Por siempre

Impotencia

Por Marcos Daniel

El eco agudo de un cristal resquebrajándose retumba con una intensidad que sacude la penumbra de la habitación. La atmósfera, cargada de una tensión palpable, se rompe con el crujido ominoso que resuena entre los pilares imponentes que sostienen la bóveda. Cada estallido del cristal parece un lamento, un grito mudo de lo que está por venir.

Tres figuras se mantienen inmóviles en la penumbra, como sombras gravitando alrededor de la fuente de sus preocupaciones. Sus siluetas, apenas delineadas por la tenue luz que emana del cristal roto, sugieren un poder y una inquietud que hacen que el aire a su alrededor se vuelva más denso.

En el corazón de la sala, atrapado por gruesas cadenas de plata que brillan con un fulgor macabro, un cristal gigantesco en forma de rombo se desmorona lentamente. Cada grieta que avanza a lo largo de su superficie parece trazar una historia de pérdida y dolor, anunciando un desmoronamiento que va más allá de lo físico, pulsando con un poder mágico monumental. La luz azul que escapa de sus fracturas es un reflejo de una antigua energía que, una vez liberada, amenaza con desatar un poder que podría arrasar con todo, el poder de un verdadero monarca.

Las figuras en la penumbra, con miradas fijas en el cristal en decadencia, sienten cómo el pulso de la sala se acelera. El sonido de los fragmentos cayendo al suelo resuena como un preludio prominente, presagiando el despertar que se avecina. La tensión en el aire es casi visible, un manto de inquietud y expectativas que envuelve a los presentes, mientras la bóveda comienza a vibrar, anunciando que el momento decisivo está llegando.

Con un último y atronador crujido, el imponente cristal estalla en una explosión de energía mágica pura. Las cadenas de plata que lo mantenían prisionero se desintegran en un torbellino de fragmentos relucientes, mientras el suelo se sacude con una fuerza temblorosa. La gran habitación se baña en un resplandor celestial, bañando el lugar en una luz azul.

Las tres figuras ocultas en la penumbra son abruptamente reveladas por el brillo incandescente.

Un hombre de piel morena, su imponente figura destacando contra el fulgor mágico, se mantiene firme como un pilar inamovible. Sus ojos carmesíes, llenos de una impaciencia feroz, se clavan en la figura que emerge. Su alta estatura y sus poderosos cuernos, junto con la armadura natural de escamas rojas que recubre su cuerpo musculoso, delatan su identidad como dragón. La majestuosidad de su presencia impone respeto, mientras el resplandor celeste ilumina cada detalle de su expresión ansiosa.

En el otro extremo, un joven de cabello blanco, envuelto en una túnica gris, se cubre los ojos con una mano que, a pesar de su palidez, revela una sonrisa triunfante. Su rostro delicado, marcado por una juventud engañosa, se ilumina con una expresión de satisfacción que contrasta con la intensidad del momento.

La tercera figura, una dama de melena dorada, se muestra preocupada pero firme. Sus facciones hermosas están grabadas con la inquietud de la situación, mientras la luz deslumbrante no parece afectarla en lo más mínimo. Vestida con una armadura plateada de escamas que refleja los destellos del cristal roto, y con una enorme lanza descansando a sus espaldas, está preparada para lo que viene.

Cuando el resplandor comienza a desvanecerse, los tres observan en absoluto silencio la nueva figura que ha emergido del lugar donde yacía el cristal.

El ser que se manifiesta ante ellos es una entidad de una majestuosidad sobrecogedora. Sus dos pares de ojos dorados, fríos como el hielo y ardientes como estrellas, escudriñan la habitación con una intensidad que revela milenios de poder y sabiduría. La piel pálida del hombre adulto, su físico robusto y disciplinado, y los cuernos oscuros que se curvan en una corona sobre su melena albina, le son familiares a los tres espectadores. Su cola escamosa, afilada como una espada de doble filo, es una advertencia de su habilidad formidable en combate.