Capítulo 21. Bajo la luna.

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Llego la noche y como ya era costumbre Emilia esperaba ansiosa la hora de ver a Dante en el jardín, Dante había planeado meticulosamente un plan para verse aunque este ya no estuviera en el castillo

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Llego la noche y como ya era costumbre Emilia esperaba ansiosa la hora de ver a Dante en el jardín, Dante había planeado meticulosamente un plan para verse aunque este ya no estuviera en el castillo.

Hizo un hueco por debajo de los muros, lo suficientemente estrecho como para poder entrar y salir, cayendo de forma directa al laberinto del jardín.

El padre de Dante piensa que su hijo está haciendo un trabajo de pinturas en una mansión cerca del castillo, esa mentira fue la excusa perfecta para que Dante se pudiera quedar más tiempo cerca de Emilia.

Mientras que Héctor se regresó a su casa en el campo, Dante alquilo una habitación en una cabaña de turistas cerca del castillo, así poder ver a Emilia cada noche, como lo planearon.

Emilia corrió hasta el jardín, observando a su amado (un poco cubierto de tierra), abrazándolo sin importarle nada más, ambos se dieron un beso, el más cálido bajo la luz de la luna.

—Pensé que no vendrías, ya que no se quedan en el castillo

—Yo jamás te dejaría plantada, Emilia.

Emilia se encoje de hombros y vuelve a saltar sobre él como una niña pequeña, emocionada por verlo de nuevo.

—El día se hace eterno...— comenta Emilia admirando el rostro de Dante.

—Y la noche dura muy poco— mientras le acaricia el cabello a Emilia.

Ambos se sientan en el césped del laberinto y se miran fijamente.

—Te traje algo— Dante saco de su bolsillo un brazalete de acero con un dije de corazón, por la forma en la que estaba el brazalete se notaba que era artesanal.

—Es hermoso...

—Lo hizo mi madre.

— ¿Estás seguro que quieres dármelo?

—Sí, Emilia quiero demostrarte que estoy siendo sincero contigo, me encantas, yo siento que contigo puedo ser yo mismo, decir lo que siento sin temor a ser juzgado— se acerca a ella y la besa.

—Yo...— baja la mirada, se siente culpable de no decirle la verdad sobre quien es realmente, pero sabía que decirle la verdad solo empeoraría la situación— siento lo mismo.

Admiro el brazalete, y sonriendo le pregunto: — ¿Tu madre aun los hace?

—Ella murió cuando yo tenía diez años.

—Oh, lo siento... lo siento tanto. — intentando quitarse en brazalete.

—No, por favor— detiene la mano de Emilia— quédatelo, quiero que lo tengas.

—Lamento en serio tu perdida, entiendo lo que se siente— dice seguido de un suspiro, mirando a la luna.

—Me gusta sentir que ella sigue cuidándome donde sea que este.

—Igual yo, a veces quiero soñar con ella para sentirla junto a mí— confiesa.

—Lo está, sé que lo está, una madre nunca deja abandonados a sus hijos, incuso después de la muerte, siempre los cuida...— Emilia se siente tan conmovida por lo sensible e inteligente que es Dante.

Con cada palabra que Dante usa para expresarse, Emilia queda más flechada, hasta el punto de imaginarse una vida con él, corriendo por la pradera bajo el sol y tomándose la mano hasta caer en el suelo, muertos de la risa y del cansancio.

Dante siente lo mismo, esa sensación de paz que Emilia le brinda solo con sonreír y escucharlo.

Ambos se complementan sin decir mucho.

—Contigo me siento desnudo— confiesa Dante.

Emilia deja salir una carcajada.

—Me gustaría decir lo mismo, pero no sé si la vergüenza me gane.

Dante se acerca para robarle un beso, y Emilia fluye con él. Ambos deslizan sus manos por encima del pecho del otro, las caricias aumentan a tal punto de comenzar a desabotonarse las camisas.

Emilia no tuvo dudas, no se detuvo a pensar en nada, solo dejo que Dante la tomara por completo.

Lo había hecho un monstro como Henry a la fuerza, con Danta sería diferente, estaban por hacer el amor, el más puro y sincero amor.

Estaba más que lista para recibir la verdadera sensación de placer.

Dante se detuvo antes de quitarle la camisa.

—No te detengas, Dante... Si quiero hacerlo.

Dante le sonrió, y continúo desvistiéndola con tanta ternura y delicadeza, intentando no lastimarla en ningún momento, colocando su chaqueta como sabana en el suelo para que no se lastime.

Emilia se acostó con cuidado y Dante se colocó encima de ella, antes de iniciar le describió lo hermoso de su rostro.

Como le encantaría retratarla, para memorizar cada facción de su rostro. Emilia, sonrojada, solo podía sonreír y besarlo.

Entre caricias, besos y pequeños gemidos escondidos por el temor de ser descubiertos, Dante y Emilia hicieron y conocieron el amor por primera vez.

La luna fue testigo de que ambos sellaron y declararon su amor el uno por el otro.

Luego de terminar, acostados en el suelo, mirando a la luna.

—Aunque quisiera que esto durara yo debo irme, Dante...— confiesa Emilia con el corazón roto.

— ¿Tan pronto? ¿No puedes quedarte un par de horas más? — le toma de la mano.

— ¿Vendrás mañana? —esperanzada.

—Cada noche, rente una habitación en una cabaña de turistas a un par de kilómetros de aquí— con una sonrisa en su rostro.

— ¿Qué? — Confundida, — ¿Cómo pasas al castillo si ya no estas quedándote aquí?

—Pues, hice un hueco en un lado del muro que no está custodiado para poder entrar directamente al laberinto...— gira su mirada al dichoso lugar— es un poco estrecho, no debo engordar un kilo más o no pasare.

—Dante— impresionada— es demasiado peligroso que hagas eso...

—Haría cualquier cosa por ti, Emilia, seria cualquier cosa por ti— coloca sus manos en sus mejillas, dándole una mirada fija y penetrante, acercando sus labios a los de ella.

Se dan un último beso de despedida y se marcha, dejando a Dante hipnotizado por todo lo que acaban de hacer.

Esa noche Emilia comprendió que el amor que tanto esperaba tener de niña existe, Dante es la prueba de ello, justo ahora el corco razón siente tan grande que no le cabe en el pecho, dando saltitos de emoción llego a donde Susan, la cual con una sonrisa de oreja a oreja la toma de la mano y se marchan sin decir ni una palabra hasta la habitación.

Susan observaba emocionada el rostro sonrojado de Emilia. Esperaba pacientemente a que ella le confesara lo que había sucedido en ese laberinto.

—Sucedió lo que tenía que suceder— dice Emilia, sin explicar más.

Susan cambio su expresión de felicidad a uno de indiferencia.

—Debes decirme más, cuéntame más— exige Susan.

Emilia le comenzó a relatar con el tono de voz más dulce que existe, la forma en la que Dante la tocaba, acariciaba, y besaba.

—Fue como si estuviéramos solos en el universo, solo podía sentirlo, escucharlo y verlo a él— confeso.

«Por primera vez puedo decir que estoy enamorada...» pensó Emilia, recordando a Dante.

Atada al príncipe CRUEL. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora