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—No lo haré —insistí, entre risas, mientras Quim me miraba con diversión.

—Claro que sí —replicó él, abriendo la puerta del local y haciéndome un gesto para que entrara primero.

Al cruzar la puerta, el bullicio de copas chocando, la música retumbando en los altavoces y un grupo de universitarios que, sobre un pequeño escenario, berreaban más que cantaban. El sitio no era muy grande, aún así, estaba abarrotado. Ni de coña iba a cantar delante de tanta gente.

Quim puso su mano en la parte baja de mi espalda, guiándome hacia una mesa vacía. Su tacto me estremeció al instante.

Joder.

Antes de salir de casa, me dijo que quería pasar un buen rato conmigo, que me vistiera como me diese la gana, pero que estuviese lista en quince minutos. Estaba claro que iba a durar mucho más que eso, pero creo que la espera valió la pena, porque nada más aparecer en el salón, se levantó y empezó a piropearme.

Eran esos gestos los que me confundían. Me decía unas cosas..., me miraba de una forma... Pero sabía que estaba condicionada por mis sentimientos. Él solo era amable conmigo, ¿no?

—Espérame aquí —me dijo una vez me había sentado en un sofá de cuero—. Voy a por las bebidas.

Asentí y me quedé mirando a la pareja que cantaba en el escenario. Agarrados de la mano, cantaban Something Stupid, y, aunque arrastraban un poco las frases fruto del alcohol, no sonaban mal. Si fuese capaz de cantar así, aún estando ebria, subiría ahí sin pensarlo dos veces, pero no era el caso.

Quim regresó justo cuando ambos cantantes se miraban y finalizaban con un: "And then I go and spoil it all by saying something stupid like I love you" y un prolongado beso. Sonreí un poco; era una escena digna de una pelicula romántica.

Quim había traído dos cervezas y me lamenté por no haberle dicho cuáles eran mis preferencias. No era fan del alcohol, creo que, como a todos, era más la sensación que te entraba con ella; el de ser capaz de hacer cualquier cosa, el no tener que pensar en las consecuencias de tus actos.

Pero con la cerveza no podía beberla ni aún pensando en eso.

Le di un ligero sorbo y tragué, haciendo una mueca de asquito. No quería decírselo porque ya la había pagado y traído. Así que seguramente estaría toda la noche dando sorbitos a ese mismo vaso de cerveza.

—¿Has pensado ya qué canción vas a cantar? —me preguntó, dando un buen sorbo a su bebida... Un momento, ¡él no estaba bebiendo cerveza!

—No voy a cantar —le respondí, observando con recelo su mojito.

—Oh, sí que vas a hacerlo, de hecho —Se puso en pie—, voy a inscribirnos ahora mismo. Yo decidiré la canción.

—No, Quim. No, no, no, ¡no! —Ya se había ido.

¡Será capullo!

En ese instante, ya no podía disfrutar de la noche, porque no podía parar de pensar que me iba a tener que poner delante de todos a cantar. Mi corazón se aceleró y mis manos comenzaron a sudar. Inspeccioné a cada uno de los clientes, imaginando sus posibles reacciones ante mi desastrosa actuación. Se burlarían de mí, seguro...

Y como para acabar mis temores, un grupo de hombres, que se tambaleaban y hacían más escándalo que los que cantaban con el micrófono, entraron por la puerta y se pusieron justo en la mesa de nuestro lado. Aún tenía tiempo para desaparecer del bar y dejar a Quim plantado. Le di un sorbito a la cerveza y...

Que le den a la cerveza, pensé, agarrando el mojito de Quim y dando grandes tragos. Oí cómo el grupo de al lado me vitoreaban mientras tragaba, animándome a seguir. Cuando terminé el vaso, ellos estallaron en aplausos, aunque coincidió con que la canción había terminado, así que no estoy muy segura de si era por mí.

Palabras que nunca dijeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora