Por lDaluse
Hace un día precioso en el cielo de la campiña de Piamonte cuando Adrianne se encuentra observando las filas de viñas que cubren la «Azienda di Fiorelli», con su endulzante olor a uva fresca. La cosecha vendrá pronto, en unas semanas, y en la propiedad los empleados hacen uso de su tiempo para tenerlo en su totalidad preparado. Sin embargo, ese día la rubia no piensa ni en las manos recopilando pequeñas frutas verdes, ni en las cajas de madera transportadas con hechizos de levitación, ni siquiera en las múltiples batallas con las avispas que siempre daban un espectáculo divertido. No, ese día Adria se encuentra triste, mirando al horizonte pensativa. Hacen seis días desde que una noticia le dejó pasmada, y no puede más que volver una y otra vez al momento.
Volver a la Academia tras un largo periodo era poco menos que una maravilla. De alguna forma, aquel lugar se convirtió en un hogar para la italiana, donde poder ser ella misma y disfrutar con sus nuevas amistades. Más no todo fue color de rosa, especialmente cuando un sobre negro llegó a la oficina de la directora y otro directamente a su habitación. Adrianne casi voló a través de los patios y pasillos hasta encontrarse con su tía, quien sujetaba todavía el papel entre sus temblorosas manos al tiempo en que la joven entró en el despacho. Los ojos repletos de lágrimas alcanzaron los de su sobrina antes de que apretara los labios en una mueca de preocupación.
—Tía Anna- —Las palabras se le entrecortaron, no sabía si conseguiría formular la pregunta que en su mente se encontraba. ¿Era verdad?, ¿es que su abuela materna había fallecido realmente?
Fue la mujer pelirroja delante de ella la que consiguió el habla primero.
—Así me temo, Adria —murmuró tan bajo que pasó por poco desapercibido. Soltó la carta, casi despreciándola, sobre el escritorio y lo rodeó con el fin de estrechar a la única pequeña de su hermana entre sus brazos.
El cuerpo les temblaba a ambas, quienes luchaban por mantenerse en pie. La abuela Fiorelli fue una figura de suma importancia en la infancia de Adrianne, le tenía un tierno recuerdo a todos los veranos que acudían a visitarla en su gran casona rodeada de vides. Su peculiar melena canosa recogida en un descuidado moño, el color de sus iris cristalinos tan semejante a los de su nieta y aquel aroma a planta recién cortada eran algunas de las características que le hacían recordarla. Para la joven, aprender hechicería de su abuela era un privilegio, y uno de los principales motivos por los que conectaba tan bien con el elemento vida, con la tierra y la naturaleza a su alrededor. En algún punto, entre los brazos de su tía y su propia angustia, la rubia se sintió sumergida, batallando contra un río que tiraba de ella hacia abajo, con sus remolinos en forma de recuerdos que amenazaban con ahogarla. Estaba segura de que si no fuese por Anna Viviana, la hermana de su madre, estaría ahora mismo hundida en el suelo sin poder contener el quebranto que sentía en su interior.
—¿Cómo? —preguntó Adria con un tono que dejaba entrever parte de sus desgarradores sentimientos, sus ojos estaban apretados sobre el hombro de la mujer y sus labios tiritaban sin control—. ¿Por qué?
Su tía se mantuvo en silencio, no tenía respuesta a ninguna de esas preguntas, la mujer adulta también se veía desbordada por todos los sentimientos. Su mano pasaba suavemente por el pelo de su sobrina; cuando consiguió las fuerzas para ello, sujetó la barbilla de la chica en alto, colocando las manos a ambos lados de su rostro.
—Adrianne, prepara tus cosas —ordenó la directora, tan acostumbrada como estaba de realizar mandatos—, a medio día marchamos a Alba.
La muchacha arrastró los pies a regañadientes hasta su habitación, con un fácil hechizo se hizo con una pequeña llama que la seguía en la oscuridad absoluta. Stella, su compañera de habitación, yacía dormida bajo las sábanas de encaje negro, con su antifaz y el gorro de seda que sujetaba sus largos rizos. Quiso despertarla, pedirle consuelo, incluso meterse con su amiga ahí y llorar a su lado. Sin embargo, no tuvo el valor de realizarlo. Dejó que los enormes lagrimones que luchaban por salir a prisa de sus ojos cayeran sobre su propia cama deshecha. No se daba concentrado en organizar la maleta que tenía que empaquetar para viajar a la hacienda de su familia, pero hizo lo posible por no venirse abajo.
«Todavía no, no es momento», pensaba una y otra vez, mientras sus prendas de colores extravagantes y telas exóticas volaban desde el ropero. Su maletín también se posó delante de ella con un movimiento y fue llenado con otros objetos, incluyendo su bola de cristal y zapatillas. Las fotografías, los cojines, los caballetes y las pinturas quedaron en aquella habitación a la que pensaba retornar. En la poca iluminación que brindaba la llama, se percató del gato anaranjado desperezándose en los pies de la cama.
—Aurum —lo saludó sin ánimos en la voz. El minino ronroneó restregando su cuerpo en el brazo de la joven—, nos vamos a Piamonte.
Aurantium, su felino mágico familiar, la observó con curiosidad. Incluso sin tener la habilidad de hablar como un humano, se trataba de un animal extremadamente listo y comprensivo. El gato ya había pasado un tiempo en la hacienda de Alba, por lo que estaba segura de que no le costaría recordar aquellos días calurosos de verano corriendo tras ratoncillos de campo. El familiar adivinó el pesar que emanaba de ella y se acercó, restregándose un poco más, esta vez saltando a sus brazos. Adria lo atrapó al vuelo y le dio unas cuantas caricias antes de dejar salir un largo suspiro atrapado entre sus cuerdas vocales.
—Vamos, tía Anna debe estarnos esperando. —Soltó al felino sobre la cama y se giró para observar una vez más a la morena del otro lado de la habitación, su amiga estaba sumergida en un profundo sueño que solo un vampiro podía conseguir—. Le enviaré un mensaje de camino —declaró al aire, mientras las maletas la seguían junto con el anaranjado hacia la puerta.
***
Adrianne siente la presencia de su familiar en el muro donde se encuentra sentada. El minino se acerca a la muchacha y se enrosca en su regazo sin miramientos. La chica instintivamente comienza a acariciarlo mientras continúa observando al horizonte, el sol ya se alza sobre los valles de Piamonte. Alba, el pueblo más cercano de esa región italiana, se ve a lo lejos tan bullicioso como siempre.
—Hoy va a ser un día largo, Aurum —le dice la joven al peludo, quien parece no inmutarse y ronronea en respuesta a las caricias—. Mi abuela me enseñó todo lo que sé sobre plantas, ¿sabes? Gracias a ella puedo hacer tan fácil la magia verde.
Con un movimiento de muñeca, Adria consigue hacer crecer más altas unas enredaderas que llegan hasta donde se encuentran. Aurantium, sintiendo el poder de su magia, levanta la cabeza y observa a la chica, esperando instrucciones por si necesita prestar su poder mágico.
—La conexión que siento con la naturaleza se lo retribuyo a esa intrépida anciana —prosigue—, y no puedo creer que ya no esté más. Esta casa era como su templo personal, yo creo que hacer el vino era lo que más disfrutaba en el mundo, además de cuidar de su invernadero, claro es. —El gato suelta un maullido agudo, uno que la rubia interpreta como tristeza—. Va a ser duro no tenerla aquí —concluye, mirando hacia atrás, donde el edificio de ladrillos claros se alza en todo su esplendor. Algunos hechiceros entran y salen portando capas negras impresionantes, los jarrones cargados de flores y las cacerolas repletas de comida le recuerdan a Adrianne los motivos por los que salió de aquel lugar: se está montando para la recepción de recuerdo de su abuela difunta. Ese tipo de memoriales tan alegres y abarrotados desconectan de la personalidad de la chica, quien prefería un evento más privado con su familia cercana.
—Adria —escucha a su madre llamarla desde la puerta, sus ojos ya no lucen las ojeras enmarcadas y su pelo rojizo vuelve a estar en perfecto orden, todo gracias al elemento aire y sus hechizos de ilusionismo—, ven, por favor, necesito tu ayuda.
La joven no se queja, aunque su mente le pide que lo haga, ya que se ha portado muy amable con ella desde que llegaron a la Azienda. No le ha pedido que ayudase más que poca cosa, le ha dejado su espacio, incluso ha accedido a que invitase a Meliora, su mejor amiga, a la recepción con el propósito de que no estuviera totalmente sola entre algunas de los ambiciosos que tenía por familiares. Aurantium salta hacia el camino que llevaba a la Casa Grande, adelantándose al camino; mientras tanto, Adria busca fuerzas para levantarse y entrar en aquel complejo que tantos recuerdos le trae, finalmente sus pies le asisten hasta la puerta. María, su madre, le da un rápido abrazo antes de guiarla al interior. Seis días de llanto continuo de parte de ambas ha entrelazado un vínculo especial que nunca antes ha sentido con la pelirroja. Envuelve su brazo con el suyo, siguiéndola a paso raudo y recordándose que al igual que ella perdió a su abuela, la señora a su lado había tenido que despedirse de su madre. Ese simple pensamiento le hace empatizar cada vez e instintivamente aprieta su brazo en señal de comprensión y apoyo. Ahí, junto a la mujer que le había dado vida y cuidado desde que puede recordar, se siente un poco más preparada para lo que el día le espera.
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Por siempre
Cerita PendekRelatos de despedida compartidos por escritoras y escritores de la comunidad La resistencia escrita. La muerte no es el fin del vínculo; esa persona que se fue seguirá dentro.