirada en mí. Solía hacerlo cuando me hacía reír, cuando estaba feliz o cuando estábamos hablando juntos y nos sentíamos verdaderamente a gusto. No sabía por qué lo hacía. Se quedaba mirándome durante unos segundos, como si me analizara, y mi sonrisa se convertía en una más tímida, pero no incómoda; porque me gustaba sentirme observada por él.

Mientras Quim continuaba cantando, me sumergí en mis propios pensamientos. La energía positiva en el coche era contagiosa, y por un momento, me permití olvidarme de todo lo demás. Pero cuando la risa comenzó a calmarse, un pensamiento cruzó mi mente: ¿Cómo es posible que me sienta tan bien con Quim?.

Pensé en las semanas anteriores, cómo Marc había sido mi principal foco de atención, y cómo había intentado en vano mantener viva una conexión que parecía desvanecerse. Con Quim, todo era más sencillo, natural. No debería sentirme así, me dije a mi misma, intentando convencerme de que esta cercanía con Quim era solo producto de la falta de atención de Marc. Sin embargo, una parte de mí sabía que no era tan simple. Había algo en Quim, en su manera de estar presente, de hacerme reír sin esfuerzo, que me hacía sentir vista y valorada.

Observando un poco de reojo, me fijé en las manos que sujetaban el volante, dándome cuenta de algo que nunca había visto antes: una pequeña cicatriz en la mano derecha de Quim, justo debajo del pulgar.

—¿Qué te pasó ahí? —pregunté, señalando la cicatriz.

Quim miró su mano y sonrió.

—Oh, esto. Me la hice cuando tenía diez años, intentando trepar un árbol para impresionar a una chica de mi clase. Me caí y me rasgué la mano con una rama. Nunca le dije que fue por ella.

Reí suavemente, imaginándome a un joven Quim, subiendo a un árbol y, mi parte favorita, cayéndose de el.

—Creo que esa cicatriz te queda bien —dije, sin pensar.

Quim la miró, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y gratitud.

—Gracias. Es una buena historia para recordar por qué no trepo árboles más.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora