El día que decidiste marcharte

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Por AntoSallen

Solo me quedé mirando todo lo que ocurría frente a mí, pero sin ver nada en realidad. Estaba presente, pero a la vez tan ausente. Mis ojos abiertos, pero vacíos reflejaban las ornamentaciones florales junto a las dedicatorias.

Cuando dejé caer la rosa en el ferretero, era consciente de que la madera en la que la había chocado resguardaba el cuerpo de mi madre. A pesar de que ese simple gesto me conectó a la realidad, la frialdad de mi propia incapacidad para sentir algo me desligaba del resto.

Mi mano, aún inmóvil, temblaba levemente mientras el pétalo rojo se hundía en la fria superficie.

No lloré; ni una lágrima brotó de mí. El vacío, que durante mucho tiempo me había acompañado, se había ido. Me había abandonado, pero con él se había llevado cada uno de mis sentimientos.

La sala, llena de murmullos y movimientos, parecía un escenario lejano y me sentía como un espectador de mi propia tragedia. Algunos comenzaron a mirarme con curiosidad, con una mezcla de incomprensión y pena, como si esperaran una reacción que nunca llegaba.

Insensible, pobre muchacha, que fría, ¿Cómo no va a llorar en el sepelio de su propia madre?

Salí de la sala para tomar un poco de aire y alejarme de aquellos comentarios. Me senté en la escalera de la entrada de la capilla. La gente que ingresaba me saludaba, brindándome sus condolencias. Me limitaba a asentir la cabeza. No tenía nada que decir.

¿Gracias?

Si cada "lo siento" no tenían resonancia en mi interior.

En ese momento, Franco se acercó y me levanté con rapidez. Su estado era lamentable; sus ojos estaban enrojecidos y hinchados, su piel seca por los rastros de lágrimas que habían quedado y su voz rasposa, como si cada palabra fuera un esfuerzo doloroso.

—Vos la mataste, ¿estás feliz ahora? — dijo con molestia, su voz temblando de rabia y tristeza.

Cerré los ojos, intentando encontrar algo de paciencia.

Mi respiración se volvió más profunda, intentando sofocar el desdén que me genero sus palabras.

—No digas estupideces, por favor —guardé mis manos en los bolsillos de mi abrigo, mis dedos rígidos y fríos.

—No la escuchaste, no quisiste hacerlo, y mira...— lo interrumpí antes de que pudiera continuar, mi voz tensa y cansada.

—Demasiado tarde. Se acordó de nosotros...

Mi mirada se desvió.

Odiaba la forma en que la recordaba porque al hacerlo solo me trasladaba a un momento de mi vida que deseaba que se borre en el tiempo.

—Vos y tu resentimiento, ella cambió — insistió, su voz quebrada—. Cambió por nosotros, pero no lo quisiste ver, no lo intentaste siquiera quisiste entenderla. Necesitaba ayuda...

—¿Entenderla?... —solté una risa sarcástica—. Mejor ve adentro, Franco. Yo me largo de aquí.

Me di vuelta dispuesta a alejarme de todo ese teatro. Ella ya había tomado su decisión una vez sin pensar en nosotros, y de vuelta lo habia hecho cuando decidió arrebatarle la vida. Solo era una egoísta.

—No, tú no me mandas —tomó de mi brazo con fuerza—. Me vas a escuchar.

Me solté de su agarre de forma abrupta.

—No, tú me vas a escuchar a mí —mi paciencia había llegado a su fin— Ella murió para mí, no murió hoy cuando cerraron ese cajón, tampoco cuando la encontré tirada en el suelo — señale hacia la capilla — Murió el día que decidió marcharse y no regresar...

Él se quedó callado, de los tres era el único que había decido brindarle una oportunidad. No me sorprendía, él necesitaba a su mamá. Yo no.

—¿Te estas escuchando? Desde cuando te has vuelto...—me observo de pies a cabeza — Tan fría

Nuestro padre llegó, con unos lentes de sol que ocultaban sus ojos, y su traje negro que se amoldan perfectamente con en el ambiente sombrío. Su postura transmitía un cansancio profundo.

—Tranquilícense, no es lugar ni momento para estar discutiendo. Los rezos van a comenzar —dijo con una voz que intentaba ser calmante, aunque también mostraba su dureza.

Franco me miró por última vez y después dirigió su vista hacia nuestro él, buscando algún tipo de consuelo.

—No voy a entrar —dije, mi voz decidida—. No quiero formar parte de esto.

Mi padre solo se limitó a asentir y se llevó a mi hermano hacia adentro. La puerta se cerró suavemente detrás de mi, solté un suspiro y me alejé de la iglesia.

El eco de mis pasos resonó en el silencio de la calle, el cielo se encontraba despejado y la cálida luz del sol hacia contraste con el significado de este día. Aunque para ser sincera, carecía de sentido para mi.

Camine sin rumbo fijo, hasta que me encontré frente al gran lago que se extendía sereno.

Me dejé caer en la orilla. El agua, que se movía levemente con la brisa, reflejaba un paisaje que no lograba conmoverme, no como solía hacerlo antes. Me abracé las piernas y escondí mi rostro entre mis rodillas, estaba tan cansada.

Ya no quería fingir. Fingir que me emocionaban las cosas, las situaciones cuando la realidad era que veía ya todo gris.

Los sonidos del mundo exterior se desvanecían a medida que me sumía en un silencio profundo, pero era mejor que el barullo de la iglesia.

De repente, mis ojos se alzaron lentamente cuando el agua comenzó a agitarse de manera inquietante, y observé cómo una figura emergía del lago.

Era Azkeel, el chico que habita en los espejos, por primera vez pude ver sus cabellos mojados; caían sobre su rostro.

Se acercó con pasos suaves, deslizándose sobre la superficie del agua hasta que llegó a la orilla. Se sentó a mi lado sin pronunciar palabras.

Ya no me sorprendía el tenerlo tan de cerca.

—¿Cómo te sientes? —preguntó finalmente, su voz era suave y profunda.

—No lo sé... —susurré —. No siento nada, me gustaría hacerlo, quiero sentir algo pero estoy entumecida por dentro, como vacía —exprese, casi siempre, era el único que me comprendía.

Azkeel inclinó la cabeza ligeramente.—¿Sabes?, todos estamos vacíos, en algún momento llegamos a un punto en el que nos enfrentamos a nosotros mismos

—No sé —me encogí de hombros —. No sé si eso liberador o triste —me gire para encontrarme con sus ojos que me observaban con curiosidad.

—Quizás ambos —dijo él, una leve sonrisa cruzando su rostro.

Solté una pequeña risa —Tal vez ambos 

Por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora